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Vista del amanecer en pandemia: Desanimo y libertad

Con un guiño a la obra de Guillermo Cabrera Infante, el escritor guatemalteco Gerardo José Sandoval publicará una serie de relatos breves que, bajo el nombre de Vista del Amanecer en Pandemia, rescatan el poder de las imágenes que algunas veces se pierden entre los titulares del día.

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Esta es una opinión

4. Desanimo y libertad

Hoy me costó levantarme, como a muchos. Ayer compartí la idea de mantener buen ánimo y esta madrugada me sentía un farsante. Igual salí, trabajé, y conforme el día transcurría, una a una las piezas del dominó de mi mañana caían desplomadas a los costados, ni una sola botó a la siguiente, mas parecían huir conscientemente del deber del desplome sincronizado, que obedecer a las leyes de la física.

Y luego decidí comprar mi almuerzo en un restaurante de comida rápida. Cinco personas separadas por señales en el suelo para evitar la mortal cercanía, y justo allí cayó la última pieza del dominó a un costado: un hombre con la cara descubierta, con la mascarilla en la mano, hablaba por teléfono casi a gritos pero contento con su interlocutor.

Sentí molestia por estar molesto, me enojaba su indiferencia por los demás, me irritaba no poder ser como él, como todos éramos antes. Libres en nuestra indiferencia, capaces de ignorarlo todo porque sí. O así como Alfred Kaltschmit , y sucedáneos, que sigue propugnando por la libertad de un país que siempre ha sido esclavo.

Almorcé molesto y luego recordé el consejo que un amigo médico me compartió: buen ánimo.

Salí de casa, compré un helado y caminé las tres cuadras que me separan del parque Rosendo Santa Cruz, y me senté en las frescas bancas externas del atrio de la Catedral. No había nadie a mi alrededor. Rompí el envoltorio, me quité la mascarilla, respiré largo y disfruté mi helado.


3. Recibo recortado, esperanza rota

Antes de esto igual estaban solos, pero tenían trabajo. Algunos bajaban a la ciudad para trabajar de albañiles o peones, Muchas a laborar como empleadas domésticas siempre mal pagadas, siempre maltratadas, algunas abusadas.

En esos días que parecen ya tan lejanos, quienes podían pagaban el transporte en buses siempre atestados, otros, muy pocos, transitaban en bicicleta, y otros -visiblemente abundantes a ciertas horas-, a pie, llegando siempre a deshoras a sus casas, a cenar frugalmente, y luego a dormir algunos y otros a embrutecerse con alcohol para olvidar el cansancio y repetir el ciclo de violencia y abuso en sus hogares.

En la ciudad los veían desplazarse como a hormigas.

―Estas aceras estrechas no están para tanta gente- se quejaban.

—Jutiapa solo tiene dos calles principales, acá los españoles fueron tan brutos que afincaron un pueblo entre un barranco y un río.

—De dónde salieron tantos, si acá éramos tan poquitos. Ya a nadie conocemos, quizá ni son de acá.

Desesperados, muchos se resistieron a dejar sus puestos en las calles aledañas al mercado. El hombre es animal de costumbres, por ello los clientes también se oponen a ir a otro lugar o comprarle a otro.

Los albañiles, peones y empleadas domésticas dejaron de trabajar, ya no se veían en las madrugadas ni en buses, ni bicis ni a pie.

Así, ellos se quedaron completamente sin dinero, y su única esperanza eran los mil quetzales mensuales que el gobierno ofrece a los que ya nada les queda.

Él vive solo con su madre en Piedra Blanca, al sur de la ciudad de Jutiapa, y guardaba la certeza que ese recibo de luz le daría la razón a su necesidad.

Él encontró en la puerta de su casa el recibo recortado, justo donde debía aparecer la frase que les permitiese un respiro entre esta inimaginable adversidad.


Douglas de Jesús Cerón, joven de 22 años muerto en Maryland por COVID-19.

2. Prisa en Maryland, miedo en Ipala

Iban con prisa, sus motocicletas daban brincos violentos entre los adoquines, salpicando con agua sucia de los charcos a los que aún andaban a pie.

Otras veces se concluye que la razón es pura joda, pero esta vez, en la mayoría de los casos era mera inconsciencia, prisa por llegar a casa.

Algunos pasaron la tarde viendo a sus seres queridos en otra vivienda en la que no pueden dormir. Novias y novios, amantes que no quieren renunciar a su amor, padres separados que deben rápidamente despedirse de sus hijos.

El Mercado Municipal semeja una enorme nave a la deriva, sol y tapiada por todos lados a lámina y silencio. Los pocos vendedores que aún están cerrando se esconden tras sus ventas para que el periodista no les incluya en la foto de la lluviosa tarde.

Todos tienen miedo y a la vez tedio y a la vez incertidumbre y odio.

Para la mayoría los muertos son un número sin rostro, los contagiados los malos de esta historia, los encuarentenados, fantasmas a los que vale la pena quitarles la sabana y descubrirles.

Él apenas tenía veinticuatro, llevaba poco más de un año de haberse ido de Ipala para hacer lo que muchos hacen, se fue a trabajar a Maryland.

Sus padres también lo vieron casi como un fantasma, pero no por desconocerlo ni por miedo, ni resentimiento, ni ignorancia: apenas si pudieron observar su cuerpo- en una videollamada-, conectado a máquinas pero rigurosamente muerto.

¿Cuál será peor muerte?


1. La enfermera, el recolector y la basura.

La enfermera contenía con todas sus fuerzas el llanto que asomaba por sus ojos, sentía esa opresión y a la vez vacío en el pecho, propio de la más insondable angustia.

El recolector de basura salió esa mañana, como cantaba Silvio, "sin saber que era luz de su último día". Era muy temprano y la poli aún no llegaba a resguardarlos de los extorsionistas que a balazos culminaron su vida.

Dos hisopados después, la enfermera, madre, abuela y ahuevada guatemalteca de a pie, sintió cierto alivio, ligero pero sostenible: podrá regresar a compartir con su familia sin el terror de poder contagiarles.

El siguiente camión recolector de basura igual no fue custodiado todo el trayecto por la poli. Los recolectores lloraron a su compañero, no tenían porqué ocultar su llanto; la enfermera no podía, no debía, hay enfermos que atender y no hay que desanimarlos.

Mañana salen a pedir su libertad algunos que siempre nos la atajan. Piden olvidar -como siempre ellos lo han hecho- nuestro derecho de vivir y ser con dignidad.

Gerardo José Sandoval
/

Escritor, poeta y periodista. Ha publicado los libros de poesía Carretera Ajena, (2004) y Los Otros (2009), y el libro de cuentos Hijos del Pedernal y la Brea (2019) finalista del Premio BAMLetras 2018.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Víctor Ruano /

    08/06/2020 11:28 PM

    Ánimo Gerardo, lo leo con gusto, sobre todo en este portal que es uno de los pocos que nos ofrecen información objetiva y veraz, y análisis críticos de la realidad guatemalteca, tan necesarios siempre, cuando carecemos de un periodismo de investigación seria que contribuya a forjar la Guatemala que queremos

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

      Adolfo Fumagalli /

      09/06/2020 8:45 AM

      Plaza Pública y elPeriódico tienen periodismo de investigación y muy bueno, al igual que NOMADA por supuesto.
      Los demás medios de comunicación solo se dedican a dar la noticia.
      Prensa Libre y LAHORA tienen buenos columnistas pero eso es otra cosa.
      Saludos.

      ¡Ay no!

      ¡Nítido!

    Augusto Polanco /

    08/06/2020 5:02 PM

    Felicitaciones Gerardo, siempre es gratificante leer estas historias que se dan en estas tierras de Oriente.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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