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Cómo bajé mi consumo de moda rápida

Hay una pirámide que usan los activistas de la ética que dice que lo más importante es cuidar la ropa que ya tienes, después está comprar con un plan, seguido de comprar ropa usada, ropa de marcas sostenibles y finalmente, como última opción, moda rápida.

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Una de las piezas de la exposición "Fast Fashion" en el Museum für Kunst de Hamburgo en septiembre de 2015.

Siempre me han gustado mucho la moda y la ropa. De niña me la pasaba dibujando atuendos y tenía un estilo hiperfemenino, que con los años ha evolucionado pero sigue basándose en que me divierte jugar con mi imagen. Además de que cambié las crinolinas y los brillos por colores neutros y camisas de botones, ahora, además de proyectar mi personalidad, también me interesa que mi clóset refleje mis valores.

Sé que para muchas personas es complicado, por varias y muy válidas razones, dejar de comprar moda rápida. Las prendas de segunda mano pueden ser más baratas, pero requieren una inversión de tiempo y a veces también de dinero, para ajustarlas mejor a nuestro cuerpo. Además, claro, de que ciertas tallas son más difíciles de encontrar. Sin embargo, creo que cualquiera puede hacer el esfuerzo de conocer mejor su clóset, evitar compras impulsivas y conocer otras opciones más sostenibles, aunque sea solo para los zapatos y accesorios.  Esta es la forma en la que lo he hecho yo, pero hay muchas otras maneras.

En los inicios de mi adolescencia, para comprar ropa nueva tenía acceso a tiendas departamentales (¡nada de Inditex!, eso llegó un poco después a mi ciudad) y a modistas que podían imitar lo que veía en las revistas o hacer realidad las ideas de mi mamá y mi abuela. Además estaba la ropa que heredaba de mis primas mayores y, más tarde, de mis tías. Tardé mucho tiempo en enterarme de que podía comprar ropa vintage, pero para ese tiempo ya llevaba años adentrándome en los clósets de mis familiares y encontrando a veces verdaderas joyas, como el vestido que usé en mi graduación académica de la universidad, que fue el que llevó mi mamá cuando terminó la prepa, o los collares de bisutería de mi abuela, que por desgracia ya no tengo y otra vez están de moda. Cuando tuve mi primer trabajo de oficina, al que iba en uniforme, hice también un experimento en el que no compré ropa nueva un año, nada más porque me pareció divertido.

Fue hasta que vine a vivir a CDMX que pasaron dos cosas: tenía mucho menos dinero para gastar en mí, pero la necesidad de crear un nuevo guardarropa, y mi trabajo consistía en escribir sobre responsabilidad corporativa. Mientras iba aprendiendo sobre los terribles problemas de la industria de la moda en cuanto a su trato a empleados e impacto ambiental, también comencé a frecuentar mercaditos, a seguir en redes sociales a vendedores de vintage y segunda mano y a tomarme muy en serio la buena suerte de tener tantas tías generosas que me regalaban abrigos, suéters y pantalones en súper buen estado.

Así pude poco a poco hacerme de un clóset con piezas de calidad, adecuadas para el clima de mi nueva ciudad, pero que no necesariamente eran mi estilo. Tuve que aprender a ser selectiva, a admitir que aunque ciertas prendas fueran de buena calidad y útiles, nunca me las iba a poner, y a complementar con otras piezas que fueran más juveniles o adaptables a mi estilo de vida. Me ayudó mucho seguir en Instagram a otras mujeres que usan o venden ropa de otras épocas para tener más ideas de combinaciones o modificaciones que pudiera hacer.

Más o menos esa es mi situación actual, solo que con la diferencia de que ya casi nunca compro ropa. Hay una pirámide que usan los activistas de la  ética que dice que lo más importante es cuidar la ropa que ya tienes, después está comprar con un plan, seguido de comprar ropa usada, ropa de marcas sostenibles y finalmente, como última opción, moda rápida.  Es una jerarquía muy útil, que yo ya usaba de forma intuitiva. Así fue como en 2017 solo compré tres prendas: un short de pijama en Forever 21, porque no encontré en otro lado, una bata vintage porque estaba bonita y alguna más que ya no recuerdo. Cuando vi que no había sido nada difícil, decidí seguir por este camino en los años siguientes, pero de una forma intencional y estratégica.

¿Cómo me fue en 2018? Ya que decidí casarme, aumentaron los eventos sociales importantes de mi año, así que hice más compras de lo normal: tres faldas (dos vintage y una de Zara), el vestido de novia, que fue de una boutique local que hace sus propias prendas y unas sandalias (también de Zara). Ahora ando en búsqueda de blusas y tops porque descubrí que casi todos los que tengo son negros y mis nuevas y hermosas faldas podrían ser combinadas con toques de color. También acepté de regalo unos jeans de Gap, que según su etiqueta fueron hechos cuidando el agua, y compré unos usados en un bazar.

Para crear un verdadero cambio, esto debe ir de la mano de apoyar políticas para mejores condiciones de trabajo en las fábricas de moda rápida, de hablar con las personas acerca de sus hábitos de compra, etc. Todo eso comienza con dar el paso de dejar de pensar en ropa nueva para cada evento es muy importante e incluso puede ser divertido.

Si no tienes acceso a las prendas de tus familiares, puedes organizar intercambios con amigas y conocidas, descubrir en qué partes de tu ciudad se vende ropa usada a buen precio o incluso aprender a coser y vestir tus propios diseños. Para mí, es muy importante que la búsqueda por un clóset más ético no esté guiada por la culpa sino por el genuino entusiasmo de encontrar opciones en un mercado que nos asegura que no las hay.

Mis prendas vintage me sirven para iniciar conversaciones, para explorar nuevos estilos y a veces también para acercarme a mis relaciones familiares. Hace poco, un día que me sentía mal pero tenía que ir a un evento, me puse un saco y un suéter que fueron de mi tía abuela, una de las mujeres más exitosas que he conocido. Esa misma semana, usé una falda de piel que perteneció a una de mis tías para ir a una fiesta. Vivir mis propias aventuras con ropa que ya cumplió su propósito para las mujeres que me quieren es otra manera de llevar conmigo su cariño. Y cuando no sé quién portó una pieza antes que yo, siempre puedo inventar una historia.

María José Evia Herrero
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María José Evia Herrero estudió Comunicación en Mérida, Yucatán. Vive y trabaja en CDMX desde 2014, donde escribe sobre temas desde responsabilidad corporativa hasta literatura, moda y belleza. Es feminista y amante de los gatos.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Juan Carlos /

    27/11/2018 11:43 AM

    ¿Dónde o en qué link se puede investigar acerca de esa pirámide qué usan los activistas de la ética? ¿Quienes son los activistas de la ética? ¿Por qué decidieron hacer una pirámide al respecto, bajo qué criterios?

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Víctor López /

    26/11/2018 9:18 AM

    Las mujeres tanto que se hacen bolas para vestirse aparte de tanta pócima que se echan en la cara ... Nosotros los hombres no , un pantalón , playera y zapatos suficiente... Claro hay otros que se les voltea el calcetín hasta las cejas se depilan Pero ese ya es otro tema...

    ¡Ay no!

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    ¡Nítido!

      bbuva /

      26/11/2018 11:50 PM

      SHOMBRE

      ¡Ay no!

      ¡Nítido!



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