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De la despatologización a la incongruencia: lo trans ante la OMS

La transexualidad dejó de considerarse –por parte de la OMS– como una enfermedad mental y comenzó a considerarse únicamente como una condición caracterizada por la “incongruencia de género”. pero ¿éste es un cambio sustancial o es un mero cambio dentro de una taxonomía de patologías que poco hace por eliminar la transfobia?

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Mujer lleva la bandera trans en la marcha del Orgullo en San Juan, Argentina, 2016. Foto: Diario La Ventana.

Junio es sin duda el mes del orgullo LGBTIQ+ y en este junio en particular la Organización Mundial de la Salud (OMS) llevó a cabo un anuncio que le dio la vuelta al mundo y puso a la comunidad trans a celebrar y, posteriormente, a cuestionar la pertinencia de dicha celebración. La razón de todo esto fue el anuncio de que la transexualidad dejaría de considerarse como una enfermedad y comenzaría a considerarse simplemente como una condición.

Dicho anuncio, como se pueden imaginar, parece sin duda una buena noticia. El no ser considerados y consideradas como enfermxs mentales es un logro del movimiento por la despatologización de lo trans; sus efectos se harán ver a lo largo de los años cuando no exista más un aparato médico que justifique el colocarnos en la posición de personas enfermas que necesitan un tratamiento pero que, también, se ven por ello mismo etiquetadxs con múltiples términos cuyas connotaciones son casi siempre negativas y pueden ser un potencial motor para la transfobia.

Empero, ¿ha sido alcanzado dicho logro? Para muchxs activistas alrededor del mundo la respuesta es no, no mientras se siga colocando a la transexualidad dentro de algún manual y se le siga dando un término que hace posible la tutela médica sobre el cuerpo trans. Para dichxs activistas, no hay realmente un gran cambio cuando se nos recoloca en la categoría de condiciones y se nos describe como personas con una “incongruencia de género”.

Aquí quizás vale la pena detenerse y hacer un breve ejercicio de memoria histórica que nos permita contextualizar dicho anuncio y las críticas que suscitó. La transexualidad fue incluida originalmente como una enfermedad mental en el año de 1980 cuando la Asociación Psiquiátrica Americana decidió incorporarla al famoso Manual de Diagnóstico Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM), entonces en su tercera edición.

Esto, desde luego, no implica que no estuviese medicalizada y patologizada anteriormente –lo estaba– pero lo que sí implica es que fue hasta ese año cuando se le incluyó en uno de los muchos legados que la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría le heredaron al mundo: un modelo médico americanizado, internacionalizado y totalmente atravesado por la creación de órganos internacionales que buscaban sistematizar y mundializar el conocimiento médico de la época a través de asociaciones y manuales médicos.

Ese es finalmente el contexto en el que se creó tanto al DSM como al equivalente de la OMS, el Código Internacional de Enfermedades (CIE). El primero se concentra en padecimientos de índole psiquiátrico, el segundo sin embargo es mucho más amplio y abarca condiciones y enfermedades psíquicas y mentales. En cualquier caso, la historia de estos manuales para con la comunidad LGBTIQ+ no ha sido de miel sobre hojuelas sino todo lo contrario pues ha sido en estos textos donde se han cristalizado las peores actitudes homolesbobitransfóbicas; ello bajo el cobijo de una pretendida objetividad médica.

Han habido desde luego cambios aunque éstos fueron en su mayoría cambios de terminología que no implicaban una despatologización. Por ejemplo, en el ya mencionado DSM la transexualidad ha aparecido como Desorden de Identidad de Género (DSM- III) y más recientemente como Disforia de Género (DSM-V), términos que, en cualquier caso, han estado anidados en categorías cambiantes; así, en el caso del DSM III R (revisado) la transexualidad era colocada dentro de la categoría de “Desordenes primeramente evidentes en la infancia, niñez o adolescencia” de donde se le eliminó –dado que hay personas trans que NO tuvieron infancias en las que se asumieran como trans– para recolocarle en el DSM IV TR (revisado) en la categoría de “Desordenes Sexuales”.

A la luz de todo lo anterior es que puede comprenderse tanto el anuncio llevado a cabo en este mes de junio como la suspicacia con la cual se le ha recibido. Básicamente, si bien es cierto que la transexualidad dejó de considerarse –por parte de la OMS– como una enfermedad mental y comenzó a considerarse únicamente como una condición caracterizada por la “incongruencia de género”, aquí cabe todavía la pregunta de si éste es un cambio sustancial o es un mero cambio dentro de una taxonomía de patologías que poco hace por eliminar la transfobia.

La respuesta a esta inquietud no es menor y trataré de abordarla. En primer lugar, el cambio no me parece menor. Si bien la transexualidad sigue contenida en un manual médico y, con ello, sigue medicalizada, lo cierto es que deja de considerarse una patología, con lo cual se avanza en el camino hacia su despatologización. Esto es, con esta reforma la transexualidad está todavía medicalizada pero (menos) patologizada.

Sin embargo, también es cierto que el término “incongruencia” parece todavía ejercer una patologización subrepticia producto de un sesgo cis-heterosexista, es decir la creencia de que lo “normal” es que la forma en que las personas heterosexuales y cisgénero -es decir, personas cuyo género no es cuestionado- performan al género es, por decirlo de alguna manera, la más natural, la más funcional o, en cierto sentido, la que se produciría por default. Aquí volvemos a encontrarnos con la idea de que son los cuerpos cis-hets los que representan la cúspide de la naturalidad y normalidad, ahora bajo el rótulo de “congruencia”.

Esto es algo sumamente desafortunado pero quizás no por las razones que pudieran anticiparse. Yo no pretendo defender la idea de que los cuerpos trans somos tan congruentes como los cuerpos cis, por el contrario, lo que yo quisiera defender es que los cuerpos cis son tan incongruentes como los cuerpos trans. Y es que el género es inherentemente normativo, es un conjunto de normas que dictan cómo debemos habitar nuestro cuerpo, cómo debemos performar nuestra expresión de género, qué debemos sentir, cómo debemos desear, etc. Este sistema de normas, como ha señalado el feminismo, fabrica estándares inalcanzables para la inmensa mayoría de los hombres y las mujeres.

En ese sentido es que yo diría que no hay una sola persona sobre esta tierra que no tenga cierto grado de incongruencia de género. Resistir el imperativo de ser delgadas, perfectas, amables, rasuradas, simpáticas, bien portadas, buenas cocineras, etc. es algo que hacemos muchas mujeres feministas que no estamos contentas con los roles asignados a las mujeres. Algo parecido puede decirse de los imperativos igualmente imposibles asociados a las masculinidades.

Por ello es que yo considero que, si bien hemos dado un paso importante, seguimos todavía enfrentando un reto. Eliminar el sesgo cis-heterosexista que presupone al cuerpo cis-het como congruente sin darse por enterado de la miríada de críticas feministas que señalan que el género es un sistema normativo siempre insatisfacible y, por ello, fuertemente opresor. No hay así nadie que sea 100% congruente con su género, NADIE. Señalar a los cuerpos trans por ello es todavía calificarnos de abyectos aunque ya no a través de la noción de enfermedad, ello mientras se invisibilizan las incongruencias de otros cuerpos que tampoco se adecúan a dichas normas de género.

Ahora bien, eso no implica que no hayamos avanzado nada y que la única solución sea eliminar cualquier mención a lo trans en cualquier manual médico. Esto es así porque una parte importante del colectivo trans exige una medicalización sin patologización, es decir, hacer válido un derecho al acceso a la salud que nos permita gozar de acompañamiento médico en nuestros procesos de transición endocrinológica e, incluso, quirúrgica. Nótese aquí el fraseo: hablo de una medicalización sin patologización, una medicalización voluntaria y que no se viva como necesaria y terapéutica sino como un sendero elegido al criterio de cada quien.

Este acompañamiento sólo será plenamente posible cuando reformemos el derecho a la salud y éste no exija –en ninguna parte del mundo– el ser colocados o colocadas en categorías que legitimen una intervención médica sobre la base de un discurso reparativo. Acompañarnos sin pretender repararnos debiera ser el objetivo de lxs médicxs. Un sendero medicalizado pero no por ello paternalista y patologizante.

Pero hasta que esa reforma no se realice –algo que tanto el feminismo como el transfeminismo demandan– los avances graduales son importantes. Esto es así ya que una eliminación absoluta de estos manuales hace imposible que en muchas partes del mundo se acceda a un servicio médico digno y gratuito (o relativamente barato). Después de todo el CIE es un manual que usan las aseguradoras para saber si un gasto médico está o no cubierto por un cierto plan de sanidad.

Hay, asimismo, otras razones para no demonizar a todo manual médico. A saber, son la expresión del consenso médico en una época y, si logramos democratizar a los saberes y con ello combatir sus sesgos, entonces dichos manuales serán importantes en los procesos de lucha contra aquellos esfuerzos por volver a patologizar a las diversidades sexo-genéricas. Y es que no debemos olvidar que con el auge de la nueva derecha, el movimiento anti-derechos y la nueva evangelización de América Latina viene también un proceso por implantar las así llamadas “Terapias Reparativas” que pretenden curar las diversidades sexo-genéricas con métodos ya rechazados por el grueso de las ciencias médicas.

En esta lucha en contra de estas supercherías estos manuales pueden llegar a ser una herramienta importante. Hacen posible el demandar por mala praxis a cualquier supuesto experto que nos “diagnostique” como enfermxs y busque “curarnos”. Y está, por supuesto, el uso más cotidiano de un manual: el servirle de guía a unx médicx para que sepa cómo acompañarnos sin patologizarnos.

Quizás aún estamos lejos de llegar a la meta, de alcanzar a esa medicina libre de sesgos y a esos manuales que son una herramienta que nos empodera y no una que nos lesiona, pero mientras un sector de lo trans siga luchando por una medicalización sin patologización, entonces quizás el objetivo no deba ser que no se nos mencione en ningún manual médico sino que se nos mencione en manuales que sirvan de acompañamiento sin generar tutelaje, infantilización y patologización.

El anuncio de este junio fue, creo yo, un paso en esta dirección y eso es algo importante.

Siobhan Guerrero Mc Manus
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Siobhan Guerrero Mc Manus (CDMX, 1981) es una mujer trans, bióloga y filósofa, e investigadora en el CEIICH de la UNAM. Es amante de la literatura de ficción y eterna voguera en ciernes. Transfeminista por vocación y convicción.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Rosa /

    02/07/2018 5:26 PM

    Que pena tanta leer tanta mentira, así como quieren quitar la sexualidad del manual DSM, (psiquiatria) lo mismo van hacer con la Pedofilia y zoofilia, es solo cuestión de tiempo. Quieren Homosexualizar a la población mundial, promoviendo y creando leyes para imponer su asquerosa e inmundo estilo de vida, retorcido y bestial. Y Nómada como medio de Desinformación, Manipulación, y Promotor de la Homosexualidad, cumpliendo al pie de la letra las directrices del corrupto George Soros, claro! si este magnate es el que pone la plata, el da las ordenes y Nómada tiene que cumplirlas, no en vano Soros aporta más de 1 Millón de Quetzales a NÖMADA Y más plata para Plaza Pública el otro Medio de Desinformación Primo-Hermano de Nömada.
    Señor Sioghan Guerrero, ya deje de mentir! mirese en un espejo! UD es un Hombre, tiene cromosomas de XY, porfavor! Su ADN es el de una persona de sexo Masculino, porque genero tienen los animales, los objetos, los seres humanos tenemos sexo: y es masculino y femenino.
    Su mente ha sido secuestrada y ahora esta creyendo una falsa realidad, desde el primer día de vida hasta su último aquí en la tierra usted seguirá siendo un Hombre, aunque lo niegue. Y no es el Doctor el que impone el sexo, por Dios! tanta mentira que se inventa el Lobby LGBTIQ, que ahora hasta salieron con esa idiotez del Lenguaje Inclusivo: @, x, e, Les Diputades, Les Seres Humanes, jajaja! porque dicen que la Vocal O, es machista, estoy escribiendo esto y me rio de tanta estupidez. Entonces ahora tenemos que hablar un lenguaje que no sea sexista ni machista.
    Y no me salga con la excusa de que Dios es amor, y porque el amor de ustedes es sincero y puro Dios lo acepta. Carajo!! se nota que ud nunca ha leído la biblia solo repite como cotorro, mire y lea lo que dice la biblia sobre personas de su condición podrida y enferma:
    1ra. Corintios6:9
    ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,
    6:10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.

    Más claro no se puede, No hay excusas, Dios no aprueba la homosexualidad, así que deje de excusarse de que Dios es Amor y por eso ustedes tienen su aprobación.
    Esas patologías Homofobia, Transfobia, Lesbofobia, son inventos para criminalizar y ridiculizar a los opositores de la homosexualidad y del mov. LGBTIQ. Y le recomiendo estudiar a sus padres ideologicos, los pervertidos, Alfred Kinsey y John Money. Leea los experimentos que ellos hicieron con niños a los cuales abusaron para supuestamente comprobar y estudiar la sexualidad.
    Por último, véase bien detenidamente en un espejo, se ve horriblemente ridículo tratando de ser alguien que nunca sera.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Andrea Valladares /

    01/07/2018 9:19 PM

    Me parece que la señora Guerrero no conoce el término estadístico de "normalidad". No es que exista un "sesgo cis-héterosexista", es que la inmensa mayoría de las personas, no siente incongruencia entre su sexo biológico y su identidad de género. Por lo que la población trans, debe comprender que lo normal - en el sentido estadístico, sin valoración moral- será siempre lo cis y lo heterosexual.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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