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Hace falta más que amor para acabar con la violencia de género

Proteger a las mujeres debe ser una política de Estado. Pero ante la indiferencia y en muchos casos, ante las acciones de un aparato estatal misógino, quedan las instituciones ciudadanas cuya misión es disminuir la violencia de género.

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Foto: Pexels

Llamemos al odio por su nombre

Hay algo extraño en la traducción al español del título del primer tomo de la celebrada trilogía Millennium de Stieg Larsson. Mientras la traducción literal del título hubiera sido “Hombres que odian a las mujeres”, alguien decidió que el título quedaría mejor como “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Es una traducción cómoda, suavizada. Una manipulación de la realidad en la que vivimos.

En los primeros seis meses de 2018, el promedio de muertes violentas de mujeres en Guatemala fue de 55 por mes. Dos por día. Esto nos lleva a un total de 330 muertes violentas de mujeres registradas en el período, según estadísticas presentadas por el Grupo Guatemalteco de Mujeres (GGM) en junio de 2018. El GGM registra “muertes violentas de mujeres” y no “feminicidios”, porque en sus estadísticas incluyen muchos casos que no tienen sentencias judiciales.  En una sociedad con tanta impunidad hay que reconocer que tiene sentido no enfocarse solo en los casos que llegan a sentencia.

Mientras la tasa de homicidios de hombres muestra un importante descenso en los últimos años el GGM concluye que las muertes violentas de mujeres no se reducen al mismo ritmo y hacen un llamado a revisar las políticas públicas para asegurar una mayor reducción en esta violencia. No es el momento para quedarnos aquiescentes ante la violencia contra las mujeres.

La violencia contra las mujeres tiende a ser colérica y odiosa. Sobre la violencia mortal contra mujeres, el informe de GGM concluye que “parte del objetivo de los victimarios es hacer sufrir a las mujeres”. La violencia “se convierte en una demostración de las relaciones desiguales de poder y superioridad”. A pesar de los mensajes de felicitaciones en el Día San Valentín, el Día de la Mujer o el Día de la Madre, abundan los hombres que no aman a las mujeres.

Cuando el Estado es misógino

Si la violencia mortal hacia sus cuerpos es la máxima expresión del odio hacia las mujeres, la misoginia también viene empaquetada de otras formas. El pasado 24 de septiembre, 223 organizaciones de sociedad civil denunciaron ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU que varios Estados “institucionalizan el estigma contra el aborto y generan un ambiente hostil para el trabajo de quienes brindan servicios de aborto”.  Con esto, obligan a las personas que tienen un embarazo no deseado “a poner en riesgo sus vidas, su salud y su bienestar recurriendo a abortos inseguros.”

La violencia, el temor y la criminalización que enfrentan las mujeres que consideran abortar, muestra que la ley no defiende a las mujeres en su dignidad como personas con derecho a decidir sobre su salud y sus cuerpos, sino las instrumentaliza. Las obliga a servir de buques para ideas del patriarcado y de los fundamentalismos religiosos.

El riesgo que constituye estos fundamentalismos para la salud de mujeres alrededor del mundo es real.  Trump lo evidenció al firmar una orden que cortaba el financiamiento para cualquier actor que, cuando menos, ofreciera información sobre el aborto, reactivando de esa manera la llamada “mordaza global”.

Para completar la foto del odio, hace poco El Observatorio Contra El Acoso Callejero (OCAC) en Guatemala presentó datos abrumadores sobre la cantidad de personas, principalmente mujeres, que reportan haber sufrido acoso en espacios públicos en el país, reduciendo su libertad y su capacidad de participación en la vida pública.

La aparente paralización del Estado ante la violencia que termina con las vidas de las mujeres y aplasta su libertad de movimiento en espacios públicos es preocupante. Queda dolorosamente claro que no es una opción quedarse con los brazos cruzados esperando soluciones desde las autoridades. La sociedad se tiene que activar.

 Ante la dominación global de hombres odiosos, es esencial la acción de organizaciones de sociedad civil tales como GGM que nos proporciona datos duros sobre la realidad. Actores como OCAC, que visibilizan las formas de violencia tradicionalmente ignoradas y aceptadas.

Ante tanta misoginia no basta con muestras de amor, hace falta acciones firmes para acabar con la violencia de género.

Aron Lindblom
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Antes era inmigrante sueco en Guatemala.


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