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11 Pasos

Carta al Santo Padre

Rodrigo Rey Rosa es uno de los escritores más importantes del país. En su más reciente libro, "Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre", continúa explorando las relaciones de poder en Guatemala. Esta vez lo hace a través de un conflicto de expropiación de tierras que involucra a la Arquidiócesis de Sololá. Publicamos a continuación el primer capítulo de su obra, cuya nueva edición, a cargo de Editorial Maya' Wuj, está próxima a presentarse.

Blogs blog literatura P369 Rodrigo Rey Rosa
Esta es una opinión

Rodrigo Rey Rosa

Foto: Victoria Castañeda

...“Señor, ¿con quién estás?”
Y el Señor respondió:
“Estoy con quien es víctima de una injusticia”.

 

Ciudad de Guatemala - Santa Cruz Canjá
Marzo, 2019

 

Su Santidad el Papa Francisco
c/o Cardenal Angelo Becciu
00120 Ciudad del Vaticano

Santísimo Padre, después de mucho reflexionar, tomo –como dicen aquí– mi humilde pluma para dirigirme a Usted, motu proprio, aunque no por causa propia, sino por la de un pequeño grupo de creyentes como los debe de haber pocos en el mundo. (Con la cascada de escándalos que se ha producido en los últimos tiempos, Usted podrá temer que ahora yo toque algún tema escabroso. Pero no va por ahí mi discurso. Durante doce años asistí a un colegio de la Compañía de Jesús, y de alguna manera este hecho ha contribuido a que me atreva a dirigirme a Usted personalmente.)

En lo que va del año he visitado cinco o seis veces el pueblecito kaqchikel de Santa Cruz Canjá, en el altiplano occidental guatemalteco, donde se desarrolla un pleito social y religioso que comenzó hace muchos años, cuyos actores principales son unos cofrades Maya’ Kaqchikel y la diócesis de la Iglesia católica de Sololá y Chimaltenango. En este pueblo viven pocos ladinos o mestizos –algunos comerciantes, algún cura, algún policía– y subsisten varias costumbres, tradiciones que son inseparables de lo que podría llamarse “el-ser-y-estar-en-el-mundo-maya”. Salvo algunas excepciones, la gente tiene justo lo que necesita para subsistir, pues como todos sabemos hace siglos los campesinos mayas fueron despojados prácticamente de todo lo que se les podía despojar.

El capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán escribió hacia la última década del siglo

XVII en su Recordación florida acerca de esta “vecindad de indios de la estirpe Kaqchikel”: Yace a dos leguas de distancia del camino, impedido de áspera montaña y mucha breña, pero su temple frío es más propicio y saludable que el de la cabecera [que fue Comalapa y es hoy Chimaltenango]. Sus tierras, fértiles y acomodadas a toda suerte de cultivo, rinden a beneficio de los dueños grandes provechos y conveniencia. Su iglesia, a proporción de su vecindad, cuenta con suficiente adorno a su culto en sus retablos y alhajas de altar y sacristía…

Tienen estas gentes todavía sus lenguas (ergativas), sus cuerpos (acostumbrados al frío) y sus paisajes (bellísimos): las tres casas del ser, como dice Agamben. Sus paisajes, pero, como se verá, no siempre así sus tierras, que hasta hace no mucho tiempo fueron comunales.

Usted, que ejerció el ministerio en Argentina, conoce la pobreza material. Pero me pregunto si imaginará lo que es ser pobre y Kaqchikel hoy en día en un lugar naturalmente rico y hermoso como Canjá, donde la gente trabaja de sol a sol sembrando en la poca tierra que les queda y también en tierras ajenas, las tierras que fueron de sus antepasados y de las que han sido despojados.

Yo lo invito, con humildad y con el mayor respeto, a venir algún día a ver este paisaje, Padre. Todo paisaje es único, claro, como cada cara. ¿Pero dónde vio Usted un lago azul rodeado de volcanes de conos casi perfectos, por un lado, y, por otro, laderas y montañas verdísimas, las más altas de ellas cubiertas de bosques que parece que tocan el cielo? Uno de sus representantes en estas tierras de indios, el obispo de la diócesis de Sololá, lo podría testificar. Él vive a orillas de ese lago azul, en una localidad turística llamada Panajachel. Yo, de venir Usted a visitarnos algún día, le aconsejaría alojarse ahí y no en la cabecera departamental de Sololá, montaña arriba, un pueblón abigarrado y muy ruidoso, que también es uno de los centros más importantes de poder comunitario y religioso Maya’ Kaqchikel.

Las llamadas cofradías en Latinoamérica son, como Usted sabe, instituciones impuestas por la corona española para controlar la conducta de las poblaciones indígenas conquistadas y velar por el orden monárquico. La religión maya, practicada en la actualidad a lo ancho y largo de la república de Guatemala y en partes de México, Belice y Honduras, tuvo desde siempre representantes influyentes que lograron negociar con ambas partes (es decir: con los españoles dominadores y con sus propios subordinados mayas) para incluir en su sistema de creencias rituales, íconos y leyendas judeocristianos que se han ido entretejiendo con los de la religión maya para generar nuevas formas de experiencia y expresión religiosas. Varios elementos de la religión maya que fueron prohibidos durante la colonia han subsistido hasta el día de hoy, confundidos o disimulados con tradiciones cristianas, y ahora resulta casi imposible desentrañar o separar, y aun distinguir en ciertos casos, los unos de las otras. Pero aparte del aspecto puramente religioso, las cofradías en toda América se caracterizan por su función múltiple: sirven también como órganos de orden económico y político o comunal, y aquí se han convertido en legítimos reductos de la cultura maya.

Hoy en día, la calidad de las cofradías está sustentada y es reconocida por la Constitución Política de Guatemala (Capítulo Segundo, Sección Tercera, Protección a grupos étnicos). Y disculpe, Padre, por favor, que me detenga en detalles técnicos que tal vez son de su conocimiento, pero me parece necesario tenerlos presentes para poder apreciar el posible valor de los argumentos que siguen. Pese a su nombre originario, la Cofradía del Sacramento de la Iglesia Católica de Santa Cruz Canjá es en realidad –y ha funcionado como tal durante siglos– una autoridad Kaqchikel autónoma, distinta de la Iglesia católica, cuyos representantes son elegidos según sus propias normas por los cofrades y otros principales del pueblo en un orden jerárquico ascendente. Sin embargo, el obispo de Sololá –aunque convendría decir: una sucesión de obispos de Sololá, a partir de mil novecientos noventa y tantos– sostiene, en principio, que “todo ¡bien poseído por las cofradías pertenece a la Iglesia católica”. Apoyados en este principio arbitrario (¿tal vez eclesiástico o canónico?), con el fin de apropiarse de unos terrenos (que fueron, desde el siglo XVII, por cédula real, propiedad de las cofradías de Canjá, y que en 1977 quedaron reinscritos en el Registro de la Propiedad vigente a nombre del representante legal de la Cofradía del ç Sacramento), sus santos ministros, Santísimo Padre, han llevado a cabo una serie de actos que parecen indignos de quienes pretenden seguir la doctrina o la ética cristiana, y que, a nuestro entender, son también anómalos, por no decir fraudulentos.

“El problema en todos estos lugares es la posesión de tierras –opina el sacerdote diocesano que a finales de 1995 expulsó del templo católico de Canjá a varios cofrades. (Pues, como cuenta el abogado representante de la diócesis de Sololá en este conflicto de tierras: “Existieron poco más de treinta personas que fueron expulsadas de la Iglesia católica por desobediencia”.) Y continúa el padre expulsor–: En San Martín Jilotepeque fue lo mismo, y no es que solo yo hubiera sido, ya el problema venía y siguió. Hay un calvario en San Martín que administraba un grupo de cofrades. Y cuando se quiso pasar a nombre de la diócesis este terreno es cuando empezaron los problemas, porque ellos dicen que son los dueños. Se opusieron a que se pasara la escritura a nombre de la diócesis, amenazando con violencia y toda la cosa. Pero si hay una orden de que se pasen esos terrenos a nombre de la Iglesia, uno lo hace.”

Pocos recordarán hoy que la nueva iglesia de Canjá fue erigida hace solo cuarenta años. El templo colonial, terminado en el siglo XVII, fue destruido por el gran terremoto del 4 de febrero de 1976, que arrasó Canjá así como decenas de poblaciones del altiplano guatemalteco. Un sacerdote franciscano, el padre Gino Olivo, italiano, párroco de la vecina Zaragoza, aparece en la portada de un periódico local el 1 de febrero de 1980. Posa junto a un coronel y un empresario no mayas durante la ceremonia inaugural en el atrio del nuevo templo. “En primer lugar vimos enarbolar las banderas de las cofradías”, dice la nota del semanal Variedades de Amatitlán, acompañada de una foto donde aparecen los notables mayas del pueblo con sus trajes ceremoniales en el atrio de “este hermoso templo, cuya inauguración y bendición apreciamos en aquel inolvidable día”. El secretario de la Cofradía de la Santa Cruz conserva en sus libros de actas y cuentas, los que es tradición llevar en muchas cofradías mayas, detalles de quiénes donaron cuánto dinero para la construcción; quiénes acarrearon tantas piedras; quiénes trabajaron cuántas horas; quiénes hicieron esto o aquello en aquel tiempo. Del padre italiano los cofrades guardan muy buen recuerdo. “Eso era trabajo comunal. Yo trabajé doce o trece años a la par del padre Gino y nunca tuvimos problemas –afirmaba hace poco don Melchor Chicoj, uno de los cofrades mayores de Canjá (que fue expulsado de la Iglesia católica y ejerce, desde el 2009 hasta el día de hoy, bajo la guía de la iglesia siro ortodoxa de Guatemala)–. Pero él era italiano, y llegó el momento en que tuvo que volver a su tierra, por la edad”. Después del padre Gino, la diócesis de Sololá asignó a Canjá a un párroco de Patzicía, y luego a otro, con quienes los cofrades dicen que tampoco tuvieron problemas.

“Uno enfermó, el otro tuvo que irse a otra parte –cuenta el cofrade Melchor, a quien entrevistamos mi colaboradora la licenciada Menchú y yo en el patio de su casa de suelo de barro en Canjá–. El gran problema se inició en 1994 o 1995, cuando mandaron a Maximiliano Xitimul, un sacerdote diocesano. Él es el que vino a deshacerlo todo, a sacar la cofradía, a los catequistas, a los coros que nosotros dirigíamos, vino a destruirlo todo”. Originario de Chimaltenango y de ascendencia maya, el padre Max –como le llamaremos– traía ideas nuevas. Lo dice él mismo hoy en día: una de ellas era erradicar viejas costumbres. Desde el púlpito –según atestiguan algunos ancianos feligreses de Canjá y de Pat­zicía– insultaba a los cofrades. Los llamaba borrachos, idólatras, malos cristianos. “¡Ustedes, váyanse a adorar al barranco! ¡No son bienvenidos en esta iglesia! Yo todavía soy joven para arremangarme la sotana. Que venga cualquiera y aquí se va a ver quién es el verdadero hombre, eso es lo que nos decía”, cuenta don Melchor.

Ofendidos, los cofrades escribieron a la diócesis de Sololá para pedir al obispo que mediara. ¿No podían llamarle la atención al padre? 

En una entrevista concedida a la licenciada Menchú el 9 de febrero del 2019 en la oficina parroquial de Chimaltenango, este sacerdote reconocía: 

“–Todo lo económico lo manejaban ellos. Las cofradías eran las que administraban todo. Ellos eran los dueños.

–¿Ellos tenían las llaves del templo?

–Todo, todo, todo. Absolutamente todo.

–Y cuando usted quería entrar en el templo, ¿qué hacía?

–Ellos abrían. Tenían una persona encargada. Un sacristán.

–¿En qué momento la Iglesia toma posesión del templo?

–Lo que pasó es que ellos, al ver que se les estaban quitando sus costumbres y que perdían la autoridad de antes, tuvieron la buena idea o mala idea de presionar.”

Escribieron, en efecto, alrededor de veinte cartas a la diócesis de Sololá, pero no recibieron respuesta. Fueron en comitiva al obispado, y no los atendieron. Más adelante, en una carta escrita en papel sellado ante notario, con las firmas de los cofrades principales y el alcalde municipal, y con copia al juez de paz de Santa Cruz Canjá, el 3 de noviembre de 1998 insistían:

 

A la Diócesis de Sololá.

Distinguido Representante:

Con todo el honor y respeto que usted merece, nos permitimos en esta oportunidad saludarle como pastor de la Iglesia. Como es ya de su conocimiento, la iglesia católica de nuestro municipio está dividida. Nosotros, como cristianos integrantes de la cofradía, hemos luchado para resolver el problema, buscando el diálogo, pero lamentablemente no se nos ha escuchado. Según la historia de nuestro municipio, la cofradía ha defendido siempre los bienes de la Iglesia. En tiempos anteriores no habíamos tenido problemas, pero a la llegada del sacerdote Maximiliano Xitimul surgieron los problemas, al sacarnos él de la iglesia, y al nadie ofrecer soluciones cuando se solicitó la intervención de las autoridades eclesiásticas. Por lo tanto, SOLICITAMOS su intervención...

 

Necesitaban que alguien llegara a Canjá a decir misa, a bautizar, a confesar. Era una necesidad espiritual la que sentían, aseguran. Y no podían seguir tolerando los insultos que durante los sermones profería en el templo (el templo que ellos mismos habían ayudado a construir en labor omunal) el nuevo padre, domingo tras domingo. Además, los terrenos ocupados en ese momento por la iglesia y la casa parroquial pertenecían a la cofradía de Canjá, como lo probaban las escrituras que los cofrades tenían en su poder. Por fin,

presentaron una queja formal en un juzgado de paz de Chimaltenango, y así se originó, junto con el nuevo siglo, el pleito legal contra la Registradora General de la Propiedad de la Zona Central y la diócesis de Sololá y Chimaltenango por cuatro fincas en el municipio de Santa Cruz Canjá, propiedad de la Cofradía del Sacramento: el terreno donde estuvo la iglesia colonial; un terreno ocupado por la casa parroquial y el convento; un lote baldío en el

área urbana, y un terreno cultivable en Chirijuyú, una aldea en las afueras de Santa Cruz Canjá. 

En la entrevista ya citada, el padre expulsor sostiene:

“Los cofrades no tenían la capacidad, la instrucción para trabajar aquí pastoralmente. Ellos lo único que querían era la costumbre, seguir con sus costumbres, porque eso es lo que les gusta a ellos y nada más”.

Pero la costumbre es sinónimo de rito, de acto religioso, en estas tierras. “Es lo que aprendimos de nuestros abuelos, que pedían permiso a la tierra y al bosque para trabajar allí.” “Es nuestra manera de agradecer y de pedir bendiciones.” “Es nuestra forma de conexión mediante el fuego, las flores y las velas. Así nos conectamos con el universo.” El padre Carlos Rafael Cabarrús S. J. –antropólogo con títulos de maestría y doctorado, amigo y consejero– explica en su valioso trabajo La cosmovisión Q’eqchi’ en proceso de cambio (San Salvador, UCA, 1979), en el capítulo titulado “La costumbre, el rito maya Q’eqchi’”: Ellos [los mayas] suelen usar la palabra costumbre para explicar unas ceremonias que tienen mucho que ver con la tradición. Estos fenómenos significados en la “costumbre” son en realidad una acción ritual, la forma de plasmación de la cosmovisión que tiene como finalidad mantener unida la sociedad.

–Los cofrades decían que yo era prepotente – comenta el padre Max–. La verdad es que ellos no tenían respeto a lo que era un sacerdote, olvídese. El sacerdote era un cualquiera y ellos no tenían un conocimiento, una formación o vivencia de qué es un sacerdote. Es un hombre nada más, y punto. No tenían conciencia. ¿Qué es un sacerdote?, ¿qué es un obispo? ¿Qué es eso? Y si van con el Papa y el Papa no les hace caso tampoco vale el Papa. Yo digo: yo soy prepotente. ¿Pero qué es eso? Yo a veces ni siquiera entiendo esa palabra. Ellos la usan porque en otros lados la oyen, ¿pero qué es? En ningún momento hice yo alguna cosa que pudiera dañar a los cofrades. Hablar fuerte, ese es mi estilo, no me lo quito. Pero bueno, Jesús también tuvo momentos en que habló fuerte y tal vez hasta abusivamente, como cuando sacó a los mercaderes del templo. Eso no fue una cosa tan mansa... Él es Dios y puede hacerlo, y uno tiene que ver si uno también es fuerte. Yo soy el que soy hasta la muerte, y dondequiera voy a hacer lo que es correcto –concluye.

Pero el padre Max hizo, entre 1997 y 1998, algo que nos parece incorrecto. Da instrucciones a un abogado, o quizá simplemente sigue los consejos de este –¿o las órdenes del obispo de Sololá y Chimaltenango?– para iniciar el proceso de traspaso de las propiedades de la Cofradía del Sacramento a nombre de la diócesis de Sololá. Este proceso no sería nada fácil, nada sencillo. Era necesario, primero, nombrar nuevos cofrades, pues solo un cofrade puede representar legalmente a una cofradía. Pero esto violaba las reglas de las cofradías legítimas, como el padre Max y el obispo de Sololá y Chimaltenango y el abogado que los representaba debían de saber. Y aun así decidieron atribuir el título de cofrade a un vecino de Canjá que no había tenido ninguna relación significativa con la Iglesia ni con los cofrades legítimos.

El nombre de Tomás Xiril aparece en varios documentos legales archivados acerca de este conflicto de tierras. Fue nombrado cofrade y mandatario de la Cofradía del Sacramento en 1998 por orden de monseñor Raúl Antonio Martínez, obispo de Sololá y Chimaltenango en ese momento (arzobispo interino de la arquidiócesis de Guatemala desde el año pasado, por deseo de la Santa Sede). Y en el 2004 actuó como donante “a título gratuito” de las cuatro fincas de la cofradía a la diócesis de Sololá. Entrevistado el 9 de febrero de este año en un salón de la casa parroquial de Canjá, el generoso mandatario y donante cuenta que, antes de ser cofrade, había sido fletero. El día que la licenciada Menchú llegó a buscarlo a su casa, estaba ocupado tiñéndose de negro el pelo (“Todavía me quedan un par de años, señorita”), y la hizo esperar más o menos una hora, mientras duraba el procedimiento cosmético. Además del pelo recién pintado, tenía la dentadura adornada con estrellas de oro y plata. Quería invitarla a hacer la entrevista en la casa parroquial: se reu­nirían allí con don Felino Sei, exsacristán. Don Felino, que también estaba dispuesto a ser entrevistado, se refirió a él de manera jocosa como “el rico del pueblo”.

“Me mandaron, por ahí por el noventa y ocho, una nota para ver si estaba en mis posibilidades colaborar con la iglesia –cuenta don Tomás–. Yo acepté en ese instante. Antes yo no funcionaba aquí en la iglesia, tenía otros trabajos personales. Era dueño de una pequeña empresa llamada El Águila Solitaria [fundada en el año 2000, según el Registro Mercantil]. Fleteaba toda clase de productos de aquí a la capital. Después se amplió mi trabajo, y ya tuve una fabriquita de bloques y otros materiales de construcción. Ese era el tiempo del padre Max. En ese tiempo no había parroquia todavía acá, la casa parroquial estaba en Patzicía y el padre solo venía a decir misa o a bautizar. Cuando lo mandaron a otra parte, nos dejó una pequeña nota explicando que tal vez habría algún problema. “Pues por ahí van a aparecer unos problemitas –nos decía–, ahí los atienden”. Ese era el padre Max. Nos dejó esa nota, un papelito así de simple, nada más, no hay más explicación. Y de repente, pues aparecieron, apareció el problema con los hermanos separados. Me explicaron que mientras no hubiera cofrade acá no se podían realizar las escrituras. Así fue co­mo empezaron a hacerse los trámites para el traspaso de las escrituras a mi nombre. Fue Mauricio, el abogado de la diócesis. Él me hizo representante legal, nombrado directamente por monseñor”.

–¿Estuvo en alguna reunión con monseñor Martínez?

Titubea y responde:

–No.

Y sin embargo, hemos tenido a la vista una copia de la “Escritura de Donación de bien inmueble entre vivos” por medio de la cual este cofrade solitario cedió las tierras de la cofradía a la diócesis de Sololá.

En este documento el abogado de la diócesis certifica que ante él comparecieron el 14 de diciembre del 2004, por una parte, Tomás Xiril, mandatario especial con representación con cláusula especial para disponer en donación de la Cofradía del Sacramento de la Iglesia Católica de Santa Cruz Canjá (efectuada por la Registradora General de la Propiedad de la Zona Central), y por otra, Monseñor Raúl Antonio Martínez Paredes, Obispo de la Diócesis de Sololá y Chimaltenango y representante legal de la misma…

Ya sea la escritura pública o el cofrade faltan, pues, a la verdad.

“¿Y con Mauricio se reunió?”

“Ah, sí.”

“¿A él ya lo conocía de antes?”

“De hacía ratos, sí. Yo el cargo lo acepté y él empezó los trámites.”

“¿De quién eran antes estas tierras?”

“Pues estaban a nombre de Gregorio [Sirín, cofrade principal saliente de la Cofradía del Sacramento], pero ahí se iniciaron los trámites para que se pusieran a nombre mío y después hacer el traspaso legal a la diócesis.”

“Entonces, según la diócesis, la cofradía sigue existiendo.”

“Sí. Mientras dure este proceso, sigue existiendo, pues.”

“¿Hay más cofrades aparte de usted en la iglesia?”

“No.”

Si el instigador del conflicto con los cofrades fue el padre Max, el activador fue el abogado de la diócesis de Sololá y Chimaltenango, que vive en la Antigua Guatemala y a quien entrevistamos hace poco en su despacho, un local pequeño y recargado cuyo techo está adornado con pendones celestes y blancos, como de iglesia de pueblo. Antes de ser abogado, fue maestro de física. Educación física, aclara. Para él, los cofrades son una partida de ignorantes y abusivos y –francamente, dice– ya está cansado de todo este asunto, que lo ocupa desde hace más de doce años.

“La Registradora solo cumplió, solo inscribió y punto –asegura, aunque más de un tribunal departamental y una corte de apelaciones determinaron en su momento que “la Registradora debió rechazar estos documentos [que permitían a la diócesis de Sololá apropiarse de un bien ajeno], puesto que son espurios y fueron otorgados con el ánimo de despojo”–. Ella no hizo ningún acto anómalo, solo anotó –insiste el abogado–. Y pues, aunque ganen el amparo nunca van a lograr tener la tierra, esos pelones. La posesión nunca la van a tener, ni siquiera la de ese único terreno, que ellos lograron en un amparo a su favor, bajo esa estrategia de presentar las demandas separadas para ver quién caía y mordía el anzuelo”.

En el año 2015, después de que la cofradía ganara sucesivamente varios recursos de amparo, el caso llegó a los tribunales de la Ciudad de Guatemala. 

Sigue hablando el abogado de la diócesis:

“Así que le dije al obispo Martínez: yo estoy interesado en pedir una vista pública. En la Ciudad de Guatemala. Quiero explicar a los magistrados que van a dictar sentencia cómo es el asunto, quiero explicárselo de viva voz. Y le dije al padre: Hablémoslo claro. Es la Iglesia la que está metida en un conflicto contra veinte pelones. Yo voy a hablar con los magistrados y yo los voy a tratar de convencer, pero quiero causarles un impacto. La sala de vistas la quiero llena de feligreses católicos. El grupito de veinte (cofrades y principales de Canjá), por ahí separados, solitos, que vean la realidad de las cosas, padre. ¡Quieren pelearse con la Iglesia! Muy bien, me dijo el obispo. Entonces, le dije yo, déjeme averiguar cuántas butacas tiene la sala de vistas, y ustedes lo analizan. Muy bien. Lo arreglaremos, dijo él. Si no estoy mal, vinieron unas cuatrocientas personas”.

El obispo de Sololá y Chimaltenango que sucedió a monseñor Martínez en el año 2007, y cuyo nombre no hace falta mencionar, nació en Madrid en 1954 pero ha vivido en Guatemala desde muy joven, como Usted sabrá. Según consta en un curriculum vitae elaborado por la diócesis de Sololá, este nuevo monseñor es además filósofo, teólogo, humanista y politólogo. Fue rector de la Universidad Rafael Landívar de Guatemala y fungió como columnista regular en las revistas Tinamit y Crónica y en los diarios Prensa Libre y elPeriódico durante más de una década (1992-2005), y en este contexto se convirtió en defensor moral (aunque no siempre) de las industrias extractivas, incluyendo la minería de oro y plata a cielo abierto en territorios indígenas, y de otras manifestaciones de lo que alguien ha llamado “la codicia ilustrada”. Él aparece como querellante y representante legal de la Iglesia católica en los últimos amparos contra los cofrades de Canjá. No nos ha concedido hasta la fecha una entrevista personal, pero accedió a una entrevista telefónica, muy breve pero también muy reveladora. La voz un poco tensa, el obispo cuenta a la licenciada Menchú: “La diócesis comprende treinta y cinco municipios. Canjá es uno, el más pequeño, y tiene este lío, pero no es que yo esté dedicado a esta casuística de litigios. Yo firmo porque me toca firmar. Y sé que es un abogado serio el que nos ha llevado el caso. Pero no estoy al día. No estoy en los detalles.”

La licenciada cambia el tema.

“Las cofradías en Guatemala creo que comenzaron a partir del siglo XVI –explica ya menos tenso y con autoridad este filósofo, humanista y teólogo–. Después funcionaron como organizaciones religiosas y civiles. A finales del siglo XIX ocurrió la expulsión del clero, con lo que muchos pueblos dejaron de tener sacerdotes en sus iglesias durante décadas. Las ceremonias mayas se realizan al margen de la Iglesia, en algún cerro o lugares sagrados que les llaman, pero ese es un nombre que comenzó a usarse en los últimos veinte años. Todo ese mundo que siempre ha existido de costumbre y costumbrista y que se ha politizado en torno a la identidad indígena militante y que hace muchas ceremonias, ahora, en el siglo XXI, es de carácter más reivindicativo que religioso. Significan ceremonias de autoafirmación, poder local y poder general. Un fenómeno de los últimos cuarenta años que consiste en reconocer un mundo maya que hace cincuenta años no existía. (Las itálicas, Padre, las he puesto yo.) En ese marco se ubican las cofradías y cada pueblo tiene su propia historia singular y hay anécdotas importantes. Recuerdo que por ahí se dio la historia de un párroco que salió huyendo de un pueblo de esos disfrazado de mujer, porque si no lo linchaban. En Canjá los de la cofradía ahora están vinculados con el padre Guerra de Comalapa y los ortodoxos, aunque antes estuvieron con los anglicanos”.

El padre Guerra, que fue párroco de Comalapa y renunció a los cargos católicos en el 2013, fue excomulgado para integrarse a la Iglesia siro ortodoxa. “Algo tenía yo dentro de mí que no encajaba en los esquemas católicos –decía el padre Guerra, ya convertido en ortodoxo, en una entrevista televisiva realizada hace poco en Comalapa–. Así fue como se dio. Yo no puedo decir ni siquiera que renuncié a la Iglesia católica, me renunciaron a raíz del trabajo que estaba haciendo en apoyo a la comunidad, a veces quizá contra los intereses materiales de cierta gente”.

“Mi impresión –sigue diciendo por teléfono el actual obispo católico de Sololá y Chimaltenango acerca de los cofrades de Canjá– es que son un grupo pequeño y que la mayoría en el pueblo no se siente identificada con una iglesia no católica de disidentes. (Sin embargo, en Canjá ofician en la actualidad por lo menos media docena de iglesias evangélicas distintas, además de la católica, la anglicana y la ortodoxa, que por cierto cuenta hoy en día, en Guatemala, con más de un millón de fieles, y es la de más rápido crecimiento en Latinoamérica, como Usted sin duda sabrá.) –Y concluye el obispo, de nuevo tenso, cuando la licenciada regresa al tema que nos preocupa–: Alguna vez el párroco de Canjá e llevó a ver los terrenos que reclamaba la cofradía y creo que medio los vi. Como representante legal tengo que ser yo el que firma todo lo legal, pero conocimiento directo, inmediato, no tengo”.

En cualquier caso, La verdadera historia del conflicto de tierra que se ha causado a la Iglesia católica en el municipio de Santa Cruz Canjá –como se llama el panfleto que preparó para la prensa el abogado serio de la diócesis de Sololá– no es verídica. Fue la diócesis y no la cofradía, como afirma el panfleto, la que perdió amparo tras amparo en los tribunales departamentales, hasta que la causa llegó a la Corte Suprema de Justicia, en la capital. En mayo del 2015, esta corte mandaba: “Deberá dejarse sin efecto legal alguno en forma definitiva cada una de las inscripciones reclamadas en amparo y las inscripciones subsiguientes [a favor de la diócesis de Sololá], todo con el objeto de que recobren vigencia las inscripciones que acreditan que la Cofradía del Sacramento de Santa Cruz Canjá es la propietaria de cada una de las fincas que se refieren en los actos de autoridad reclamados”. 

Hacia finales de ese año la diócesis volvió a presentar un recurso de amparo. Por alguna razón difícil de explicar, las cortes habían “consolidado” tres de las cuatro fincas en una sola causa, y una de ellas quedó “suelta” y siguió una ruta diferente de las otras tres, pese a que su historial en los registros y en los tribunales es idéntico.

Por vías separadas, ambas causas llegaron a la Corte de Constitucionalidad, la más alta instancia de nuestro sistema de justicia, jocosamente llamada la Corte Celestial, integrada exclusivamente por ladinos de raza blanca. Y esta corte falló de manera contradictoria y sibilina en estos casos formalmente idénticos. Las tres fincas unificadas en una sola causa fueron declaradas propiedad de la Iglesia católica; el pequeño lote baldío en el casco urbano sigue operteneciendo, por resolución de la misma corte, a la Cofradía del Sacramento.

Los cofrades intentaron tomar posesión de este lote por mediación de la Procuraduría de los Derechos Humanos, pero no lo consiguieron. El párroco de Canjá y un grupo de feligreses católicos derribaron el cerco instalado por los cofrades alrededor del sitio y –tal y como les aconsejó hacer el abogado de la diócesis– levantaron el suyo propio y plantaron letreros que decían (contradiciendo así la resolución de la corte): “Este lote es propiedad de la Iglesia Católica”. 

Si Su Santidad sigue leyendo –lo que demostraría que tiene la paciencia de un verdadero santo– ya estará cansado de oír sobre escrituras, abogados y tribunales. Pero ¿le sorprenderá oír que la diócesis de Sololá pretende adueñarse también del pequeño lote que la suerte o la justicia ha cedido ya a los cofrades?

Incrédulo como soy de lo que habrá en el otro mundo, pero confiado en la calidad de Su persona en este, alzo la mirada y, con humildad, sí, en nombre de los cofrades Kaqchikel, cristianos ortodoxos (los que, por cierto, no me han pedido que lo hiciera), elevo a Usted esta queja o protesta con la esperanza de que, si Usted emitiera Su opinión al respecto, podría hacer que la balanza se incline en favor de quienes han sido víctimas de una injusticia y sufren, como juzgó algún magistrado, “un daño permanente”. Además de este daño, a principios del 2016 se produjo otro hecho que parece una ofensa deliberada a los cofrades: la destrucción de aquel “hermoso templo”, donde había lugar para más de dos mil personas –y Canjá, con sus siete mil y tantos habitantes, cuenta con una iglesia distinta para cada mil, como hemos comprobado, de modo que parece poco probable que ahí hubiera problemas de cupo, como mantienen algunos feligreses católicos.

No esperamos que, pase lo que pasare, el obispo de Sololá y Chimaltenango decida entonar una palinodia, aunque eso no estaría mal. Hay en Canjá una excelente orquestina clásica de niños Kaqchikel, gracias a una larga tradición local de cánticos corales, que podrían acompañarle muy bien, si monseñor estuviera dispuesto a retractarse y ceder para que este conflicto se resolviera. Es más probable que gruña un poco, es cierto. Pero, Santo Padre, si pese a la distancia que separa la Ciudad Eterna de la humilde Canjá y los filtros que han de protegerlo a Usted de los ruidos del mundo, y con el poco tiempo que imaginamos que ha de tener para ocuparse de problemas como este en medio de Sus santas obligaciones, de alguna manera pudiera proferir una palabra, o intervenir de cualquier forma, para favorecer a los cofrades y poner a Su Iglesia del lado de la justicia, ¡qué alegría!

Sinceramente,
Román Rodolfo Rovirosa

S.S.: En Guatemala el correo postal, como tantas otras instituciones nacionales, no funciona desde hace tres años. Si Su Santidad tuviera a bien responder a esta misiva sírvase hacerlo al apartado postal:

 

c/o Guatenvía

2666 NW 56th. Street

Miami Fl, 3384552

USA

Rodrigo Rey Rosa
/

Guatemala, 1958. Entre su obra destacan los libros El cuchillo del mendigo (1985), Lo que soñó Sebastián (1994), El material humano (2009, Alfaguara, 2017) y Severina (Alfaguara, 2011), además de La orilla africana (1999) y El tren a Travancore (2002). Recibió el Premio Nacional de Literatura de Guatemala Miguel Ángel Asturias en el 2004, el Premio Siglo XXI a la mejor novela extranjera del año otorgado a Los sordos por la Asociación China de Literatura Extranjera en el 2013 y el Premio Iberoamericano de las Letras José Donoso en el 2015. Cartas de un ateo guatemalteco al Santo Padre es su última novela.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    nómadas /

    17/03/2020 9:37 PM

    Chillones, es claro que están viviendo en el pasado, eso demuestra que no están en pleno desarrollo, la búsqueda de la sabiduría es bendición.

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!

    Xenia Geroulanos /

    07/03/2020 10:59 AM

    Precisamente, como dice el Codigo de Derecho Canonico de la iglesia, "El dominio de los bienes corresponde bajo la autoridad suprema del Romano Pontífice, a la persona jurídica que los haya adquirido legítimamente."
    En el texto de Rey Rosa se demuestra que los bienes en cuestion no fueron adquiridos legitimamente por los representantes de la Iglesia. Es este hecho lo que justifica la misiva al Santo Padre.
    Xenia Geroulanos, Zurich, Marzo 6, 2020

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Xenia Geroulanos /

    07/03/2020 10:58 AM

    Precisamente, como dice el Codigo de Derecho Canonico de la iglesia, "El dominio de los bienes corresponde bajo la autoridad suprema del Romano Pontífice, a la persona jurídica que los haya adquirido legítimamente."
    En el texto del Rey Rosa se demuestra que los bienes en cuestion no fueron adquiridos legitimamente por los representantes de la Iglesia. Es este hecho lo que justifica la misiva al Santo Padre.
    Xenia Geroulanos, Zurich, Marzo 6, 2020

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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