Es viernes, el presidente Alejandro Giammattei acaba de finalizar su último anuncio: informó que los mercados abrirán solo por la mañana, como si ignorara que, por tradición, la gente, gente como la que vive en estos barrios, compra en estos lugares durante ese horario porque en las tardes quedan apenas las frutas y verduras que nadie quiso llevarse.
En una de sus últimas campañas en redes sociales, el gobierno además le ha pedido a las personas, con suerte de humor y aludiendo a Netflix, que se queden en casa. Es una medida que no encaja con la realidad de muchos guatemaltecos, como la de un muchacho de 16 años que esta noche serpentea con su motocicleta las bajadas del barrio El Incienso y que ha tenido que salir pese al aislamiento decretado. El servicio que presta como conductor de moto-taxi es su única fuente de ingreso.
“El miércoles salí y solo hice un viaje de Q10“, dice. Es uno los diez o doce adolescentes que brindan este servicio a sus vecinos. Es uno de los muchachos que está lejos de poder pagar el servicio de streaming con el que ha bromeado el gobierno esta semana.
Mientras el muchacho se adentra en El Incienso con sus luces en tonos neón, aparece una, dos, tres, cuatro, cinco, una veintena de personas. Están en las calles comprando comida.
La señora de unos sesenta años ofrece sus hamburguesas y hotdogs como cada viernes, sábado y domingo. También está disponible el puesto de papas y churros de una familia que cada semana, desde hace unos quince años, instala su venta en esta colonia.
En el fondo de El Incienso, cerca de la casa del muchacho de la motocicleta, suenan aplausos y un par de gritos. Es un grupo de cristianos encerrados en su iglesia. Celebran un culto que dura menos tiempo del acostumbrado. No han querido dejar de reunirse. Quizá confían en que juntos, clamando ayuda a algo que está más allá, conseguirán detener la propagación del virus.
A un lado de la iglesia hay una tortillera que hoy permanece cerrada. Sus dueños decidieron regresar a Quiché tras las alarmas encendidas por el coronavirus. No son los únicos indígenas que viven en este asentamiento. Otros, como la señora que vende atol blanco, siguen trabajando. Ella esta noche cocina el maíz que le sirve de base para preparar la bebida que venderá la mañana del sábado.
Ellas y ellos no se detienen. No pueden detenerse. Son los que viven del día a día. Son sus ingresos. Son la única forma de pagarse la vida.
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