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Adriana González, la soprano guatemalteca que presenta al mundo la nueva música francesa

Adriana González hace su debut discográfico con música que nunca antes se había escuchado, escrita por los compositores franceses Dussaut y Covatti. La incursión la hace de la mano del pianista español Iñaki Encina Oyón.

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Esta es una opinión

Arte de portada del disco de Adriana González en colaboración con Iñaki Encina en el piano.

El año pasado, Adriana González se instaló tres días en el Grand Hotel Toblach, Italia, donde funciona el Centro Cultural Euregio y donde se erigió el salón Gustav Malher para grabar allí su disco debut. Sí, lo hizo acompañada del pianista español Iñaki Encina Oyón. El repertorio le llegó a la guatemalteca vía el pianista Encina Oyón, alumno de Therese Dussaut, hija de los esposos y compositores franceses Robert Dussaut y Helene Covatti, que acá son motivo de homenaje.  

Así ocurren esas sincronías de la vida. Según cuenta Encina Oyón, primero Therese le hablaba de sinfonías y música de cámara y cuando él le preguntó sobre obras cantadas, la respuesta de la profesora fue ponerle en sus manos una caja de partituras. Así el pianista y director comenzó a deshojar cada una y se las mostró a González. Ella las tomó para así, las empezó a interpretar y Therese al escucharlas a sus 79 años, lloró porque eso marcaba el fin del anonimato de sus padres. 

Son 22 tracks los que ofrece el disco (son breves), agrupadas para alternar a los compositores, y donde uno descubre las formas estilísticas e influencias de cada uno. Son obras de juventud como dice Encina Oyón, incluso al parecer antes de ser padres, aunque con madurez e ingenio. Acá se evidencia que la maestra Covatti mostraba influencias de Ravel y Scribian, mientras que Dussaut las recibió de Massenet o Fauré. A partir de ahí ya hay diferencias. 

Por ejemplo, En expirant, j’entrainerai l’univers uno nota la audacia de Covatti. Hasta cierto punto tomó las innovaciones de Ravel y la expresividad de Scribian, que sumado a la riqueza melódica propia configuran un estilo personal, como se escucha en Chant de joie. No hay que olvidar lo que señala Encina Oyón de los dos ciclos de sus obras. “Si el primer ciclo no contiene trazos de los orígenes griegos de la compositora, sí es patente su originalidad y libertad armónica. Evidente es también una feminidad (…) afirmada”. Obviamente la infalible musicalidad de González al interpretarlas, apoyada de sus agudos y sobreagudos con brillo y rotundidad, consolidan la luz de las piezas.

Mientras que complejidad, fuerza y cierta tensión se aprecia en Les deux ménétriers, Op. 14, escrita para cuatro manos, la única donde se suma el francés Thibaud Epp. Esta obra recuerda que el compositor, es decir, Dussaut, en algunas partituras insinúo, a través de apuntes, la existencia futura de ser arropadas por una orquesta. Pues bien, esta es una pieza curiosa en su letra, porque habla de dos juglares que visitan el Reino de los Muertos, a quienes les hablan. Al final se escucha: “El primero (juglar) dice con una voz que suena como una cítara: ‘¿Queréis vivir dos veces? ¡Venid! Mi nombre es la Vida”. La dinámica de la composición, cual marcha sobre caballos, exige que los intérpretes insinúen algo que llamaría cinematográfico. Y es que tanto en la primera como en la segunda parte de esta historia(porque eso es), uno cae en cuenta que la pieza expresa aventura, alegría y muerte, hay tensión sonora a tempo lento y solemne en su segunda parte que contrasta con una voz serena, acompañada de emotivos agudos con un buen cuerpo central. Sí, González de nuevo la vuelve hacer: Se luce.

Una pieza de gran belleza es Élégie de Dussaut. Es un vocalise, es decir, donde la voz solo delinea la melodía con una vocal (a elección del cantante), sin empleo alguno de palabras. En realidad el disco registra dos en esa modalidad y donde, como dice el pianista español, “siempre alternando una tonalidad mayor con una menor, buscando un evidente contraste, más que una unidad”. En González recae obviamente la melodía, con majestuosos agudos, gracias a una asentada técnica que le permite proyectar su voz hacia arriba, bien apoyada. Sí, ella es expresiva, inspirada y delicada. Si bien es cierto que el estilo vocalise suele ser un ejercicio para cantantes, acá ella, donde emerge con alma, lo vuelve de nuevo en un arte. 

Sobre Dussaut dice González que su estilo le recuerda a la obra de Henri Duparc, considerado uno de los mejores melodistas franceses, con frases largas, expresivas y densas, mientras que a Covatti le reconoce un estilo propio y fluido. 

Hay que decir que la mayoría de las composiciones, que desde ahora pertenecen al repertorio francés de inicios del siglo pasado, se escuchan y se graban por primera vez y con el cuidado, rigor y respeto que se impuso el propio Encina Oyón. Resulta plausible el cuadernillo de apuntes sobre los compositores y su obra que acompaña este disco, escrito en cinco idiomas. Por último, esta producción representa un punto de quiebre en la carrera de esta guatemalteca, que es toda una sensación, con nombre de heroína: Adriana (Adriana Lecouvreur me refiero).

En Guatemala el disco ya está disponible en De Museo.   

Jorge Sierra
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Lleva quince años dedicado al periodismo musical. Ante cada concierto, disco y encuentro con músicos lleva en mano su libreta de notas. Los programas radiales que dirige le han demandado ser un escucha de amplias miras.


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