Mientras Waze nos lleva por un camino de curvas pronunciadas, notamos que lo que antes era un bosque frondoso, ahora es una sucesión de condominios de cemento apelmazado. Lo único que queda de la foresta es el nombre de los árboles en algunos rótulos de las urbanizaciones: los encinos, los pinabetes, los azahares, etc.
Llegamos al estacionamiento de la finca. La idea es dejar ahí el vehículo y transportarse en un camioncito especialmente diseñado para llevar pasajeros. Me toca irme en la cabina junto al conductor, con quien voy conversando a lo largo de los cinco kilómetros que dura el recorrido hacia el santuario. Me cuenta que el camión en el que nos transportamos es un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, y que no sabe cómo vino a parar a Guatemala.
De pronto, aparece al lado derecho del camino una especie de campo de concentración: cajones de concreto blanco con senderos de cemento: la construcción no puede ser más sin gracia. En la entrada, hay soldados resguardando una reja corrediza que asumo es un portón. Adentro, una ondeante bandera de Guatemala cuelga de una enorme asta. En la blanca pared detrás del portón, hay una especie de escultura/placa metálica de una familia agarrada de las manos, cuyo estilo ultra moderno choca completamente con lo agreste del lugar.
Yo: ¿Y eso qué es?
Conductor: Es a donde van a pasar a los del Cambray.
Yo: ¿Qué había ahí antes?
Conductor: Una finca hermosa de puro bosque, con árboles de más de cien años. ¡Hubiera escuchado el ruido de los árboles al caer! Las excavadoras trabajaban todo el día. Pum, caían los arbolones.
La ironía de la situación me provoca una rabia intensa: para resarcir a las familias que sobrevivieron un desastre de la magnitud de El Cambray, en donde cientos de personas quedaron soterradas porque la deforestación convirtió el suelo en una trampa mortal, botan cientos de árboles y construyen una ciudadela de cemento, sin el menor respeto por el entorno y no dejan ni siquiera un árbol que dé sombra en el lugar. Brillante solución la de Alejandro Maldonado.
Con el tesoro natural que era esa finca, pudieron haber hecho un diseño integrado al contexto, una oda al sentido común, algo que dijera: entendimos la lección, estamos dispuestos a convivir simbióticamente con el la naturaleza, pero no. Esto es Guatemala.
Seguimos nuestro recorrido y llegamos por fin a El Tular. La diferencia entre la densidad del bosque adentro del santuario y fuera de él es evidente. El camión nos deja en las instalaciones del hotel. Nos da la bienvenida Gabriel, un chico bien luminoso, a cargo del proyecto.
Mientras estamos recibiendo la información del lugar, un rostro conocido nos sonríe en la distancia. Es Magalí Rey Rosa. No es de extrañar que una persona con enorme sensibilidad ecológica esté vinculada al proyecto.
A la Maga la conocí de chiripa allá por 1995, cuando me tocó hacer unas mantas para el Día Internacional de la Tierra en la agencia de publicidad en la que trabajaba. Poco sabía yo del calibre de persona que estaba a punto de conocer. De entrada, me pareció una mujer fuerte, alucinada e inspiradora. Recuerdo que trabajamos todo el día en crear las mantas para la actividad que se llevaría a cabo en La Cúpula, en Zona 9. Cuando se enteró que yo era cantautora, me invitó a ser parte de la agenda de la actividad. Monté improvisadamente una banda con algunos integrantes de Viernes Verde, quienes me hicieron ganas. Salió todo muy bien, a pesar del poco ensayo.
A lo largo del tiempo, mi admiración por esta mujer sólo creció. Me indignó mucho que Prensa Libre le retirara el espacio de su imprescindible columna de opinión, después de años de ser la voz insigne de la movida ambientalista. Decir las cosas que Magalí dice requiere de una estimable dosis de valor, en un país donde te matan por tener este tipo de claridad.
Conversamos un rato sobre el proyecto, nos cuenta la odisea que ha sido montarlo, un asunto de años. Nos explica que su hijo Gabriel es quien tiene el conocimiento hotelero para desarrollarlo y luego nos da algunas recomendaciones respecto a qué sendero tomar dentro del santuario. Maurice y yo decidimos ir al área del bosque nuboso. Así que nos despedimos y preparamos nuestros corazones para la escalada.
El sendero es bastante rústico, es un pequeño camino de tierra entre la montaña. Vamos subiendo muy tranquilos hasta que se convierte en un empinado zig-zag que demanda de nosotros estamina, destreza y atención. Escucho mi propia respiración ascender hasta el jadeo, volteo a ver a Maurice y él también está al límite.
Mientras descansamos en un claro del bosque pienso en el gran activo para la humanidad que son los ambientalistas. Es gracias a ellos que se han ganado importantes batallas contra la desmedida avaricia que impera en nuestro entorno. Pero también ha habido bajas. Pienso en Berta Cáceres y en los centenares de seres que han perdido la vida en la batalla de la conservación y me siento pequeñita. Me siento como un árbol frente a un bulldozer.
Luego me acuerdo de lo que pasó en La Puya: la resistencia pacífica por parte de la comunidad que, después de casi cinco años de lucha, logró que la CSJ emitiera una resolución que deja en suspenso la licencia de explotación minera y me vuelvo a sentir poderosa.
Seguimos en el sendero.
Carlos Perez /
Estoy de acuerdo que el ambientalismo y la preservación de los bosques es sumamente importante. Magalí ha dedicado su vida a la defensa de la naturaleza. Ahora bien, si en algún momento puede justificarse haber derrivado árboles, fue para darle cobijo a los sobrevivientes de El Cambray, ya aque la solidaridad humana es igualmente de importante y debemos ponernos en el lugar de nuestros semejantes. Lo triste es que se destruye la naturaleza para hacer campos de Golf, hacer megabodegas para cochiqueras o crianza de pollos, para actividades agricolas diversas y para otro montón de proyectos comerciales. En este sentido Magalí debiera ser un poco más humana, ya que nació en cuna de oro y nunca le ha hecho falta nada en su vida, no ha sentido hambre, no ha perdido seres queridos como en el cambray y no ha amanecido nunca sin un techo y con la incertidumbre de que vivirá y comerá mañana.
JOSUE AUGUSTO PEREZ FIGUEROA /
Alejandro Maldonado da una muestra mas de su insensatez