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Nueva caravana, otras caras, la misma miseria: huyen del vacío de oportunidades 

En la caravana, la primera del 2020, hay hondureños que no tienen trabajo y viven con miedo por las pandillas. También hay mujeres violadas y sin protección de la justicia. Nómada los acompañó una noche en la Casa del Migrante y en su salida de la Ciudad de Guatemala. Sus testimonios afirman que después de un año, ni los acuerdos que los presidentes firman, ni los discursos cambian las condiciones de vida de quienes escapan de un país que no los deja vivir y apenas sobrevivir.

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Una niña muestra su muñeca en el albergue donde ella y su familia aguardan para continuar su camino en la caravana de migrantes.

Fotos: Carlos Sebastián

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Huir de la violencia sexual

Saira es mujer, madre y migrante. Es jueves y junto a sus tres hijas de 13, 16 y 17, llegó al albergue temporal en la zona 1 de la Ciudad de Guatemala junto a la caravana de hondureños.

La caravana arrancó su camino hacia el norte el día anterior, el pasado miércoles 15 de enero. Pero Saira y sus hijas iniciaron su viaje antes.

—Yo salí el 10 de enero. A mi hija pequeña la violaron, por eso salimos de Honduras. Es solo una nena. No quería ir con la caravana, muchos hombres. No me da miedo por mí, es por mis hijas.

La gran mayoría de la caravana son hombres y eso le dio miedo a Saira quien decidió que sería mejor que las cuatro se fueran por su cuenta unos días antes. Pero Saira y sus hijas al final decidieron esperar en Esquipulas y unirse a la caravana para llegar a la capital de Guatemala hoy. Viajar solas las expuso más a las extorsiones de la policía.

Cuando cruzaron frontera Agua Caliente entre Honduras y Guatemala, dos agentes de la Policía Nacional Civil le informaron que sus hijas no podían pasar, por ser menores de edad y porque no tenían pasaporte. Aunque cada una traía su documento de identificación que era suficiente para entrar a Guatemala. Insistía y los agentes le hicieron una “excepción”; a cambio de Q100 por cada una de sus hijas, podían pasar.

—No se vale. Si somos vecinos, y venimos huyendo de la injusticia allá solo para caer en la injusticia acá—, dice Saira mientras se soba los brazos por el frío.

[Mirá este gráfico: El éxodo hondureño no se detiene, por Francelia Solano y Diego Orellana Xocop]

Huye de la violencia sexual de su país y de las amenazas que comenzó a recibir cuando denunció y logró que fuera capturado el hombre que violó a su hija de 13 años. Por eso contamos su testimonio bajo un nombre ficticio.

Habla abiertamente de la violación de su hija. Como si fuera algo normal. No porque lo sea, o porque lo toma con ligereza, sino porque justamente para ella, mujer, madre y centroamericana, la violencia sexual es normalizada y común. Su hija de 16 también fue violada hace dos años.

La epidemia de la violencia sexual en su país como en la región es tan generalizada que incluso para huir de ella, esa madre se siente obligada a pensar en cómo evitar ser víctimas también en la ruta de escape. El camino de las migrantes.

Esa noche bajo el toldo del albergue mantiene un ojo firme a cada hombre que pasa cerca de ellas.

Ya es de noche. El frío poco a poco se pone más intenso. Junto a otras 890 personas, pasarán la noche en el albergue, que la Casa del Migrante organizó para los grupos de la caravana que pasaran por la Ciudad de Guatemala. Queda en un terreno de tierra, tiene un toldo de techo y plástico negro de paredes.

En situaciones como las caravanas, la Casa del Migrante depende de donaciones para apoyar a los grupos grandes que recibe. A todos se le ofrece algo de comer, agua, asistencia médica y una llamada gratis para avisar a sus seres queridos que se encuentran bien. Pero la casa solo recibió 50 colchones donados que fueron repartidos a mujeres con niños pequeños. En el conteo de las 7 de la noche, cuando aún solamente habían llegado 389 personas, 71 eran niños.

Saira y sus hijas, como muchos otros, gozarán de un merecido descanso esta noche pero en el suelo cubierto por un plástico delgado.

 

Un grupo de migrantes hondureños pasa la noche en el albergue de la Casa del Migrante. Foto: Carlos Sebastián

Un grupo de migrantes hondureños pasa la noche en el albergue de la Casa del Migrante. Foto: Carlos Sebastián

La primera caravana del año

Martes 14 de enero. Mientras diplomáticos de Honduras, que llegaron a la toma de posesión de la presidencia de Alejandro Giammattei, dormían en el Hotel Camino Real —uno de los más exclusivos de la Ciudad de Guatemala— cientos de migrantes se reunían para caminar con rumbo a Guatemala esa misma noche.  El deseo de huir de su país que solamente ofrece violencia y desempleo es lo que une a todas esas personas que no se conocen entre sí y que provienen de muchas partes de Honduras.

La llegada a Guatemala, el 15 de enero, fue particularmente violenta pues los recibieron con gas lacrimógeno en la frontera de Corinto, informaron medios hondureños. Aunque el grupo que pasó por Agua Caliente corrieron con más suerte, de no tener una “bienvenida” violenta, aunque sí sufrieron extorsiones de parte de agentes de la Policía Nacional Civil guatemalteca.

No todos llegaron a Guatemala en la misma fecha. Algunos cuentan que llevan meses en el trayecto, otros se adelantaron unos días y otra parte tomó un bus que los llevó mucho más adelante. Pero todos buscan reunirse en la casa del Migrante para emprender su camino juntos a Tecún Umán.

Cancillería guatemalteca reportó que entre la frontera de Corinto y Agua Caliente ingresaron más de 3,000 personas legal e ilegalmente. Los de Corinto buscan la ruta más corta para llegar a México y para ello pasaron por el camino más peligroso: Petén.

Según Carol Girón, experta en temas de migración, este camino es más corto pero menos poblado y con más riesgos de toparse con estructuras relacionadas al narcotráfico.

Saira cuenta que algunos de sus compañeros se desviaron hacia Petén, pero ella decidió continuar por el camino convencional, que escogió la caravana del octubre del 2018.

“Estoy en la capital, aquí en Guate”, dice Juan José Hernández, de Choloma, Cortés, que recibe una llamada gratis de dos minutos. Ha llegado el 16 de enero con al menos mil personas más que recibió la Casa del Migrante en zona 1 entre las 15 horas la 1 de la madrugada. Según el último conteo, antes de medianoche había unos 890 migrantes y continuaban llegando.

Las rostros de cada uno cuentan una historia de dolor, cansancio y pobreza; es lo que los hace iguales. Algunos tienen pies ampollados, otros están deshidratados y algunos padres hacen filas para que sus hijos puedan recibir atención médica, pero todos están listos para continuar el camino, sin mirar atrás a aquel país que les dio la espalda.

 

Un grupo de migrantes hondureños pasa la noche en el albergue de la Casa del Migrante. Foto: Carlos Sebastián

Un grupo de migrantes hondureños pasa la noche en el albergue de la Casa del Migrante. Foto: Carlos Sebastián

“Lo mejor que puedes hacer es salir del país”

Un día la hija de Saira simplemente no regresó a casa. Vivían en una colonia de San Pedro Sula, la ciudad con más homicidios en Honduras. Atormentada, la madre pidió ayuda de las autoridades pero los días pasaban y la niña de 13 años no aparecía. La madre tomó una decisión drástica.

Se acercó a miembros de la pandilla y les rogó que le dijeran si sabían algo de su hija. Sospechaba que alguien de la pandilla que controla la colonia, podría estar involucrado. Funcionó.

Todos son de la misma colonia, son vecinos y se conocen. También los pandilleros que crecieron allí. Por eso, dice Saira, uno de ellos reveló dónde estaba su hija bajo la condición que no denunciara.

A dos semanas de haber desaparecido, Saira, con el apoyo de la policía, encontró a su hija encadenada en una casa abandonada. Herida y violada.

Saira lo denunció. Rompió el acuerdo con el pandillero y el violador fue capturado y procesado.

—El que le quemó al otro que violó a mi hija es él que ahora me quiere matar. Me dijo que no tenía porqué hacer tanto relajo y meter al otro en la cárcel. “Ni que fuera tan grave, si no la mató”—, me dijo.

Igual que en Guatemala, las personas como Saira que denuncian delitos en Honduras no necesariamente encuentran más seguridad después. Muchas veces es todo lo contrario. El Ministerio Público no podía ofrecer ningún tipo de protección a Saira. Las autoridades no tienen los recursos humanos para estar en cada esquina en cada momento. Las pandillas sí.

Es más, el mismo fiscal que llevaba su caso le recomendó a la madre que lo mejor que podía hacer era salir del país con sus hijas. Igual que como lo hacen miles y miles de centroamericanos que huyen cada año de la violencia estructural y delincuencial.

Empacaron sus cosas. Pastillas para los cólicos de su hija de 13 que migra en días de su período. Un nebulizador para su hija de 17 que tiene un problema en los pulmones. Una vida en cada mochila para nunca más regresar.

—Nosotras nos vamos a quedar en México, allí hay bastante trabajo—, dice Saira.

 

Una familia descansa en la Casa del Migrante antes de continuar su camino en la caravana. Foto: Carlos Sebastián

Una familia descansa en la Casa del Migrante antes de continuar su camino en la caravana. Foto: Carlos Sebastián

La forma de migrar ha cambiado

En 2018 ocurrió la primera caravana migrante con alrededor de 2,000 personas que provenían principalmente de Honduras y El Salvador. Seguido de ésta, ese mismo año, ocurrieron dos caravanas más, ahora más reducidas (alrededor de mil personas en cada una).

Fue así como esta se convirtió en la nueva forma de migrar, ahora no se esconden entre arbustos o de noche: viajan de día, allí, visibles y caminando hacia cualquier futuro que sea mejor que lo que dejaron atrás.

Durante 2019 hubo dos caravanas más, con números más reducidos. Este año en 2020 se calcula que un total de 1,460 migrantes entraron el 15 de enero y 1,883 más el 16 de enero.

Las caravanas se organizan en grupos de facebook, whatsapp o por las noticias, pero algo es definitivo: ya no quieren viajar solos. La caravana les proporciona la seguridad de viajar en grupo, no pagar a coyotes, reducir costos y ser menos vulnerables. Además es la forma que han encontrado de no fragmentar a sus familias. Viajan padres, hijos, primos o amigos.

Hace un año cuando aún no era Canciller, Pedro Brolo, quien lleva 6 días como Ministro de Relaciones Exteriores, se mostró escéptico sobre la sobrevivencia de la caravana como forma de migración. En la entrevista en Canal Antigua aseguró que el primer movimiento migrante masivo que se dio en octubre de 2018 “le restó motivación a los que ahora quieren salir”. Pero un año y  tres caravanas después se puede ver que de 2,000 pasaron a más de 3,000 migrantes este año.

El vaticinio de Brolo falló. Las caravanas se hicieron más fuertes, tanto que a raíz de la primera las cosas han cambiado: Guatemala firmó el acuerdo de tercer país seguro, México y EEUU hicieron un acuerdo migratorio para no dejar pasar centroamericanos y El Salvador logró negociaciones para ampliar por un año el estatus temporal de sus ciudadanos.

 

Los migrantes hondureños caminan por la Ciudad de Guatemala rumbo a México. Foto: Carlos Sebastián

Los migrantes hondureños caminan por la Ciudad de Guatemala rumbo a México. Foto: Carlos Sebastián

Las medidas de EEUU, México y Guatemala

Las reacciones de los tres gobiernos sobre la caravana han sido distintas. Guatemala no les ofrece a los migrantes más que ser parte del programa de retorno seguro a sus países y un acuerdo de asilo, con un anexo desaparecido (que el gobierno de Jimmy Morales no entregó).

Por otro lado, Alejandro Giammattei, el recién juramentado presidente, tiene entre sus manos el Acuerdo de Cooperación de Asilo (ACA) que deberá de negociar con Estados Unidos. El mandatario guatemalteco asegura que tiene en mente medidas concretas para llegar a un acuerdo.

Pero por el momento, todo ha quedado en palabras y lo único cierto es lo dicho por Giammattei sobre la reunión con el canciller mexicano, Marcelo Ebrard:

"En la conversación con el canciller le hicimos la pregunta sobre esa caravana. El gobierno mexicano nos advirtió que no los va a dejar pasar y que va a utilizar todo lo que esté en sus manos para impedir que pasen".

Con esto acordaron poner freno a las caravanas de los migrantes con paso a Estados Unidos. La advertencia va seguida de 21,000 agentes en la frontera y según Giammattei no habrá salvoconductos (permisos) para los integrantes de la caravana.

El muro impenetrable se volverán brazos abiertos para los migrantes que decidan quedarse en México. Durante una conferencia de prensa el presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que habrá 4,000 plazas de empleo para los que detengan su camino hacia Estados Unidos.

 

A diferencia de México, la reacción del Presidente estadounidense ha sido negativa. Durante el segundo día de la caravana, Donald Trump se pronunció en un tuit donde relaciona, otra vez, a los migrantes con el tema de seguridad y repitió su intención de construir un muro en la frontera entre México y Estados Unidos.

“Una nueva caravana grande viene hacia nuestra frontera sur desde Honduras”, publicó.

Además agregó que “solamente un muro funcionará. Solamente un muro, o una barrera de acero, mantendrá seguro a nuestro país.”

Y a pesar de las advertencias de los tres países que pretenden parar la caravana, los pies de Saira y su familia no se detienen, hasta encontrar un lugar donde puedan vivir. Tampoco dejarán de caminar los tenis de Juan, las sandalias de María, los crocs Pedro o los pies descalzos de Marta que buscan llegar a Estados Unidos, el lugar donde las maras, la pobreza y la violación sexual  no los alcanza.

Un grupo se va, otro viene

El viernes a las 5 de la mañana el grupo de migrantes, que durante la noche creció a unos mil, arranca camino otra vez. En la oscuridad y a 16 grados atraviesan la zona 1 capitalina para buscar la ruta hacia la costa sur y luego subir a la frontera de Tecún Umán, a casi 250 kilómetros de distancia.

Con excepción de 40 migrantes, el albergue quedó vacío la noche del jueves y la Casa del Migrante se preparó para la llegada de un segundo grupo grande que venía en camino de la frontera Agua Caliente.

Saira se quedó afuera del albergue durante el día. Pidió que su hermano, también migrante pero en Estados Unidos, le ayudara con un depósito para continuar el viaje a México en bus.

En esta caravana muchos de los migrantes entrevistados van a tomarle la palabra al presidente López Obrador y piden asilo en México porque supieron que habrá oportunidades de empleo.

—Allá nos reciben con los brazos abiertos—, dice Saira emocionada.

Wendy Juárez también piensa quedarse en México. Aún no sabe dónde exactamente, tampoco en qué va a trabajar, solo que si no le va bien allí, intentará llegar hasta Estados Unidos e intentar de nuevo.

La madre de seis tuvo que iniciar su viaje con una despedida dolorosa. Sus tres hijos más grandes se quedaron en Honduras con su esposo, mientras los tres pequeños, de 13 y 10 años, y Zoe de 9 meses se vinieron con ella. Su esposo gana 200 lempiras diarios (US$8) como jornalero en campos de agricultura. Apenas es suficiente para sobrevivir, y mucho menos para vivir y crear un proyecto de vida a largo plazo para ella y sus hijos.

—Mi nombre es Juan José Hernández, pero primo del presidente no soy—, dice Juan José con una sonrisa cuando saluda.

El joven de 23 años también dejó a sus dos hijos en Honduras. No encontraba trabajo estable en su país y cada vez su situación económica empeoraba. Comenzó a vender jugos en las calles, preparados por su esposa. A pesar de caminar 12 horas por día para vender, en un buen día, que no son muchos, no logra ganar más de 800 lempiras (US$32). En un día normal, gana 300 lempiras (US$12).

La única otra “oferta” que ha recibido es ser parte de las pandillas que lo han intentado jalar.

 

Los migrantes hondureños caminan por la Ciudad de Guatemala rumbo a México. Foto: Carlos Sebastián

Los migrantes hondureños caminan por la Ciudad de Guatemala rumbo a México. Foto: Carlos Sebastián

La llegada a México

El sábado 18 dos grupos de la caravana llegaron a las fronteras de Tecún Umán y El Ceibo entre Guatemala y México. Ante el intento de cientos de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, niños, ancianos y familias enteras de cruzar, las autoridades mexicanas cerraron las fronteras, que desde el viernes habían sido reforzadas por 500 agentes más de la Guardia Nacional. Es parte de la promesa del presidente López Obrador a su colega de Estados Unidos, Donald Trump.

Un comunicado emitido por el Colectivo de Observación y Monitoreo del Suroeste Mexicano afirmó la presencia intimidatoria de fuerzas armadas mexicanas en la frontera: "la presencia de un fuerte dispositivo de Guardia Nacional (GN), Policía Militar, Marina y Policía Federal; todos con equipos antidisturbios”.

En la tarde el mismo sábado, el Instituto Nacional de Migración mexicana comenzó a pasar los migrantes en grupos de 20 para sólo dejar ingreso de las personas que deseaban solicitar asilo o visa de trabajo para ocupar uno de los 4.000 empleos prometidos en México, y así filtrar a los cientos de migrantes que buscan llegar hasta Estados Unidos. Antes ellos el López Obrador se mantuvo firme, no habrán permiso de paso.

Las opciones que les quedan a este grupo de migrantes son pocas. Considerar quedarse en Guatemala, un país que ni siquiera garantiza seguridad y empleo a sus propios ciudadanos. Regresarse a su país, ya sea El Salvador o Honduras, de donde proviene la gran mayoría de integrantes de la caravana. Regresar al gobierno de Juan Orlando Hernández que lejos de resolver los problemas expulsa a sus ciudadanos. Mientras miles de hondureños se encontraban desesperados frente a los portones cerrados de México, el presidente Orlando Hernández cerró la comisión de contra la corrupción para Honduras de la Organización de los Estados Americanos.

 

La última opción para los migrantes de la caravana que no tendrán permiso para cruzar México es buscar formas alternativas, y más arriesgados de entrar al país, cruzando ríos o montañas, o, los que tienen, pagarle a coyotes. Todo con el riesgo de caer en manos del crimen organizado en el camino. Pero algo es seguro: nada detendrá sus pasos.

Al cierre de esta nota, unas 1,500 personas se reunían en el puente internacional Rodolfo Robles, sobre el río Suchiate que separa Guatemala y México.

[Más sobre la caravana: Honduras y su caso Pandora, la primera gran captura de diputados, explicado en 5 puntos]


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