En septiembre de 2013, el Tribunal Constitucional de la República Dominicana emitió una sentencia (TC168-13) en el caso Juliana Deguis Pierre que causó revuelo internacional. La sentencia dictaba, en resumidas cuentas, que hijo de migrante sin papeles no tenía derecho al jus solis vigente en el país entre 1929 y 2010.
La sentencia pretende que todo haitiano en suelo dominicano y sin papeles oficiales sea considerado una irregularidad, que sea otra excepción como lo eran aquellos en tránsito (entiéndase, diplomáticos o turistas), y por ende sus hijos nacidos en suelo dominicano estén exentos del jus solis que la ley concedió durante 41 años.
En junio 2014, me recibió en su oficina en Santo Domingo el abogado Juan Miguel Castillo Pantaleón, cuyo despacho redactó partes de la sentencia TC168-13. Castillo Pantaleón no solo es abogado, también tiene un doctorado en derechos fundamentales (derecho constitucional) de la Universidad Complutense en Madrid. Y no es tímido al recalcar que obtuvo la calificación más alta posible, sobresaliente cum laude por decisión unánime, en la defensa de su tema doctoral: La Nacionalidad Dominicana.
Castillo Pantaleón inicia la plática con este dato y añade que él no es meramente un opinante en la materia de nacionalidad dominicana, sino un experto.
Esa mañana de junio el experto en nacionalidad dominicana resumió 500 años de historia de su país, de las relaciones dominico-haitianas y de los derechos humanos, para concluir de manera contundente que el dominicano era distinto al haitiano: en idioma, tradición religiosa, cultura y costumbres.
En la página 15 de su tesis doctoral dice que los haitianos se documentan como dominicanos “con malas artes”. Porque aquella persona nacida en República Dominicana de padres haitianos no es migrante, está en el mismo lugar donde nació, pero sí es extranjera. Y debe registrarse en Extranjería. Por eso los nacidos en Dominicana hacen fila en oficialías a lo largo y ancho del país junto con migrantes recién llegados.
Castillo Pantaleón habla con la convicción de quien está seguro de tener la razón: Yo creo que es una preocupación legítima de toda persona, que su patria se preserve. Porque son cosas valiosas que deben ser protegidas: tu cultura, tu tierra, tu hogar, tus valores espirituales. Eso es legítimo, reitera. Convencido. Apasionado. Añade: cuando se plantea que el que piensa esto es un xenófobo o un chovinista, creo que hay una distorsión, una exageración, porque para sentirte orgulloso de lo tuyo, no tienes que odiar a nadie.
Escuchándolo en su oficina, tan convencido de su postura, yo me preguntaba si en los años de estudios doctorales no había leído sobre posmodernismo. Si no había examinado vertientes filosóficas que le hicieran cuestionar sus convicciones. De pronto escuchando “En la vida todo es ir” de Serrat. O eso de que la única constante es el cambio. Hojeando su libro noté que sí:
Todo parece fluir para el hombre en la sociedad moderna, su concepción de cosmos, de la vida. Sin embargo, al mismo tiempo se observa en el campo jurídico un movimiento en dirección distinta. Cada vez más los países desarrollados establecen reglas más rígidas y claras para determinar quienes son sus nacionales y quienes pueden acceder a esa vinculación, (página 13). Esa es, en efecto, la tendencia de países que reciben grandes olas migratorias; restringirles la entrada por miedo a que su sistema político, social, económico colapse o por miedo a perder su identidad étnica o nacional, cuando no ambas a la vez. Sellar la frontera. Deportaciones a gran escala. ¿Será esa la solución más humana? ¿Más adecuada?
Leyes rígidas no van a apaciguar el deseo de un migrante a mejorar su calidad de vida. Así como el capital globalizado salta barreras nacionales, se acumula en unos países y disminuye en otros, los migrantes continuarán haciendo camino a donde puedan hacer una mejor vida. Amurallar una frontera o deportar a la fuerza no va resolver el problema. Restringir o anular los derechos cívicos de quienes nacieron en el país mientras estaba vigente el derecho al suelo, mucho menos.
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