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Refugiados hondureños: El fracaso del anti-comunismo

Si más de 5,000 personas están dispuestas a arriesgar todo, sin un plan ni nada a cambio, es una evidencia del fracaso de los 10 años de dictadura del anti-comunismo del Partido Nacional de Honduras.

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Esta es una opinión

Propaganda de la candidatura de Juan Orlando Hernández, en 2017. Los refugiados hondureños lo critican por su gestión.

Foto: El Faro

Todos sabemos cómo el comunismo venezolano es un fracaso. Cómo crea pobreza, violencia, cómo anula la libertad, cómo expulsa venezolanos por cientos de miles. Pero al anti-comunismo hondureño nos cuesta nombrarlo. Y tiene el mismo efecto: crea pobreza, violencia, anula la libertad y expulsa a miles de hondureños.

Los sistemas autoritarios, de extrema izquierda en Venezuela y de extrema derecha en Honduras, aseguran que tienen los más altos ideales. En Venezuela, ese ideal es que todos sean iguales y el país cobre venganza de la oligarquía opresora. En Honduras, ese ideal es que todos sean libres, y que el país no tolere a los comunistas desestabilizadores.

Pero sabemos cómo termina la historia.

En Venezuela no todos los ciudadanos son iguales, y solo vive bien una oligarquía militar-socialista, antes con Chávez y ahora con Maduro. Y en Honduras no todos los ciudadanos son libres, y solo vive bien una oligarquía militar-empresarial, con muchos políticos parásitos encabezados por Juan Orlando Hernández.

Pero traduzcamos el anti-comunismo, porque quiere “alejarse tanto” de la dictadura comunista-venezolana que se convierte en otra dictadura, igual de fracasada. De hecho, estamos a punto de observar otro anti-venezolanismo en América Latina: la opción de Jair Bolsonaro, de la extrema derecha, en Brasil.

Ambos sistemas, el comunismo y el anti-comunismo, niegan que estas ‘olas’ de migrantes sean una evidencia del fracaso de sus sistemas políticos y económicos. Es culpa de traidores de derecha, dicen en Caracas; es una conspiración de la izquierda, dicen en Tegucigalpa y Washington, principal padrino del régimen hondureño.

Este es un intento de describir el anti-comunismo hondureño, que tiene muchas similitudes con el brasileño o con las dictaduras fascistas latinoamericanas o globales.

El primer punto es el miedo a que los débiles, los subalternos, puedan tener derechos y poder. ¿Cómo así que los trabajadores puedan exigir salarios mínimos, condiciones de vida dignas o trabajo no esclavo? ¿Cómo así que los indígenas puedan exigir que se proteja al medio ambiente de la minería o de hidroeléctricas que no cumplen con normas ambientales o sociales básicas (como dejar sin agua y mantener sin electricidad a comunidades)?

Entonces, como no tienen argumentos para cuestionar la legitimidad de que todos los seres humanos sean tratados como seres humanos, acusan a quienes exigen derechos de comunistas.

Y entonces crean tal fantasma con el comunismo que piden prohibirlo, meter a todos ‘los comunistas’ en la cárcel o asesinarlos.

En Honduras, por ejemplo, para evitar que los indígenas lencas pudieran seguir oponiéndose a una hidroeléctrica sin ningún control ambiental ni social, asesinaron a la lideresa Berta Cáceres.

Muchos de estos líderes prohibidos o asesinados no son comunistas. Y si lo fueran, eso tampoco es una sentencia de muerte. Al impedir que todas las ideologías puedan ser parte de la democracia, los anticomunistas acaban con la democracia. ¿Pero y si los comunistas ganan democráticamente? Las democracias que funcionan —en las que todos tienen más o menos los mismos derechos y oportunidades, y a todos se les recompensa de acuerdo a su trabajo— los políticos tienden a ser más moderados y se ridiculiza a los extremistas.

En Honduras, los anti-comunistas han gobernado el país desde que nació como república bananera en 1905, cuando Sam Zemurray, un bananero, promovió un golpe de Estado respaldado por Estados Unidos, para que le concesionaran la tierra por 99 años. En el siglo XX hubo huelgas bananeras en las que los trabajadores exigían derechos, pero fueron sofocadas por los gobiernos anti-comunistas.

Durante las revueltas en Centroamérica en los años 70 y 80, en las que los ciudadanos se levantaron (sin armas la gran mayoría y con armas las minoritarias guerrillas), Estados Unidos convirtió a Honduras en su base de operaciones militares para preservar las dictaduras en el Istmo. Palmerola se llama la base militar.

La democratización en los años 80, por lo tanto, fue más bien simbólica, decorativa, en la que se mantuvieron los dos partidos conservadores centenarios, el Nacional y el Liberal.

Con la democracia de mentiras, la situación en Honduras solo empeoró. Más pobreza, más violencia, más migrantes. Claro, más apertura a la inversión pirata —en condiciones absolutas de explotación— y más protección a la élite sin exigirle pago de impuestos, ni respeto a los derechos laborales, ni controles ambientales.

Cuando un populista sin muchos sesos como Mel Zelaya coqueteó con Chávez y pidió que democráticamente se decidiera si podía haber reelección presidencial, los anti-comunistas le dieron un golpe de Estado y lo echaron del país desde la base militar estadounidense de Palmerola. En 2009.

El Golpe solo empeoró la situación de violencia y de narcotráfico.

Y cuando hablamos de la violencia en Honduras son palabras mayores. El peor año de violencia en Guatemala en democracia fue 2009 con 48 asesinatos por cada 100 mil habitantes. El peor año hondureño fue en 2011 con 86 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Desde entonces, sacaron a actores independientes que contabilizaban las muertes y ‘milagrosamente’ bajó hasta 52. Organizaciones sociales han evidenciado cómo asesinatos no han sido contabilizados. Y muchos de estos asesinatos son producidos por grupos de exterminio en la Policía, como han evidenciado periodistas como Alberto Arce (AP) y los salvadoreños de El Faro.

El gobierno demócrata de Barack Obama intentó desconocer el Golpe, pero los republicanos en el Congreso y el Senado le torcieron el brazo para que Honduras volviera a ser sujeto de crédito del BID y el Banco Mundial.

El Golpe anti-comunista acabó con la democracia hondureña y desde entonces solo puede ganar las elecciones el conservador Partido Nacional. Primero ganó Porfirio Lobo sin observadores electorales y después Juan Orlando Hernández en dos períodos. En el último, en 2017, con una reelección inconstitucional y en un fraude electoral denunciado por las misiones de observación electoral de la OEA y de la UE, que pidieron que se repitieran las elecciones.

Las elecciones no se repitieron porque los Estados Unidos de Donald Trump no quisieron reconocer las protestas por el fraude.

Prefirieron tener una dictadura monigote —que por ejemplo les apoya en su solitario apoyo a Israel— que una democracia que solucione los problemas de pobreza y violencia de los hondureños.

La dictadura hondureña, además, es un laboratorio para experimentos libertarios de extrema derecha. Así lo resumió el periodista Carlos Dada en un reportaje en El Faro:

“Un grupo de libertarios norteamericanos lidera en Honduras su utopía: la concesión de zonas territoriales, incluyendo su población, en las que los empresarios invierten en un proyecto, crean su propia policía y no aplica la ley hondureña. El Estado les garantiza exenciones tributarias y la expropiación de las tierras que necesiten. El primer proyecto a la vista es un megapuerto en el golfo de Fonseca. ¿Es este el futuro del desarrollo hondureño o el retorno a los enclaves bananeros?”

A los jueces y abogados que intentan ser independientes se les destituye, se les amenaza de muerte o se les asesina. Se asfixia a la prensa independiente, como Radio Progreso o ContraCorriente. Se amedrenta a las organizaciones sociales opositoras. El narcotráfico campea a sus anchas.

Cuando otros actores minoritarios piden derechos —las mujeres y la comunidad de la diversidad sexual—, los anti-comunistas tienen una respuesta: “No. Aquí solo existe la familia tradicional”.

En realidad, esto podría traducirse como: “No. Aquí solo permitimos una sociedad en la que los hombres mandan y las mujeres obedecen. Solo reconocemos una sociedad en la que todos son heterosexuales o se les humilla hasta que se suicidan o hasta que son asesinados en crímenes de odio. Solo permitiremos una sociedad en la que los blancos mandan y el resto obedece.”

Tan pequeño es el tamaño de sus corazones. Apuestan por una paz de los cementerios y de los silencios.

El modelo anti-comunista no resuelve los problemas ni da respuesta a los sueños de las personas.

Un hondureño y su hijo caminan en la caravana que escapó de su país por las condiciones de inseguridad y pobreza. Van rumbo a Estados Unidos. (Foto: Sandra Sebastián)

Un hondureño y su hijo caminan en la caravana que escapó de su país por las condiciones de inseguridad y pobreza. Van rumbo a Estados Unidos. (Foto: Sandra Sebastián)

Y cuando un exdiputado opositor minoritario postea en Facebook que invita a la gente a sumarse a una caravana para escapar de Honduras rumbo a Estados Unidos, más de 5,000 personas se apuntan. Hombre, mujeres, niños, ancianos, personas en sillas de ruedas escapando del horror hondureño.

Si más de 5,000 personas están dispuestas a arriesgar todo, sin un plan ni nada a cambio, es una evidencia del fracaso de los 10 años de dictadura del anti-comunismo del Partido Nacional de Honduras.

Ojalá que esto provoque la caída del régimen y el regreso a la democracia.

Ojalá sirva de disuasivo para los financistas del anti-comunismo en el resto de Centroamérica y América Latina.

Más sobre el tema:

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Lea: Para los hondureños de la caravana regresar a su país no es una opción

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Martín Rodríguez Pellecer
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(Guatemala, 1982.) Es el fundador de Nómada. Fue director y CEO entre 2014 y 2019. Es guatemalteco, perseverante y alegre. En 2020, cedió parte de sus acciones a trabajadores, periodistas de prestigio y vendió el resto a uno de sus maestros, Gonzalo Marroquín. Fue periodista 20 años y ahora se dedica a hacer consultorías para personas, instituciones y empresas. Es políglota y escritor. @revolufashion


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Oxlajuj B'atz' /

    25/10/2018 7:44 AM

    ¿Por qué no llamar por su nombre propio al tal anticomunismo: neoliberalismo o capitalismo salvaje? Los últimos párrafos acreditan tal descripción. Imagino que la razón está en parte en el sospechoso hecho de que los propios regímenes no salen de su clóset ideológico. En todo caso, es muy triste como se ha vuelto al estado hondureño uno fallido, delincuente, demencial.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Francisco Castillo /

    24/10/2018 1:44 PM

    Irónico. Huyen de los gobiernos capitalistas y anti comunistas y migran hacia el bastión del capitalismo. Odian tanto al imperio del norte, pero migran para el norte. ¿Porqué no migran a Cuba o a Venezuela si tanto aman esos regímenes?

    ¡Ay no!

    3

    ¡Nítido!

      Simon Sez /

      24/10/2018 4:25 PM

      La unica ironia que aqui hay es que estan huyendo de un feudalismo disfrazado de capitalismo hacia un capitalismo donde la COMPETENCIA --la magia del capitalismo-- funciona gracias a que existe una ley de competencia (La 'Sherman Act' de 1890).

      ¡Ay no!

      1

      ¡Nítido!

        Carlos Barrera /

        14/06/2019 10:02 PM

        Exactamente, usted si sabe, nunca hemos tenido capitalismo real en latinoamérica.

        ¡Ay no!

        ¡Nítido!

    José Molina /

    23/10/2018 2:36 PM

    Rezo por mis hermanos hondureños y ojalá los Guatemaltecos no permitamos las visiones mesianicas de los gobernantes de turno. ANTES MUERTO QUE ESCLAVO SERÁ.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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