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¿Cómo se organizan los vecinos del volcán para evitar robos (si no cuentan con la PNC)?

Los vecinos se organizan para evitar asaltos en las comunidades afectadas por la erupción del Volcán de Fuego. Con o sin tragedia, no cuentan con la policía para protegerse.

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Vecinos regresan a cuidar sus pertenencias en La Reyna.

Foto: Sandra Sebastián

El miércoles 13 de junio, alrededor de las 10 de la noche, un vecino alertó a Ernesto García* que un grupo de desconocidos habían entrado a su colonia. Habían saltado el muro que rodea la comunidad La Reyna justo atrás de su casa. En cuestión de minutos, Ernesto García, su vecino Antonio Suárez* y otros seis vecinos corrían entre las plataneras buscando a los intrusos. Lograron distinguir cuatro sombras. No eran de la comunidad.

– Querían entrar en mi casa, pensaban que no había nadie. Y los tuvimos que sacar a plomazos, dice Ernesto García tranquilamente.
– ¿Les dispararon?

– No, tiramos al aire para que sepan que cargamos armas. Salieron corriendo. Supongo que por donde entraron, porque sabían que el portón estaba cerrado.

La Reyna cierra a las seis. Hace años que es así. Esta comunidad a la que se entra por la aldea El Rodeo, tiene dos portones para evitar que entren extraños. El vecino que vive más cerca de cada portón es el que recibe a las personas que quieren entrar más tarde, ya sean visitantes o habitantes que regresan tarde a sus casas. Pero más allá de las diez de la noche ya no se recibe a nadie.

De las nueve comunidades más afectadas por la erupción del Volcán de Fuego, en tres –El Rodeo, Trinidad y La Reyna– los vecinos se organizaron para vigilar. Los robos en las viviendas abandonadas tras la erupción de lava y la desconfianza en la Policía Nacional Civil (PNC) fueron los detonantes. Se hacen llamar guardianes. No es la primera vez que vigilan. Más de un mes después de la tragedia, muchos vecinos siguen en albergues y sus casas quedan al resguardo de los guardianes.

En situaciones de refuerzo de seguridad en crisis, la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) tendría que solicitar apoyo directamente del ministerio de Gobernación. Así lo hizo después del caso de un intento de violación en un albergue. Gobernación no ha recibido una solicitud para reforzar la seguridad en las comunidades.

Organizados en El Rodeo, Trinidad y La Reyna

Bruno Chuga aprieta el gatillo. Este hombre flaco pero fibroso y de escaso pelo, está sentado sobre su colchón del albergue Nuestra Señora de la Asunción (Escuintla). Oriundo de El Rodeo, agarra un bote grande de Incaparina con la mano izquierda y con la derecha hace que dispara una pistola invisible. Con ese gesto indica que varios de sus vecinos ahora custodian su aldea y van armados para hacer las vigilancias. Él les acompaña cuando puede, desarmado.

El día anterior, con su hermanastro menor, Luis Martínez, subió a su aldea a recoger unos roperos con ropa de cama de otro hermano. Los llevaron a casa de la suegra. A diferencia de su hermano, Bruno Chuga no tiene dónde guardar sus cosas mientras está albergado, entonces trata de subir cada día un rato para evitar robos.

– Los malditos se llevaron los cochitos, teles, computadoras, dice Luis Martínez sobre los primeros robos, que sucedieron cuando no habían pasado ni 24 horas de la erupción.

Luis Martínez que escucha tumbado panza arriba desde otro colchón pegado al de Chuga, que lee aburrido un periódico. Ambos dieron el día anterior el ‘vueltazo’ con otros comunitarios. Así le dice Chuga a la paseos para vigilancia. Muchos de los vigilantes residen temporalmente en albergues y cada tarde tienen que regresar a Escuintla.

La preocupación por las pertenencias que tuvieron que abandonar se encuentra también en los colchones de otros albergues. En el pasillo del Centro Universitario del Sur de la Universidad San Carlos, la familia Sánchez, de la comunidad Santa Rosa, reclama la falta de un puesto de registro donde se verifique que las personas que entran a los áreas evacuadas sean vecinos. Cada mañana, suben para darles comida a sus animales y han visto la necesidad de seguridad en las comunidades.

– Muchos llegan y dicen que vienen a ver a sus propiedades pero no son ni de allí. Desde el primer día vimos robos, más que todo de aparatos de cocina o teles. Incluso saquearon a una tienda.

En el patio redondo de la Escuela Tipo Federación un grupo de siete vecinos de La Trinidad está almorzando en el suelo. Saludan con una sonrisa. Están más tranquilos que la familia de Santa Rosa. A pesar del miedo a las avalanchas de ceniza, unos 80 personas se quedaron en La Trinidad para patrullar y cuidar las de robos. Es la única manera de estar seguros de que sus cosas estarán allí cuando regresan, asegura una señora jóven mientras echa un poco de arroz de su plato de duroport a una tortilla de maíz.

 

Un niño juega en La Reyna.

Guardianes, no patrulleros

Los guardianes no son patrulleros paramilitares como los de San Juan o San Pedro Sacatepéquez, en las periferias de Ciudad de Guatemala. Es decir, no son hombres armados cubiertos con pasamontañas, que amedrentan con violencia para dar ‘seguridad’. Los guardianes de La Reyna son agricultores que acaban de retirar el lodo volcánico de la fuente de agua del pueblo.

El tanque de agua de La Reyna está contaminada por el lodo de color chocolate oscuro del Volcán de Fuego. La Reyna lleva días sin agua. Bajo el sol de mediodía, habitantes de La Reyna, entre ellos algunos de los guardianes, limpian el tanque, que está ubicado a medio kilómetro de la aldea por un camino de terracería, en medio de plantaciones de fruta y café.

El agua potable de la comunidad proviene de un nacimiento en la montaña que queda a un kilómetro del tanque. Cae cristalina pero en el tanque se vuelve ahora amarillenta. "Este agua pica", repiten varias veces los hombres de entre 40 y 50 años refiriéndose al efecto del azufre en la piel. Sin dudar, dos de ellos bajan las escaleras del tanque con una cubeta. Lo llenan con el lodo pesado y lo suben para que sus compañeros lo vacían en el campo.

De los casi tres metros de profundidad del tanque, más de la mitad están llenos del viscoso material que recuerda al ‘slime’, la masa que parece como una plasticina más plástica.

Entre cada cubeta de lodo, los hombres, cansados, beben agua y platican sobre la seguridad comunitaria durante la erupción volcánica. Para el tercer día tras la tragedia, ya había una decena de vigilantes. Dos semanas después, son un grupo que ronda la veintena de integrantes. Pero el 4 de junio, sólo cinco hombres se animaron a vigilar La Reyna. Era la pura desolación, dice Antonio Suárez junto al riachuelo que queda al lado del tanque.

Antonio Suárez, un hombre alto y fornido, se explica bajo su sombrero de lona, mientras sus tres perros, protectores, gruñen a estas dos periodistas. Él es uno de los guardianes de La Reyna, uno de los que ahuyentaron la noche anterior a los presuntos ladrones.

Fue poco después de las 10 de la noche cuando los cuatro intrusos saltaron el muro de La Reyna. Cuentan que mientras Ernesto García y Antonio Suárez corrieron a las cuatro figuras en la oscuridad, otro de los guardianes llamó a la PNC para pedir apoyo. La comisaría queda en Escuintla cabecera, a unos 14 kilómetros. Cuenta que cuando llegó la patrulla, casi media hora después, los sospechosos ya se habían escapado. Dice que los agentes felicitaron a los vecinos por cuidar a su comunidad y por reaccionar ante la delincuencia.

En la comisaría de la PNC en Escuintla aseguran no haber recibido reportes de las tres comunidades que están patrullando para resguardar la seguridad local. Tampoco dicen haber recibido una llamado de vecinos. Desde la erupción del volcán tampoco han aumentado la seguridad en las comunidades con casas abandonada. Los agentes han mantenido sus recorridos normales.

La formación policial comunitaria

En 2012, la PNC dio una formación en prevención del delito y seguridad comunitaria a comunitarios de La Reyna. En aquel año, había muchos robos de siembra. Pero les prohibieron usar armas. Por eso muchos vecinos ni quisieron ni quieren ser guardianes, explica Antonio Suárez. Ese año, se organizaron por primera vez para vigilar.

Un día de 2012, a las 6 de la tarde, los guardianes capturaron al ladrón de siembra. Por dos horas esperaron a la PNC para entregárselo. Apenas 7 horas después, a la 1 de la madrugada, la policía lo dejó en libertad. Frustrado, Antonio Suárez habló con un agente de la policía por teléfono para saber qué hacer en futuras ocasiones en La Reyna.

– Me dijo: ‘A nosotros tampoco nos gusta venir solo por gusto, es mejor que se encarguen ustedes’. Descanse en paz, allá murió. Era de San Miguel Los Lotes.

Al joven ladrón lo mató la lava que convirtió a Los Lotes en un pueblo arrasado que aún huele a cadáver. Hasta 2018, no hubo más necesidad de vigilar activamente en La Reyna aunque siempre se mantienen alertos y echan un ojo en su ‘sector’. Desde la casa de cada uno hasta donde alcanza la vista en cada dirección.

– Casi todas las noches se tira al aire, es un aviso para que no vengan [ladrones] a rondar, dice García, que asegura tener licencia para una pistola 9 milímetros.

– Sí, nosotros cuidamos con machetes y armas. Pistolas y escopetas automáticas. Algunos tienen licencia [de armas], otros no, dice Suárez.

– Yo digo que es mejor que no los atrapemos, abunda Ernesto García.
– ¿Por qué?

– Porque ahí tal vez no lo soltaríamos, tal vez lo quemamos. Por eso es mejor correrlos, porque a nosotros nos caería el peso de la ley.

El viceministro de Prevención de la Violencia y el Delito, Axel Romero, advierte de que la policía tiene la obligación brindar seguridad perimetral. Aunque los ciudadanos pueden apoyar la labor de rescate, le preocupa que tomen la justicia por su mano.

– Lo más importante es que los comunitarios no sientan que tienen que asumir esta responsabilidad. No hay ninguna ley que los ampare en algún incidente.

Los intentos de robo han continuado en La Reyna, cuenta Antonio Suárez tres semanas después. Hasta ahora que muchas familias comienzan a regresar a sus casas, los guardianes pueden pasar las noches con más calma.

Siempre han sido hombres los vigilantes. Con el grupo de guardianes limpiadores de tanques hay una mujer. Se llama Georgina Marroquín y perdió a su hermana, a su cuñado y a una sobrina en la tragedia del Volcán de Fuego. Redonda y pequeña, se mantiene súper risueña, dice que siempre se ríe. Deja al grupo limpiando y se va a su casa, a ver a sus tres hijos, con los que llegó apenas dos horas antes, tras pasar diez días en un albergue de Escuintla. Antes de llegar, mientras enseña su verde y pobre comunidad llena de iglesias evangélicas sin paredes, le preguntamos si no quería ser ella guardiana. Dice que sí.

– Pero los hombres no me dejaron. Por por los niños. Dicen que tenía que cuidarlos.

* Los nombres de dos de los guardias entrevistados fueron cambiados por seguridad.

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