Bajo la lluvia, con la cola entre las patas, las narices se olfatean a sí mismas, frías. Los colmillos afilados se muerden unos a otros y las colas torcidas son las que mueven a los perros, en contorsiones de felicidad, de aceptación de la vida perra... Los ojos se observan, los pensamientos se piensan jadeantes con sus lenguas de fuera, babeándonos, ladrándonos, gruñéndonos, confundiéndonos como si no fuéramos sus dueños, listos para mordernos. En vez de estar compuesto de células, nuestro cuerpo colectivo está formado de perros, algunos encerrados, otros encadenados –aullando de la desesperación y la tristeza– y otros perdidos, errando por las calles, al igual que la ciudad entera. Nuestra mente colectiva está colmada de pulgas, nuestro hocico colectivo saca espuma por la rabia. Mi falso sentido de mí mismo ladra furibundo: perro, demasiado perro; perros, demasiados perros...
COMENTARIOS
P. Choy /
Los chuminos son criaturas increíbles...
Maria /
Mis gordos... <3
anonimo /
Buenísimas postales de lo cotidiano. En ninguna aparece un ser humano entregando algún gesto compasivo o amistoso. Sacas a los chuchos y pones solo a personas, dejando los títulos, y la película no cambia.