Era un 8 de marzo, el día internacional de la mujer trabajadora. Videos, invitaciones y llamados a participar a la Huelga Feminista se difundían por las redes hacía meses. El llamado alegre y contagioso, consiguió colarse y sacar una sonrisa a quienes por años refutaban el esfuerzo de visibilización de las condiciones en las que vivimos las mujeres.
Trece días antes, la Audiencia Provincial de Navarra, condenaba a los cinco acusados de “La Manada”, a nueve años de cárcel por abuso sexual continuado. Con esta sentencia disminuyeron el delito de violación sucedido durante los sanfermines de 2016 a una joven de 18 años*. La sentencia develaba una vez más que el sistema machista no cejaba en sus intenciones de disminuir y mantener a las mujeres bajo la bota. El germen misógino muy bien abonado desde el siglo XVIII en occidente, florecía una vez más. La Salomé de Oscar Wilde, sola, peligrosa, sofisticada, la fusión de Eros y Tánatos era retratada en esa sentencia. Aclarándonos a todas, que las mujeres no debemos, no podemos, no somos.
En una calle de Madrid
En Regina Galindo, la indignación y el desconcierto se tradujeron en una acción a la que bautizó como La Manada. Producida por la gestora cultural guatemalteca, Cristina Rodríguez; la pieza performática de Regina pudo desarrollarse gracias a una fortuita escala que hacía en Madrid ese 8 de marzo. Bronceadas, llenas de vida y del embote de la marcha, dejaron caer el atardecer y se prepararon en el número 13 de la Calle del Olmo de Madrid para recibir a una reducida audiencia.
Hincada en el centro del salón, con luz cenital alumbrándole y vestida de negro completo, Regina fue rodeada por siete hombres voluntarios. Ellos, vestidos con ropa de diario y procurando conservar el anonimato, se abrieron la cremallera sacándose el pene y comenzaron a masturbarse en dirección a Regina. Conforme iban eyaculando salían del salón. La instrucción era abortar la misión si pasados los 15 minutos no se conseguía arrojar el semen. Uno, dos, cinco. Los últimos dos, aparentemente frustrados por no conseguir resultados, avivaron sus esfuerzos.
La audiencia, que había permanecido en absoluto silencio y empatía con la mujer, comenzó a cuchichear. La dificultad para completar la misión no pasaba desapercibida. Desesperados, dejaban correr sus manos más y más rápido, con furia, con prisa, con frustración. Finalmente, el más colérico optó por salir. Siete simplemente le siguió.
Silencio. Angustia. Murmullo. El público que inicialmente se compenetraba y vinculaba el gesto como una referencia a la chica de 18 años violada tras una larga noche sanferminera se rompía. Ella/ Él. Hombre-fuerza-semen. Compenetrado con la frustración ante la imposibilidad del otro de verter esperma, de mostrar virilidad, “normalidad” o quizás hasta de llegar al climax, el público quedó desconcertado, incómodo, cuestionado.
El performance fue más allá de sus propios trazos. “Yo estoy pasiva y neutral. No hay violencia de ningún tipo. La luz alumbra sobre mí y los deja a ellos en la sombra”. Y aunque la intención de Regina no llamaba a la violencia ésta si aparece, nos convoca ante la impotencia, ante la ruptura del héroe. Llega cuando ese yotodopoderoso que nos han dibujado del hombre se resquebraja. No importa si solo fueron dos de siete. Fueron suficientes para que perdiésemos la atención y la empatía ante la muchacha que estaba siendo profanada, aún aquí, en medio de las palabras.
Y aún y con todo, a pesar de que ellos solos consiguieron su propio protagonismo al escurrirse en el subconsciente de los observadores y generar empatía. El hecho sigue siendo el mismo: la mujer hincada recibe el semen y la frustración.
* Los integrantes de La Manada salieron este viernes 22 de la cárcel, tras pagar una fianza de 6,000 euros y con medidas cautelares.
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