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Los deseos que se pierden en el horizonte de la ciudad

La calzada Atanasio Tzul siempre me ha parecido una especie de línea fronteriza. A un lado está la implacable Terminal, con sus antivirales gestos cotidianos de transacciones mediadas por la rudeza del escarnio de ser los últimos en la escala social. Aunque, en realidad, la calzada no divide nada. Quizá sólo sea una especie de muro imaginario que evita que todo aquello no se desborde.

Cotidianidad Opinión P369
Esta es una opinión

Vi las luces en el horizonte.

Fotos: Engler García

Pero la calzada también es un buen mirador. Hasta hace poco había champas cuya altura permitía ver perfectamente el “skyline” de la ciudad. Pero desde hace un tiempo hay más construcciones robustas pero no lo suficientemente altas, ni lo suficientemente tupidas. Así que desde ahí aún se puede apreciar el horizonte –a ratos interrumpido– de la noche guatemalteca. Apreciar ese lado de la ciudad por donde siempre sale el sol. Y sí, también apreciar la noche de las luces de los deseos.

Cuando llegué lo primero que hice fue tomarme un ponche. Me senté en uno de los banquitos nuevos. La mujer dijo que eran nuevos cuando se los ofreció a la segunda familia que llegó. Siéntese en los nuevos que los viejos ya están rotos y se pude caer, le dijo. De todos modos, con la gente que llega a la calzada a ver las luces, seguro a más de alguno le tocará el banco viejo y roto. A los últimos sin duda, como todo en este sistema.

Quise hablar con la mujer del ponche pero sus respuestas eran parcas y monosilábicas. Cuánto cuesta el ponche. Hay de tanto y de tanto. A qué hora son las luces. A las siete. Usted hizo el ponche. Sí. Y siempre está aquí. No, sólo cuando son las luces... Entendí. La mujer, que junto con el resto de mujeres servían las meriendas que los hombres de la familia llevaban en recipientes plásticos, no estaba ahí esa noche para charlar.

Me fui y me interné en las calles de la vecina zona 8. Había llegado demasiado temprano y para que empezaran las luces aún faltaba. Cuando sonó el primer bombazo, estaba en un campo de fútbol de adoquín que de día debe funcionar como parqueo. Las uniones de los adoquines grasientos eran barridas con precisión por un tipo que tenía una playera de futbol. Parecía que recién despertaba de una larga resaca. Nada extraño en los rostros de algunos de los que pululan por la Terminal. Imaginé que después de las luces llegarían los vecinos a jugar.

Detrás de una de las porterías ardía una pira de llantas. El aire olía a eso. Sonó el primer bombazo y vi a una niña salir corriendo hacia la bocacalle donde estaba congregada una pequeña multitud. Esa multitud que aplaudió al finalizar las luces. La niña corría lo más rápido que su corte y sus sandalias se lo permitieron. Llegó a la esquina y se perdió. Yo también logré llegar hasta la calzada. Vi las luces en el horizonte. Y tomé estas fotos.

Engler García
/

Quise ser locutor profesional y no pude, pero fue en una cabina donde aprendí lo que sé de redactar. Abrí un blog para contar lo que veía. Después escribí en Plaza Pública, en un libro y ahora también en Nómada.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    ... /

    15/12/2015 8:41 PM

    ...

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    josue rodriguez /

    15/12/2015 2:34 PM

    Yo he caminado por alli, y es muy cierto, el cambio de un mundo a otro esta a solo una carretera. A veces es tan claro que es dificil ignorarlo.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Carlos E. Martinez /

    14/12/2015 6:19 PM

    Son unas imagenes que son bastante duras para comprender... la injusticia social que se vive diariamente.. claro es una rajadura grande para nuestra sociedad y la globalización de la pobreza..

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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