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La belleza que nos queda de este fracaso de país

El hoy es el cúmulo de nuestros fracasos obliterados más y los planes escritos en algún viejo post-it arrugado.

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Esta es una opinión

Mural en honor al personal de salud. Foto: Carlos Sebastián

La vida es una partida perdida desde el inicio y, a pesar de ello, está plagada de momentos luminosos. Crecer consiste en ir aceptando que no seremos lo que alguna vez soñamos y encontrar en ello regocijo. Sin embargo, hay que ser cautos porque, en este breve lapso, está latente la posibilidad de anotarse dos o tres logros. Todo es posible para el que jamás deja de creer. Y por esa mínima posibilidad de redimirnos, de lograr algo que dote de significado esta travesía, nos la jugamos todo.

Nos frustramos porque la mayor parte del tiempo no logramos lo que deseamos, pero se aprende a vivir con ello. A ratos nos imbuye un afanoso empeño en colmar el vacío con proyectos que creemos determinantes para nuestros sueños, pero, exhaustos, poco después los dejamos a medias. En otros ratos nuestro afán se limita a lograr un tímido acuerdo de paz con las exigencias de la enorme lista de pendientes. Se trata de la búsqueda del equilibrio entre la ambición –ese constante runrún que te obliga a ponerte en movimiento– y el desprendimiento –la clarividencia del estar consciente y satisfecho con lo que te rodea. Sin embargo, la mayor parte del tiempo el equilibrio es un ideal y oscilamos entre la avidez –la eterna insatisfacción– y el desapego –el tedio del derrotismo. Vivir significa pender entre la esperanza y la desesperanza.

Si la vida está marcada por la muerte desde el inicio, me pregunta mi diario, ¿vale la pena siquiera intentarlo? A ratos creo que sí, y lo escribo, pero después creo que no, y lo cierro. Ramón Ribeyro escribió que un diario lo llevan aquellos que están solos, los que apilan tras de sí una serie de frustraciones. Irónicamente su diario íntimo hecho libro, La tentación del fracaso, es una obra maestra. Hay esperanza. Hay esperanza de que algún día las cosas mejoren, de que algún día las palabras se entiendan, de hacer que todo esto vale la pena. Ya lo decía Camus cuando afirmó que, aunque la vida sea absurda, no implica que no valga la pena vivirla. Además, hay fracasos de fracasos. Algunos son bellos porque, desde lejos, reflejan la noble intención de la que nacieron. Otros lo son porque no aceptan su condición y jamás dejan de intentarlo.

Hay países más fracasados que otros. Hasta Estados Unidos, país al que tantos admiramos, es uno que está muy lejos de sus ideales. Así, por lo menos, lo declaró el 4 de julio el futuro presidente. Nosotros, que somos su patio trasero, vemos desde un lejano horizonte los ideales olvidados. En los países más fracasados habitan los ciudadanos más frustrados. Frustrados porque así se sienten y porque ni si quieran llegan a ser ciudadanos. En este pequeño y olvidado país no cabe tanta miseria, pero tampoco tantas ganas por salir adelante. Y, literalmente, ese deseo rebosa en caravanas que sale de las fronteras buscando la esperanza. Lo que no entienden algunos es que, en un país fracasado, no existe el éxito. Ni líderes ni empresas exitosas. Prueba de ello es que ni los relojes de 100 mil quetzales, los que muestran la hora y la prosperidad del sujeto, se encuentran a salvo. Al igual que lo hacen los fracasados, nuestro país ve hacia atrás para contemplar las nobles intenciones inconclusas que gravitan desde la Revolución de 1944. Y tenemos nuestros planes de mañana arrugados en una lista olvidada que parece nunca llegan.

En medio del embrollo constitucional en el que nos encontramos, que pasa algo desapercibido por la apremiante pandemia y por su complejidad, veo absorto cómo se pretende entregar de manera cínica las cortes a los poderes criminales del país. ¿Qué más evidencia necesitamos para entender que aquí no existe el Derecho sino solo relaciones desiguales de poder? Se castiga al pobre y se protege al rico. Se castiga a la jueza y se protege al corrupto. Se reúne el dinero para la pandemia, pero no se ejecuta. La gran mayoría nace frustrada entre sueños rotos por la abrumante desigualdad de oportunidades. Otros no sabemos qué hacer y nos queremos largar porque el sistema parece inmovible. Pero, a pesar de todo, veo a muchas personas que no lo dejan de intentar. Que se organizan y son solidarios con los demás. Gracias a ellos este fracaso de país, si quiera, tiene algo de belleza y mantiene la esperanza.

Mateo Echeverría
/

Graduado en Humanidades por la Universidad de Navarra.


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7

COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Marlovski /

    14/07/2020 8:34 AM

    Excelente disertación!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Norma beatriz chavez citalan. /

    13/07/2020 9:14 PM

    Excelente

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Abel Cahuec /

    13/07/2020 8:14 PM

    wou

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Ernesto /

    11/07/2020 12:00 PM

    Excelente artículo. Comparto totalmente lo planteado.
    Felicitaciones.

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!

    Walter Gomez /

    11/07/2020 11:48 AM

    Señor Edheverria, quien cee usted que pone las autoridades?

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!

    Alaide González /

    09/07/2020 3:01 PM

    Interesante y profunda reflexión.

    Me parece que por salud mental es necesario seguir intentando darle sentido a nuestras vidas, aún cuando nuestros esfuerzos tengan un bajo impacto en este universo de corrupción y ambición desmedida. Al menos que haya algo bueno en el metro cuadrado que ocupamos.

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!

    Luis /

    09/07/2020 1:33 PM

    Muy interesante y profundo, la corrupción no permite El Progreso, solo el enriquecimiento de pocos con las migajas del hambre

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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