La relación entre la división de trabajo de género, la familia, el Estado y el cuerpo,
ofrece un argumento mucho más sólido para la descriminalización [del trabajo sexual],
y el trabajo por los derechos reproductivos y derechos laborales
que todos estos chavos condescendientes ‘declamando poéticamente’
acerca de nuestra supuesta auto-explotación.
MS, Dominatrix
El problema con apoyar la autonomía de las mujeres en cualquier espacio que sea,
no es acerca del tipo de autonomía, ni el tipo de trabajo,
sino de la inevitabilidad de que esa libertad sea apropiada por el patriarcado
y trastocado en otra forma de subyugación.
Por ende, el patriarcado debe de desaparecer.
JD, Trabajadora Sexual por citas
Los trabajos normales desaparecieron. El ámbito del trabajo [sexual] es peligroso,
pero hacerlo en la internet me permite ir a la universidad y estar segura a la vez.
JY, Trabajadora Sexual con sitio porno
No tengo que ser trabajadora sexual para defender a las trabajadoras sexuales.
No hay nada malo con desear las mejores condiciones para toda la gente.
Cheska, usuaria de Twitter
Circulan y recirculan, enunciados desde el trono de la verdad absoluta, cualquier cantidad de imaginarios relacionados a delitos sexuales. Uno de ellos, por ejemplo, es que el patrón de violaciones de niños entre sacerdotes es porque estos son célibes y no se les permite casarse, cuando la mayoría de hombres que violan niños son, de hecho, hombres casados que se identifican heterosexuales. Y ahí también se va la otra idea falsa: que los homosexuales están todos interesados en violar niños. Igual otros estereotipos, como que las mujeres son violadas porque lo provocan—vean a cuantas ancianas, monjas y niñas violan y ya ahí debiera haber muerto esa falacia—y que las trabajadoras sexuales son todas mujeres viciadas y viciosas, sin autoestima, merecedoras de todo desprecio, lástima y desdén.
Los epígrafes que leen arriba son comentarios en Twitter que muestran un conocimiento a fondo, no solo de las condiciones de trabajo del trabajo sexual en el Capitalismo, sino que algunas además conocen también sobre los marcos teóricos con que se analizan estos fenómenos sociales a nivel académico, en las ciencias sociales, en los ámbitos de políticas públicas, y demás. ¿Por qué? Pues porque muchas de ellas—más de las que se imaginan—van a la universidad. Varias de las mujeres con las que hablé están en programas de maestría y doctorado y hasta dan clase. Sus campos de estudio, según sondeos recientes, cubren una amplia gama: psicología, ciencias naturales, literatura, educación.
¿Porqué, si son catedráticas, persisten en el trabajo sexual? Pues porque les puedo decir por experiencia personal que el trabajo de ser profesora universitaria en los Estados Unidos, a menos que se haya logrado un contrato por “tenure” o “tenure track”, no alcanza para vivir. No solo no alcanza para vivir, sino que muchas universidades contratan del 75 al 80 por ciento de su profesorado a través de contratos temporales llamados “adjuncts” (agregados), sin beneficios ni prestaciones.
Así, una enorme cantidad de profesores universitarios viven con segundos trabajos—de panaderos, de bartenders, escribiéndole sus tesis a otros a través de sitios web que les permiten el anonimato, de tutores en programas de refuerzo de tareas, en fin, de cualquier cosa cuyos horarios les permitan seguir en la U, seguir dando clases y pagar la renta. Yo tenía que dar clase en diferentes universidades cuando daba clase en la U para sacar mis maestrías y doctorados a pesar de que estaba becada—tenía colegas extranjeros trabajando –ilegalmente, incluso-- dando clases de francés, italiano, cocinando en restaurantes, etc. porque las becas estudiantiles no alcanzan tampoco. Todos teníamos que trabajar en secreto porque los programas de maestría y doctorado nos prohíben trabajar fuera de la U. Pero ¡el trabajo universitario no da para vivir! Y cada vez está peor la situación.
¿Empiezan a ver porqué, entonces, no es tan sorprendente que personas en estos programas se dediquen al trabajo sexual? Y lógicamente, ustedes dirán, “pero si paga tan mal ¿por qué persisten en dar clase en las universidades?”
¡Y esa es la pregunta del millón! La ilusión de casi todos es que algún día los saquen del pantanal indigno de estar dando clases como agregado por migajas que no alcanzan ni para la renta—muchos dan hasta 6 clases universitarias cada semestre y eso no es vida, así no hay quien pueda dar clase bien. Y uno que otro logrará salir de ese pantanal al lograr el codiciado contrato por “tenure track” que los lleve al final del arco iris, el contrato de tenure. La mayoría pasarán años—hasta una década, quizás—como agregados hasta que poco a poco van tirando la toalla y deciden buscar algo más.
Pero este es el asunto: la mayoría persisten simplemente porque verdaderamente aman dar clases, les apasiona, y no quieren hacer ninguna otra cosa que eso. Tienen vocación. En cuanto les da para vivir, se salen del trabajo extra que hacían para pagar la renta pues, además, no consideran digno que sus estudiantes los descubrieran en un bar vendiendo tragos y mucho menos, haciendo trabajo sexual.
Otro punto interesante es que muchas de las mujeres con las que he hablado, logran un buen vivir del trabajo sexual. Las dominatrix, por ejemplo, por protocolo no duermen con sus clientes. Ellas se consideran trabajadoras sexuales, pero no tienen relaciones sexogenitales con los clientes pues eso es camino seguro a dejar de ser buscadas y, si trabajan en una casa de sadomasoquismo, va contra las reglas. Igual los clientes no les pagan para tener una relación sexogenital con ellas, si bien eso no significa que no habrá satisfacción por parte del cliente.
Otras con las que hablé que estudian, se dedican a la prostitución convencional a través de una agencia con una lista de clientes---así pueden mantener esa parte de su vida secreta. Otras tienen sus propios sitios porno en la Internet. Algunas son transgénero. Hay de todo. Y como dato interesante, muchas se interesan en estudiar psicología pues me cuentan que su trabajo resulta terapéutico: los clientes insisten en contarles sus problemas siendo que ya se sienten en confianza de pedirles cosas que no le piden a sus parejas—si es que las tienen—o, en el caso de las dominatrix, se interesan en la psicología porque encuentran fascinantes las peculiaridades de sus clientes, hombres o mujeres “normales” que funcionan como cualquier otra persona en la cotidianidad, simplemente su preferencia sexual les lleva a querer ser castigados o castigadas de maneras rituales y sensuales.
Los epígrafes del texto de hoy se refieren a un gran debate que hay en Estados Unidos—desde hace años, pero es un debate que a veces recrudece—sobre los derechos de las trabajadoras sexuales, sobre el trabajo sexual como la venta de la fuerza del trabajo como cualquier otra, sobre los derechos reproductivos y la división de trabajo por género. El debate se extiende al público con, me parece a mí, una creciente ola de apoyo público por las trabajadoras sexuales. Y no siempre de la izquierda. En algunos casos, por ejemplo, de la izquierda salen las más duras críticas a estas mujeres, incluso comparándolas a rentistas u propietarias de inmuebles, siendo que “alquilan sus vaginas” y, por ende, no merecen protección como obreras. O, a veces, las revictimizan de maneras condescendientes.
Por otro lado, recuerdo haber conocido hace un par de décadas al dueño de un burdel de Las Vegas—en esa ciudad, son legales—y el hombre les otorgaba todas las protecciones y prebendas laborales a sus trabajadoras y las trataba con todo respeto. Pero este hombre era también acérrimamente de derechas, libertario convencido. Aun así, existe mucho estigma y marginación y poca solidaridad incluso de grupos activistas de derechos de mujeres y, como he dicho, algunos grupos de izquierda, aunque sean bienintencionados. O sea, llegan con intenciones de ser “los salvadores” cuando lo que necesitan son aliados.
Y es que hay que ver cuantas se consideran desempoderadas. Muchas no se ven así, que no es decir que no vivan en situaciones de explotación. Con todo, he conocido a mujeres que, a pesar de que no lo desean, se ven sin más recurso que ejercer el trabajo sexual, aunque sea ocasionalmente, porque no hay trabajo y es lo que queda. Estas son mujeres como cualquier otra, de hecho, una era abuela y la llamaban así en su barrio. Pero nadie le daba trabajo formal porque se acercaba ya a los 70. Rentaba su habitación a una trabajadora sexual ocasional para sus asuntos con clientes y a veces, le pagaban a ella por prestar servicios sexuales también. De lo contrario, ese mes no ajustaba para su alquiler.
La vulnerabilidad en que se encuentran es siempre extrema, aunque trabajen en ámbitos relativamente privilegiados. Por ejemplo, un par de las mujeres han confesado a sus asesoras de tesis que hacen trabajo sexual, creyendo que encontrarían ahí solidaridad y comprensión. El resultado fue lo opuesto, las chantajean con descubrirlas ante las autoridades de la universidad y las humillan y denigran. Otra estudiante se volvió la comidilla de las redes hace poco, porque una compañera encontró su sitio porno en la internet y la delató en la universidad.
Yo estaba comentando esto con una persona que conozco, usualmente gentil y sin muchos prejuicios, y su respuesta fue el comentario que encabeza este texto. Como si por el hecho de ejercer el trabajo sexual, automáticamente no tienen derecho a educarse. O como si una parte oscura de muchos seres humanos desea que a su prójimo no salga adelante, que le vaya mal, especialmente si infringe las reglas sociales. En todo caso, existe poco conocimiento y poca empatía y eso precariza aún más su situación.
Y si creen que este problema no existe en países con fuerte inversión social, uno de los estudios estadísticos que leí es de Berlín y el otro en Inglaterra, donde es también más común de lo que el público en general se imagina. He de agregar que, para la mayoría con quien he hablado o seguido en las redes, este es percibido como una ocupación temporal. De hecho, dicen que no hay nada más falso que la percepción de que el trabajo sexual es “trabajo fácil”. Sea o no una percepción realista de su potencial de generación de ingresos a futuro, todas vislumbran dejarlo algún día y dedicarse de lleno a la profesión para la cual estudian.
Espero que así sea, si es lo que ellas desean, aunque también, sin siquiera buscar mucho, conocí dos dominatrix que están en sus 60, exitosamente activas profesionalmente. Es posible que, por ser el ámbito sadomasoquista considerado una de las ocupaciones más elevadas en el ámbito de trabajo sexual, presenta mejores condiciones laborales y menos ocasión de contagio de enfermedades. Por ende, las personas permanecen más tiempo en este. Por otro lado, un reportaje reciente (Ryerson 2020), encontró que la mayoría de estudiantes entrevistados, que se dedican al trabajo sexual, lo consideran trabajo “de verdad”, dicen que han tenido pocas experiencias negativas (aunque las que han sufrido son preocupantes) y argumentan que no es explotación mientras no exista ningún tipo de coerción o violencia. Sobre esto último, por supuesto, hay mucha tela que cortar, comenzando con la falta de validación legal y protecciones laborales a que están expuestos, pero ya no me da el espacio.
Para finalizar, resulta que como en todo campo laboral, el capitalismo salvaje ha hecho incursiones y todas comentan que al menos en los clubs y burdeles legales, se les pretende explotar mucho más que antes, con más horas de trabajo, menos prestaciones laborales y menos ingresos. ¡Oh, sorpresa! ¿No? Si es así en los ámbitos laborales académicos, porque no lo iba a ser en todos los demás. Lo que demuestra que el trabajo sexual—el oficio más viejo del mundo, como dicen—es para muchas personas, sólo un trabajo como tantos otros y precisamente por eso luchan por legitimarlo ante el Estado y la sociedad.
Fuentes: “Sex Work among Students of Higher Education: Survey-Based, Cross-Sectional Study.” (F. Betzer, S. Köhler, L. Schlemm, Archives of Sexual Behavior, enero 2015); “Students who do sex work”. (N. Berlasky, The Atlantic Monthly, marzo 19, 2014); “The Life of a Student Sex Worker”. (R. Gennerman, The Winonan, abril 22, 2020), “Sex Work is Real Work for Ryerson Students” (A. Josic, The EyeOpener, marzo 20, 2020)
Beatriz Palomo /
Tu artículo está muy bien documentado y bien escrito. Me pareció escalofriante. Precisamente hoy escuché un comentario sobre la necesidad de prohibir la prostitución. Creo que ese acercamiento es equivocado porque combate los efectos pero no las causas del problema: la precariedad de los sueldos y la necesidad de ajustar para el alquiler. Lástima que en este país no se sabe debatir. De todas formas, felicitaciones.
castillosyletras /
Es interesante el tema, con datos inéditos o curiosos para la mayoría, aquí en Guatemala lo que esta sucediendo es que muchas que antes se dedicaban solo al trabajo sexual, ahora están empleando sus conocimientos para conjugarlos con una profesión, ese conocimiento del sexo les ayuda para facilitarles el estudio, les ayuda para graduarse, y les ayuda para ejercer la profesión que han adquirido, por lo que les resulta muy beneficioso, mezclar la profesión más antigua, con una más moderna, como puede ser el derecho, o cualquier otra, es más eso les reditúa más altos ingresos, porque no es lo mismo pagar los servicios de una sexo servidora sino que además profesional, lo cual la catapulta a otro grado de servicio.