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Así vivimos en casa los ciclos de la Madre Tierra

Hicimos la ceremonia en una maceta, le pedimos permiso para herirla, quemamos incienso. Mi hija cosechó cuatro vainas de frijol y las compartimos con los amigos.

Blogs Opinión P369
Esta es una opinión

Foto: Tierras del Libro de Mormón

Los que nacimos y crecimos lejos de los lugares de origen de nuestros padres, vivimos una constante lucha entre sentirnos de allá –sin serlo-–, y de donde nacimos. La mayoría de veces, en el ámbito urbano, las condiciones son tan diversas y adversas a quienes nos atrevemos a vivir ligados a la Madre Tierra.

Tengo familia que vive en Villa Nueva, cerca de la iglesia del Calvario. De niño iba a ver la procesión de San Isidro Labrador –santo español, originario de Madrid, patrono de los agricultores–, y me llamaban la atención las bombas voladoras que lanzaban tierra. Le pregunté a mi mamá la razón y me explicó que era para “bendecir la tierra” porque necesitábamos pedirle que nos alimentara bien. Aquí empecé a entender la importancia del trabajo agrícola.

Recuerdo también visitar a los familiares en Amatitlán y escuchar historias de los difuntos tíos Rosalío o Ceferino cuando llevaban las candelas de la iglesia a los terrenos para empezar a preparar la tierra y bendecir las semillas que serían utilizadas para las próximas siembras. Me gustaba ver los terrenos cercanos al puente La Gloria y a los señores ir con el azadón a sembrar.

Cerca del 15 de mayo –día de San Isidro Labrador–, empiezan las siembras en el occidente del país. “La sagrada lluvia” llega, y su presencia guarda relación con n el paso cenital, La Cruz Maya y el 3 de mayo. Las comunidades hacen ceremonias para pedir permiso para sembrar, porque se herirá la tierra con el azadón para depositar la semilla que generará la nueva vida.

Hace unos años conocí una comunidad que celebraba una misa, un servicio evangélico y el Xukulem o ceremonia maya para bendecir las semillas previo a la siembra. Todos participaban por respeto a las creencias del otro, para garantizar la seguridad alimentaria y fortalecer la convivencia comunitaria.

Me contaron que el año anterior había dejado de llover, y se reunieron para discutir “qué hacían” en el Pixab’ (consejo comunitario). Dos ancianos dijeron que “era castigo” por olvidarse del cerro en donde hacían las ceremonias, las personas ya no acudían al lugar sagrado.

Como dice el Popol Wuj: “consultaron entre sí, unieron su pensamiento”, y decidieron hacer una ceremonia en nombre de la comunidad para pedir perdón por el olvido. Calcularon el costo de los materiales y lo dividieron entre los católicos, evangélicos de las dos iglesias y quienes practican la espiritualidad –todas las familias dieron su colaboración, me dijeron–. Al día siguiente de realizada la ceremonia llovió, y se volvió fiesta.

Es día, mandaron a los niños a cantar y jugar a los terrenos para agradecer la lluvia y animar a la milpa. Todos se alegraban por el regreso de la lluvia que garantizaba la subsistencia y daba esperanza en un nuevo ciclo.

Ciclos agrícolas en espacios de concreto

Hace tiempo se me ocurrió vivir los ciclos agrícolas en casa. Desde entonces con mis dos hijos hacemos una pequeña ceremonia. Encendemos las candelas, quemamos incienso, pedimos permiso para herir –en una maceta- a la Madre Tierra, sembramos nuestros granos de maíz, y esperamos pacientemente que el milagro de la vida ocurra.

También sembramos el sagrado frijol. Recuerdo a Paula (tendría entonces cuatro años) cuando llegó la cosecha: cuatro o cinco vainas de frijol suficientes para invitar a todos los conocidos a comer y contarles qué habíamos cosechado: 20 granos de frijol.

 

Así vivimos el ciclo agrícola en casa.

Otro año, una tormenta nos quebró los dos elotes que traía. Recuerdo salir al patio y ver la caña de maíz quebrada. Los patojos me dijeron: "papa, espérate, que otro año vamos a comer nuestros elotes". Esto me hizo recordar la resiliencia que tienen los agricultores cuando se pierde la cosecha de maíz; esperan la de frijol; esperando, confiando y amando la tierra que nos da de comer y nos recibe cuando partimos.

Esta búsqueda constante de encontrarme a mí mismo, me llevó buscar formas de sentirme ligado a la tierra. Les comparto esta experiencia y les invito a ser creativos en las formar de acercarnos y acercar a nuestros hijos, y que sientan como U’k’ux Ulew (Corazón de la Tierra) nos sostiene, alimenta y genera la vida que se renueva en cada ciclo.

¡Larga vida y útil existencia!

Julio David Menchú
/

Maya K’iche’, Ajq’ij o contador del tiempo, aprendiz de Aj Poronel (el que quema las ofrendas). Padre de dos hijos que le enseñan más de lo que cree. Pro vida y casado con una mujer que le tiene muchísima paciencia. Ama la Historia y se dedica a su enseñanza.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Gloria Hernández /

    09/07/2018 5:11 PM

    En estos tiempos donde nadie tiene tiempo, puede ser una buena forma de resistirse a morir en nuestra formas de comunicarnos y pedir por nuestro sustento, igual sigue siendo un desafío mantenerse en comunidad y hacerlo dedicando el día para estas ceremonias en compañía de todos que sembramos. Intencionar y pedir para que sea con toda la comunidad.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Roberto /

    31/05/2018 11:54 AM

    Muy buen artículo y una manera muy creativa de resistirse a perder el origen y relación con la madre tierra debido a esas migraciones internas, en búsqueda de esas nuevas y mejores oportunidades.
    Saludos!!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Mafer /

    30/05/2018 8:16 PM

    Que ternura :)

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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