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El autoerotismo de las “mujeres fatales” y la resistencia femenina

El autoerotismo puede verse como un relato paralelo a la construcción de la propia identidad. La construcción de la persona a través de lo que le produce placer, sus límites y su capacidad de indagar, para conocerse mejor.

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Esta es una opinión

Theda Bara en Carmen

Foto: Fox Film Corporation

Para mí, muchas veces el placer que desencadena un “encuentro sexual” se origina desde antes del encuentro mismo. Empieza en todo lo que me imagino que sucederá, con la elección de la ropa que usaré, el maquillaje, el perfume y la música que escucho mientras me arreglo. Todo ese preámbulo es una especie de ritual íntimo y exclusivo.

El descubrimiento literario más interesante que tuve de esta especie de autoerotismo que describo, fue a través de la novela “El amante de Lady Chatterley”. Casi al comienzo de la novela, el narrador nos dice:

"Y por mucho que se la enfocara con sentimentalismo, la cuestión del sexo constituía uno de los más viejos y sórdidos vínculos y ataduras. Los poetas que la glorificaban eran, en su mayoría, hombres. Las mujeres siempre habían sabido que existía algo mejor, más elevado. Y ahora lo sabían con más certeza que nunca. La hermosa y pura libertad de la mujer era infinitamente más maravillosa que cualquier amor sexual[2]."

El deseo femenino y, sobre todo la libertad sexual, siempre ha causado intriga y por eso ha sido moralmente castigado. Uno de los ejemplos al respecto surgió en la industria del cine silente, con la figura de la vampiresa. La vamp recoge las figuras míticas de Cleopatra, Salomé, Carmen y sobre todo de las dos compañeras de “Drácula” en la novela de Bram Stoker.

Se trata de una mujer “sexualmente liberada” peligrosa y seductora. El antecedente de la femme fatale del cine negro de los 40’s. Sobre la actriz Theda Bara, la primera gran vamp, escribe un periódico:

“nadie resistía el embrujo de sus ojos maquillados con khol; su mirada punzante, su triste hermosura, las caricias de sus negros cabellos y como las sirenas de Ulises, atraía a los incautos al abismo de sus anhelos ocultos, haciéndoles soñar que la podían poseer.”[3]

Así, las vamp y las mujeres fatales utilizan “sus encantos” (ya sea su belleza o sus técnicas de seducción) para provocar “la perdición” de los hombres. Pero a mi parecer, el deseo femenino no está en función de satisfacer otra cosa, mucho menos el placer masculino. Una mujer no es sexy (una cualidad que siempre es un atributo desde los ojos del otro), porque se le considere así por alguien más.  Se asume así misma sexy a través de conocer su propio deseo.

Estas figuras femeninas también dan cuenta del valor socialmente construido que se le puede otorgar al sexo. Mientras que la búsqueda de un hombre por una vamp conduce al encuentro sexual, ellas seducen por un excedente de placer: una recompensa económica o social, por eso se les considera mujeres frívolas que curiosamente siempre son redimidas por el amor romántico, un amor “purificador” y sin plusvalía.

Por eso me parece importante la cita de “El amante de Lady Chatterley” a propósito de la libertad sexual: más que la condena por el uso frívolo del sexo con las vamps, lo que me interesa resaltar es la importancia del descubrimiento del autoerotismo, del placer y del sexo independiente de la búsqueda del amor romántico que siempre es el componente trágico de toda historia sobre una mujer fatal.

En el autoerotismo, al contrario de la masturbación que es genitalizada, encontramos el gozo en nuestro cuerpo a través de lo que nos produce placer haciendo uso de todos nuestros sentidos: escuchar una melodía, sentir algún tipo de tela en particular, saborear algo. Por eso tanto la figura de la mujer fatal como el autoerotismo, y en general el deseo femenino (más distante del placer enfocado al coito) son dos ejemplos de resistencia femenina.

Si a través de la historia se ha buscado mutilar el placer femenino haciéndonos creer que el coito es el único responsable de nuestro gozo o el amor romántico el único marco posible para el deseo, las mujeres (y las vamps y las femmes fatales son un ejemplo de ello), hemos descubierto maneras de explorar el placer fuera de esta norma.

Esta especie de “resistencia femenina” tiene sus ecos en todas las eróticas que hacen tambalear el modelo coital: a nuestra disposición tenemos todos los mal llamados “preliminares” que prueban que es posible el gozo a través de una exploración integral de nuestro cuerpo, tenemos lenguas, manos, pies, traseros.

A su vez, la idea del amor romántico está siendo fuertemente cuestionada desde diferentes ángulos; a favor de la “mujer fatal” el amor romántico tiene que dejar de buscar opuestos femeninos, es más debe dejar de hacer ideales femeninos en general. La mujer siempre ha estado definida desde la falta, desde la oposición a lo masculino o como un derivado del varón (la costilla de Adán).

En ese sentido, el autoerotismo puede verse como un correlato de la construcción de la identidad, la búsqueda de esa “hermosa y pura libertad” a la que se refiere el narrador de “El amante de Lady Chatterley” puede extenderse a la construcción de la persona, nos construimos a través de que nos produce placer. Es el placer el que nos dice con qué estamos de acuerdo y con qué no. O hasta dónde somos capaces de explorar, nos ayuda a conocernos más.

 


[1]

D.H Lawrence “El amante de Lady Chatterley”, Longseller, Buenos Aires, 2002.

[2]

D.H Lawrence “El amante de Lady Chatterley”, Longseller, Buenos Aires, 2002.

[3]

https://www.nacion.com/archivo/pagina-negra-theda-bara-la-vampiresa-del-silencio/MR3K46YMXRGYBNBFIOJPDTLBI4/story/


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