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Historias que despiertan empatía: Sandy Guillén y su medio corazón

Diciembre es un mes que se presta para tocar conciencias y contribuir en la vida de alguien que pasa por momentos difíciles. Por eso, mis blogs de este mes estarán dedicados a narrar historias, quizás un poco tristes pero también esperanzadoras, que inspiren a tender una mano y construir humanidad. Mi objetivo es lograr que estas letras provoquen milagros. Claro está que los dramas que viven muchísimos guatemaltecos no son necesariamente responsabilidad de la sociedad, pero la indiferencia ante tanto sufrimiento sí la vuelve cómplice. Sea por solidaridad, por caridad, por culpa o mejor aún por empatía, esta es la oportunidad de aportar a que de verdad seamos un mejor país.

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Esta es una opinión

Resulta difícil entender cómo la pobreza extrema se adueñó del lugar, habiendo tantos bienes naturales disponibles.

casa

Talquezal Centro es una aldea remota, aislada, como tantas que se ubican en las montañas de Jocotán, Chiquimula. La belleza del paisaje deslumbra: Cerros y quebradas colmadas de frondosos bosques de árboles de pino, plantaciones de café, nacimientos de agua, mariposas y flores silvestres, contrastan con la miseria desgarradora e inimaginable en la que viven sus habitantes.  

Resulta difícil entender cómo la pobreza extrema se adueñó del lugar, habiendo tantos bienes naturales disponibles. También es complejo explicar que esa región sea conocida como el Corredor Seco, cuando tiene tantas fuentes de agua brotando prácticamente por doquier, al menos en la zona que colinda con ésta y otras comunidades como El Filo, La Palmilla, El Volcán, Barbasco y Cedral. 

Y para todo ello hay explicación, pero es tema de otro artículo.

Tras descender por una peligrosa vereda llena de lodo y piedras, contigua a un enorme precipicio, se llega al casco urbano de Talquezal, pequeña comunidad integrada por una tienda, una pesa pública donde se reúnen los productores de café en tiempos de cosecha, una escuela, un puesto de salud que funciona a veces y una iglesia evangélica. 

Camino arriba, tras pasar por una pendiente empinada, se ubica una casita que destaca entre todas, pues a pesar de ser de adobe -como todas las demás-, sus inquilinos se han esmerado por tenerla en las condiciones más dignas que le son posibles. En ella viven Laureana López, su esposo Hernán Guillén, y la pequeña Sandy Dayana Guillén López. 

Tener una casa decente, empero, le ha costado a la familia no ser tomada en cuenta por las contadas organizaciones no gubernamentales que apoyan a los habitantes de la zona. “Piensan que aquí no hay necesidad; la ven y siguen de largo porque la tenemos bonita”, afirma resignado Hernán, quien trabajó como guardia de seguridad por cuatro años en la capital para juntar algo de dinero y lograr hacerle algunas arreglos a su hogar. Dichas mejoras no fueron más que unas vigas de madera que sirvieron para reforzar el techo y una plancha de cemento aplicada en el cuarto principal, para sustituir el piso de tierra. No alcanzó para más. 

 

A pesar de las duras carencias cotidianas que enfrentan, Laureana y Hernán forman una pareja amorosa, armónica, estable y bien intencionada.

La cocina está construida con varillas de caña y techo de paja, ennegrecidos por el hollín de la leña. La letrina fue arrastrada por las copiosas lluvias del efímero invierno que se registró durante este año, por lo que sus necesidades las realizan a la intemperie, con la ayuda de una pala con la que entierran los desechos. 

En este entorno nació Sandy, una niña dulce, inteligente, amable y soñadora. Como caso extraordinario, la pareja decidió tener un solo hijo, cuando lo habitual en la región es que tengan todos los que Dios disponga. A pesar de las duras carencias cotidianas que enfrentan, Laureana y Hernán forman una pareja amorosa, armónica, estable y bien intencionada. Basta con que crucen miradas para notar la complicidad y certeza que existe entre ellos. Se apoyan y se aman, tanto como aman a su hija. Ella es su mayor tesoro. 

Sandy tardó dos años en caminar. Y cuando lo hizo, percibieron que no lograba estar de pie mucho tiempo. Su cuerpo se iba para atrás y se cansaba muy rápido. Luego empezó a desmayarse y marearse, presentaba fiebres constantes y era incapaz de caminar largos trechos, algo que le impidió asistir a la escuela, porque se sofocaba muy rápido. Este es un capítulo aún difícil de entender para la niña, pues tiene deseos de aprender. 

Además de ser muy tranquila, a Sandy le gusta cantar. Cargada a tuto por su papá, la llevan a reuniones infantiles de la iglesia, en donde ha aprendido algunas alabanzas. 

A pesar de que asistieron muchas veces al puesto de salud, nunca recibieron un diagnóstico serio de su caso. No entendían con cabalidad qué le pasaba a su hija. Ante esto, Laureana y Hernán se refugiaron en la fe. Por años esperaron, hasta que aparecimos nosotros. 

Conocimos a Sandy y sus papás a finales de octubre, cuando Antigua Al Rescate realizó su primer intervención en la zona ante la crisis de desnutrición crónica que vive la región. Hernán cargó en su espalda a Sandy. Laureana caminaba a su par y recorrieron dos horas entre senderos empinados hasta La Palmilla, en donde se realizaba la jornada. 

Y aunque era notable su poco peso y reducida talla, se detectó de inmediato un problema mucho más grave. Su abdomen hinchado, los dedos desproporcionados de sus manos y los pies azulados, su tez morada y sus pupilas oscurecidas, les indicaron a los médicos que la niña presentaba una cardiopatía genética no tratada. 

 

De acuerdo con el diagnóstico, niños con estos problemas genéticos no viven más
allá de dos años: Sandy tiene siete.

Esta vez tuvimos respuesta inmediata por parte del Ministerio de Salud. La conducimos al hospital regional de Zacapa, y de ahí fue trasladada en ambulancia a la pediatría del hospital Roosevelt, en donde estuvo internada y fue examinada por algunos de los mejores cardiólogos del país. Los especialistas indicaron que el caso de Sandy es extraordinario, pues está viviendo con solo la mitad de su corazón. De acuerdo con el diagnóstico, niños con estos problemas genéticos no viven más allá de dos años: Sandy tiene siete. 

Sin embargo, el pronóstico médico no es nada esperanzador. Y aunque la niña prácticamente está desahuciada, hay algo en ella y en las circunstancias que nos condujeron a encontrarla, que nos hace creer que, a lo mejor, un milagro más grande pueda ocurrir. 

Con el apoyo de algunas personas se ha logrado financiar su tratamiento médico, y desde nuestra organización hacemos lo posible por dotar a la familia con víveres, ropa, zapatos, juguetes, crayones y libros para colorear, para que la niña viva de la mejor manera posible, hasta que su cuerpo decida que no puede más. 

Hace poco volvimos al Corredor Seco para conocer otros casos en donde la pobreza extrema, la desigualdad y el aislamiento están provocando que la gente esté muriendo de hambre, literalmente. Aprovechamos entonces para ir a su aldea, conocer su casa y verificar su condición. Asombrosamente, Sandy se ve mejor. Su piel está recuperando una tonalidad normal, sus labios ya no están morados, sus ojos brillan más, está más animada, come, ríe y tiene un poquito más de fuerzas para caminar. Nos recibió con un abrazo. 

Esta semana será atendida nuevamente en el hospital Roosevelt para que le realicen exámenes médicos y establecer su condición actual. Al parecer ese aislamiento, que está matando de inanición a sus vecinos, es paradójicamente lo que a Sandy le está ayudando a prolongar su vida. Porque todos los días respira aire fresco, está rodeada de una quietud que muchos citadinos no conocen; está lejos del bombardeo de los medios masivos, de la música de moda y la cultura del consumo; come poco pero no está expuesta a alimentos chatarra llenos de químicos y preservantes. Y quizás lo más importante: vive rodeada de amor genuino. 

Sandy en sí misma irradia amor, luz. Esa energía es la que la mantiene viva por sobre todas las cosas, quizás para que estas circunstancias se dieran y se obre el milagro de que alguien con empatía conozca su caso, le permita acceder a una tecnología médica más avanzada, y le dé la oportunidad de salvar ese destino que parece irremediable.

A lo mejor, no sea casualidad el hecho de que Sandy haya vivido siete años contra todos los pronósticos, que su tratamiento esté funcionando, y que ahora su caso se haga visible. 

Todo apoyo o idea que ayude en esta causa puede canalizarse por medio de las redes oficiales de Antigua Al Rescate. 

Que no muera la empatía. 


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