Hay otras adolescentes esperando, algunas con su mamá. Pocas veces he visto a papás acompañando a sus hijas. A la adolescente no la acompaña nadie. O sí, la acompañan los tres perros.
La adolescente mide casi lo mismo que mi sobrina a la que llevo de las manos a su curso de vacaciones. Por ahora ella, en sus vacaciones, aprende a cocinar galletas y una que otra chuchería. Ella no tiene que ir por los resultados de sus exámenes de “retrasadas”. Vaya término tan tajante e inapropiado. Pero así son las palabras con las que nos hemos construido.
Mi sobrina se asusta al ver a los perros y me sujeta con más fuerza. Le pido que se calme, pero eso es tan inútil como quizás sea pedirle a la adolescente que se ponga las pilas en sus estudios. Pero no sé, insisto, siempre soy muy dramático cuando veo algunas postales por estas calles. Lo cierto es que la forma y la paciencia con las que la adolescente acaricia a los perros me enternecieron. Y concluyo que quizás ellos -o ellas- llegaron con ella.
Seguimos con la pequeña hasta el lugar donde toma su curso de vacaciones, la despido y regreso por otro camino a casa. Aunque a veces me da por eso, por no pasar en el mismo día por las mismas calles, lo cierto es que podría caminar estas aceras con los ojos cerrados. Me vuelvo a encontrar a los perros, pero esta vez solos, sin la adolescente.
Así que finalmente sé que no iban con ella. Los perros van en fila uno detrás del otro. Van como trotando. Con la lengua de fuera que siempre me parece que es su manera de sonreír. El primero en la fila lleva una cinta en el cuello. A la manera en la que los perros de casa se mantienen y desde donde los sujetan cuando los sacan a pasear. Eso, los que tienen suerte o los que estarán atados a las terrazas donde llevan sol, frío, viento y soledad.
Entonces sé que los perros viven en situación de calle, vagando por ahí en busca de comida, pero también de caricias y gestos amables como los de la adolescente. Y supongo que esta mañana estaban felices porque encontraron eso que apenas hay por acá. Acá lo que parece tenernos tomada la medida exacta es la indiferencia.
Concluyo que los perros viven en situación de calle porque uno lleva una cinta a manera de correa. Una de esas que el Ministerio Público y la policía ponen con frecuencia para cerrar calles, para delimitar escenas, para señalar esas postales de portada de los diarios amarillistas, de los tuits frenéticos, de los llamados a los linchamientos. Esas postales que también nos han construido.
Y ahí van los tres, en fila, encabezados por un perro con una cinta amarilla en el cuello, recorriendo una a una las aceras de esta ciudad. Y ahí también va una adolescente dispuesta a hacerle frente a la indiferencia de esta ciudad.
Rosario /
¿Se puede pasar copia de un relato a Nómada?...un relato de nombre de SHOKOMILK, así lo escribió el autor, yo lo conseguí ... aunque la sociedad lo escribe XOCOMILK, es por las personas que se traga el Shokomilk del lago de Atitlán...HOY, el artículo es sobre perros, en mi comunidad proliferan, me mordió uno, una perra cargada, fui al hospital y un practicante me atendió me remitió al centro de salud, era medio día de viernes y la enfermera del centro me indicó que no podía hacer nada porque no estaba el doctor, que mejor regresara el lunes pero a las 11:00 a.m. porque a las ocho estaban las madres consejeras...me dije: esta pelada no sabe que los microorganismos se multiplican a cada 24 horas, el pelado, supongo que tampoco... pues los seres terrícolas estamos sujetos al ciclo que nos marca el SOL, día y noche de 24 horas... ¿Ahora qué, me dije? tomé agua hervida de AJENJO...te puede servir...es una hierba que mis ancestros me informaron...
José Molina /
Triste nuestro país tanto para los adolescentes sin futuro como para esos pobres perritos de la calle.