Unas enormes cuadras adelante, veo un restaurante que ofrece comida guatemalteca. Entro al lugar con hambre y curiosidad. Una chica hondureña y otra mexicana despachan pepián, shucos, atol de elote, Incaparina, y también pupusas y tacos.
Sí, por acá andamos los chapines. Con nuestro sabor, pero como ocurre con la oferta culinaria de este lugar, mezclados, fusionados y un poco desplazados.
Llegamos, y nuestra relación con esta urbe descomunal se volvió intensa. Décadas de migraciones construyeron un lazo histórico, económico, cultural y emocional entre esta ciudad y nuestro país. Se estima que hoy, alrededor de 700 mil chapines la habitan. El número es siempre un misterio, porque muchos están sin estar. Son un rostro moreno que se sabe en situación de “ilegalidad”. Obligados a pasos cautelosos y a no figurar, prefieren pasar desapercibidos, algo relativamente sencillo en una de las ciudades más extensas y habitadas del planeta. Los guatemaltecos -y también su identidad- terminan diluidos entre millones de latinoamericanos, asiáticos, árabes, europeos, afroamericanos, blancos, etcétera, que habitan la soleada “El Ei”.
Y esta convivencia con razas diferentes invita a plantearnos quienes somos. Pero como cada cabeza es un mundo y cada corazón un universo, ese proceso de afianzamiento y definición propia pasa por muchos factores, desde los matices de la historia personal, hasta las características macro que enmarcan las razones sociales, políticas y económicas por las que uno decide partir, y que son el motor fundamental del fenómeno de las migraciones en la historia de la humanidad.
Para empezar, frente al mosaico de culturas que conviven en EE.UU., somos hispanos. Esa identidad que aparece como la posibilidad de aglutinar a quienes provienen de Latinoamérica y que con fuerza, es difundida por los medios de comunicación de este país y aceptada sin mayor cuestionamiento. Al diablo con las abismales diferencias entre las culturas e idiosincrasias latinoamericanas. “Soy americano de origen hispano”, es la típica y válida tarjeta de presentación. Total, dentro de ese grupo somos casi 58 millones, (contra sólo 1.5 de guatemaltecos), y por lo tanto, pertenecientes a la primera minoría del país, arriba incluso de la afroamericana.
También se puede abrazar el centroamericanismo, un concepto que crece a medida que la inmigración desde el Triángulo Norte aumenta. Por ejemplo, en el año 2016 fue inaugurada por primera vez en Estados Unidos una Plaza Centroamericana. Se llama “Francisco Morazán”, y de acuerdo con quienes impulsaron la iniciativa “pretende ser un punto de encuentro para la comunidad de esta región, y reconocer el aporte de sus integrantes al desarrollo de Los Ángeles”. Además, este año la ciudad decretó al 22 de noviembre como el “Día del Centroamericano”.
Y aunque en torno a los temas importantes hay mucho más que hacer que erigir monumentos o decretar días, es gratificante encontrar aquí el reconocimiento al trabajo honrado y digno. Vamos a recordar que además de arriesgar la vida en el camino, esta y otras ciudades de EE.UU son testigo del afán con el que los guatemaltecos generan para su país US$8,500 millones anuales en forma de remesas. La fría cifra económica más llena de amor que puedo imaginar.
Entonces vinimos, somos hispanos y también centroamericanos. Pero sobretodo, migrantes. En eso siempre hemos sido expertos. ¿Quién dijo miedo, si quedarse es condenarse al hambre propia y de los nuestros?
Moverse para salvarse es parte de nuestro imaginario, sobre todo del de los más pobres. Una alarma roja encendida en la cabeza que impulsa a desplazarse. El sabor de la migración lo conoce la empleada doméstica que del interior llega a la capital, también la familia indígena del altiplano dueña de la tienda o tortillería de cualquier esquina de una zona urbana del país, o el jornalero que se ausenta por meses de su casa para recoger la cosecha de algodón o café.
Con el tiempo, la distancia geográfica que había que recorrer para llegar hasta las fuentes de trabajo se amplió y los chapines comenzaron a cruzar fronteras. Al no encontrar opciones que les permitieran ir y venir, empezaron a quedarse forzosamente detrás de ellas.
Así es. Vinimos y nos quedamos como pudimos, en ciudades como esta. Sobre todo esta.
Los Ángeles, la más latina del Estado más latino de la Unión Americana. El clima, la comida, el idioma, su arquitectura, los programas de radio y TV, la música que se escucha. Pero, sin duda, la razón esencial para elegirla sobre cualquier otra es el familiar o amigo que ya allanó el camino y que se convierte en la red que te salva de caer al vacío. Una referencia, un puerto seguro, es todo lo que se necesita para emprender el viaje. Al arribo, los conocimientos adquiridos son transmitidos de migrante a migrante; un manual de sobrevivencia que incluye información sobre como tomar el bus, donde comprar masa para tortillas, como conseguir una greencard falsa, o en qué esquina pararte para encontrar trabajo sin que migración te atrape.
Ya aquí, aunque los cinco sentidos están puestos en salir adelante, el corazón se queda en otra tierra. Un guatemalteco de origen campesino radicado en LA, me dijo: “Pues yo soy de San Marcos, vivo acá desde hace más de 20 años, pero de allá soy”.
Así vinimos y nos quedamos. Y aquí andamos.
Shatow /
Sutil analogia de conciencias q a travez de caracteristicas generales y tambien particulates communes; Justifica la existencia individual de propiedad continental del ser q llego al un punto sin retorno de su limite y en su esfuerzo se dignifica....
Omar Vasquez Jacquet /
Muy buen artículo me encanto nostálgico para los que vivimos en Usa por favor no dejes de escribir de Guatemala Omar Vasquez Jacquet
Lui donis /
Felicidades por tan linda y reveladora nota
Jorge /
Pocas veces, en este medio, encuentro una lectura que fluya fácilmente.
Me encanta como escribe.
Gracias
Carlos Castro /
Te felicito por este artículo mi querida Nesh o "Neshita" como te decia hace ya tantos años alla en la tierra de Sandino en donde compartimos tantos buenos momentos con vos y con tus padres. Un abrazo de este ciudadano del mundo que no importa en que país o ciudad se encuentre ya que el corazón lo dejé en la esquina de la iglesia de mi querido Barrio el Gallito Zona 3. Saludes a Violeta y para el querido y recordado amigo y mentor Mario Carpio Nicolle un gran abrazo hasta el infinito. Salud Mario y el primer "alipus" va a tu salud. Tu cuate "Cebolla"