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¡Me harté de ser “estratégica”!

Toda la vida me dijeron (directa o indirectamente) que habitar mi corporalidad estaba mal, que ser más inteligente que algunos especímenes masculinos estaba mal, que hablar duro, estar enojada, y sobre todo ser emocional y visceral con mi postura política estaba mal, porque “eso es poco estratégico”.

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Una de las protestas de #BlackLivesMatter llevadas a cabo en Filadelfia, Estados Unidos, en 2014. Foto de Jessica Lerhman para la revista Vanity Fair.

En el 2006 la cineasta, escritora y activista Virginie Despentes escribió Teoría King Kong, uno de mis libros favoritos en el que relata sus vivencias como feminista, activista, cineasta, sobreviviente de una violación y como trabajadora sexual y reflexiona extensivamente sobre ellas. El primer capítulo, Tenientas Corruptas termina con el siguiente párrafo (el que vengo recitando en mi cabeza como un mantra todos los días desde que lo leí):

“Porque el ideal de la mujer blanca, atractiva pero no puta, bien casada pero no relegada, que trabaja pero sin ser muy exitosa, para no humillar a su hombre, flaca pero no neurótica con la comida, que sigue indefinidamente joven sin que la desfiguren los cirujanos estéticos, que se siente plena con ser mamá pero no es acaparada por los pañales y los deberes de la escuela, buena ama de casa pero no sirvienta tradicional, culta pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen siempre frente a los ojos, que deberíamos esmerarnos para parecernos a ella, más allá de que parece aburrirse mucho por poca cosa, de todas formas nunca me la crucé, en ningún lugar. Creo que no existe”.

Me repito este párrafo a diario por una razón muy sencilla, toda la vida me dijeron (directa o indirectamente) que habitar mi corporalidad estaba mal, que ser más inteligente que algunos especímenes masculinos estaba mal, que hablar duro, estar enojada, y sobre todo ser emocional y visceral con mi postura política estaba mal, porque “eso es poco estratégico” y después de leer a Despentes y de rodearme de mujeres maravillosas aprendí que esa mujer moderada y educada, que se queja pero no incomoda, puede que exista pero claro que no soy yo.

En los más de 10 años que llevo narrándome como una mujer feminista, los cinco que llevo construyéndome afrofeminista y en tal vez la misma cantidad de tiempo que llevo habitando espacios virtuales en los que pongo cada una de mis perplejidades a discusión, son incontables las veces en la que he tenido que escuchar tipos decirme que hable más pasito, preguntarme por qué estoy tan enojada (como si el hecho de que violen y maten mujeres todos los días no fuera suficiente), decirme que con eso no voy a convencer a nadie (como si me interesara hacerlo), llamarme feminazi, mamerta vaginal o de plano decirme violenta y agresiva. Lo bueno ¿o tal vez malo? es que con el tiempo te acostumbras a que los machos no tengan otra forma de argumentar y solo les quede amenzarte con violencia, infundir miedo o burlarse, en últimas esa es la realidad de la masculinidad hegemónica y al respecto nuestros argumentos tienen poco que aportar y entonces muchas mujeres hemos construido estrategias para mantenernos seguras y algunas, como yo, nos abstenemos de entrar en esas discusiones en aras de nuestra salud mental y emocional.

Sin embargo, a lo que yo no me acostumbro es a los reclamos de otras mujeres, que tengo que decir se han incrementado cuando se volvieron fundamentales en mi discurso las intersecciones entre la raza y el género.

Parece que a algunas mujeres blancas, mis quejas sobre el racismo estructural, sobre el privilegio que habita los cuerpos femeninos blancos y sobre la apropiación, la insensibilidad y la ignorancia sistemática hacia las problemáticas particulares de las mujeres negras les parece un despropósito, una exageración, a algunas incluso un chiste, porque para ellas el racismo no existe, y sobre todo les parezco muy exagerada y agresiva, les parece que yo genero división con mi retórica y mis argumentos (como si lo que dividiera no fuera la violencia sistemática contra los cuerpos racializados) y aunque me dicen que soy inteligente y tengo cosas para decir, pues el tono que manejo no se les ajusta y pues esto, ESTO, no es solo una falta de respeto sino un acto de violencia profundo.

¿Acaso no se dan cuenta que hacen exactamente lo mismo que los tipos? ¿Acaso no se dan cuenta que ese es un ejercicio de violencia y sobre todo cuando esta puesto en el marco de una relación históricamente opresora? ¿Acaso nada de lo que tengo para decir, que parte de un discurso estructurado por años de estudio y activismo les llega? ¿Cómo es posible que de una conversación con una mujer o tal vez muchas, donde con vehemencia señalo violencias estructurales, la conceptualizo y las referencio, solo me tengan para decir “sí marica pero qué agresividad”? No miren, respeten y revísense.

A las mujeres feministas se nos pide que alcemos la voz por absolutamente todos los hechos sociales que ocurren en el mundo, así muchos de estos no nos atraviesen, se nos pide que expliquemos nuestra existencia, nuestras decisiones, nuestro transitar político e incluso cómo, con quién y por qué tiramos pero además toca explicarnos con amor y exigir nuestros derechos con dulzura y estrategia porque si no estamos siendo incoherentes con el discurso, como si las mujeres feministas no estuviéramos haciendo actos de resistencia todos los días frente a una estructura de poder que nos excluye, nos silencia, nos ignora, nos viola y nos mata.

Y entonces nosotras tenemos que caber en ese moldecito, de la mujer que como lo llaman las blogeras de La Hora del Té se “queja bonito”, mientras los demás están ahí transitando cómodos el patriarcado con total impunidad y siendo cómplices de la violencia sin hacer nada, pero el mal lo hacemos nosotras porque HABLAMOS DURO.

No me jodan.

No me jodan los hombres, no me jodan las mujeres y cualquier otre que crea que tiene el derecho de decirme qué es lo que debo decir y en qué tono.

Me cansé de que recorran el machismo de la fiscalización del tono (que de micromachismo no tiene nada) con tanta impunidad y yo tenga que quedarme con el sin sabor de ser encasillada como “la agresiva”. No más.

Estoy enojada, porque soy feminista antirracista y porque veo que todos los días pasa por nuestros cuerpos la violencia de la mirada lasciva de un compañero de trabajo, hasta el abuso sexual y el feminicidio y frente a esto NO ME PIDAN QUE HABLE PASITO, QUE NO SEA VEHEMENTE O QUE DEJE DE ESCRIBIR EN MAYÚSCULA PORQUE ESTOY GRITANDO, cuando la realidad es que si no es por los gritos de los mares de mujeres que salimos a la calle a pedir que nos traten como personas, muchos no se dignarían en escucharnos.

Andrea Sañudo Taborda
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Andrea Sañudo Taborda es abogada exiliada, profesora, aprendiz de la radio, yogui o doméstica y vegana. Leo poesía en voz alta, escribo cartas de amor y bailo hasta dormida.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Ana Lorena Carrillo /

    28/06/2018 6:00 AM

    Muy bueno! Reivindico el derecho al enojo y al "hablar duro", también a mí se me ha dicho que soy agresiva o intimidante cuando he usado inteligentemente la ironía o sabido ser fuerte.

    ¡Ay no!

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    ¡Nítido!

    Juan Carlos /

    27/06/2018 1:25 PM

    Tiene total sentido. Casi nadie evalúa o critica u opina con respecto al argumento, a la idea, a la realidad en si. Hay una tendencia generalizada a usar la falacia del hombre de paja para desestimar las opiniones (y aún la evidencia, hay un triste retorno al "magister dixit"). Hay una tendencia más a escuchar, leer o ver la forma y no el contenido. Nadie ve al ser humano. Solo vemos etiquetas.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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