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Ponerle palabras a tu propia violación: Julia y sus 10 horas en lo desconocido en Atitlán

La historia de Julia Rayberg, originaria de Estados Unidos, y panajachelense por adopción es la de una sobreviviente de violación sexual. La vida de Julia nunca será la misma. Sobrevivió para contarlo y hacer justicia. Hoy mira fijo a los ojos, tranquila y reflexiva. Descubrió que su victimario no viola por primera vez, entonces busca reunir a todas las sobrevivientes que piden justicia y conseguir sanciones para los agresores.

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Esta es la imagen que Julia Rayberg usó para ilustrar su post: "Me drogaron y me violaron en Pana".

Antes de salir hacia esa fiesta de cumpleaños de la que había aceptado participar sin demasiado entusiasmo, Julia se colocó ese tampón “en caso de...”. Tal vez imaginó que seguiría menstruando también esa noche. Lo que nunca se imaginó al tomar esa decisión tan íntima es que esa noche quedaría 10 horas inconsciente. Ni se le pasó por la cabeza, que sería drogada, manipulada por algunos, o quien si por sabe muchos, penetrada, desgarrada en su consentimiento. 10 horas de una pesadilla enmarcada en ese magnético escenario azul-celeste del Lago Atitlán, lugar que habita hace años y donde se siente “siempre libre, presente y agradecida”.

En Panajachel, ciudad del departamento de Sololá, viven aproximadamente 12 mil personas y es uno de los principales imanes turísticos de Guatemala. Los pueblos coloridos muestran a los visitantes una pacífica convivencia. Las personas se saludan en las calles y en general los y las locales se conocen entre sí. El caso de Julia no es la primera denuncia de violación que circula en el lago. No obstante parece reinar una tensa calma y un silencio forzado al respecto de las violaciones en el lago.

La cultura de la violencia sexual no es nueva en Guatemala. Lo que sí ha cambiado durante los últimos años es una expansión del movimiento feminista en todo el mundo y el acceso a internet que permite viralizar el grito en movimientos como #MeToo y el  #YoSíTeCreo. La mayor visibilización y debate debería traernos, al fin, mayor justicia en nuestra circulación por una vida libre de violencia sexual.

Hace más o menos un mes Julia había recibido la invitación de su entrenador del gimnasio. La idea: ir un par de horas a una fiesta de cumpleaños y volverse a casa. Conocía al profe de gimnasia por un amigo en común. Él, que se mostraba amable y sensible al trabajo social de Julia con las comunidades del lago, la invitó a socializar a un breve cóctel. ¿Por qué no? Tenían una relación de confianza, de esas amistades que se ven una vez a la semana, encontrarse en el gym e intercambiar alguna conversación sin profundizar.

Julia recuerda que él le dedicaba algunas palabras de admiración: “Julia tu no vas a fiestas, trabajas duro, haces trabajo comunitario. Yo también me voy a dormir temprano, me levanto temprano, me alimento sanamente, cuido mi salud, llevo adelante un programa de fútbol para niños pobres’, él siempre hablaba de ese programa y me mostraba fotos. Yo le creía y en eso estábamos juntos”.

La historia de Julia Rayberg (25), originaria de Estados Unidos, y panajachelense por adopción es la de una sobreviviente de violación sexual.  Muy probablemente, también es una sobreviviente de un intento feminicidio, porque con la muerte es como suelen terminar muchas de las violaciones en las que participan una o varias personas. Recordamos  el caso de Lucía Pérez, en Argentina, una joven que primero fue violada y después empalada hasta la muerte por varios agresores, desató el movimiento mundial Ni Una Menos, así como dio lugar un enorme paro de mujeres que al día de hoy reclama el fin de estos hechos aberrantes.

La vida de Julia nunca será la misma. Sobrevivió para contarlo y hacer justicia.  Hoy mira fijo a los ojos, tranquila y reflexiva. Descubrió que su victimario no viola por primera vez, entonces busca reunir a todas las sobrevivientes que piden justicia y conseguir sanciones para los agresores.

Armar el rompecabezas del horror

Julia, como muchas otras víctimas de violación que usan internet como una caja de resonancia para ensordecer con un grito de justicia, tuvo una pluma brillante para escribir un texto en el que se refiere a las “10 horas de lo desconocido”. Las 10 horas que estuvo inconsciente son el viaje al infierno del que regresó desnuda y desmayada en un charco de orina, despertándose  de lado de su violador.

Su coraje e insistencia marcan el tono a lo largo del encuentro con esta reportera “Quiero hacer tanto ruido cuanto me sea posible. ¡Yo no pedí esto! Quiero que los violadores sepan que violar es un crimen”. Ella denomina ese enorme lapso de tiempo “lo desconocido” y en su vida estas diez horas son un abismo. Alguien la empujó a ese precipicio.

“No sé qué pasó, no sé qué pasó, no sé qué pasó” repite Julia buscando infructuosamente las piezas perdidas del puzzle de la noche en que sobrevivió a lo peor. Sus recuerdos están en blanco desde las 4.30 de la tarde, pero algunos testigos que estaban invitados en el mismo cumpleaños la están ayudando a recordar.  “Él salió conmigo a las 5.30 desde la casa del cumpleaños ¿a donde me llevó? ¿quién mas estaba conmigo? ¿dejó que alguien más me violara? No sé y no estoy acusando pero lo ‘desconocido’ es algo que da miedo y no recuerdo nada de esas horas”.  El tampón que se colocó antes de salir de casa, salió de su cuerpo ocho días después. Mudo testigo de su sexualidad invadida.

Ese amigo del gimnasio, que le había compartido su dura biografía “Crecí pobre, mi madre es una luchadora, respeto a las mujeres”, fue la primera persona que vio cuando se despertó de la pesadilla del sexo no consentido. Abrió los ojos nauseabunda, confundida, desnuda y acostada al lado de su victimario. “Julia bebiste demasiado” le dijo él, también le juró que estaba “tan borracha” que había tenido que “salvarla de la fiesta”.

Rita Segato, doctora en antropología y docente de la Universidad de Brasilia, especialista en violencia sexual y femicidios señala sobre los violadores “ese sujeto no es un sujeto anómalo, como los medios de comunicación y el sentido común, el imaginario colectivo lo retratan: raro, solitario, aislado, desviante y con una singular vocación para el crimen”. Todo lo contrario: el violador suele ser el vecino, el tío, el compañero de la U y todos aquellos identificados con lo que Segato denomina “el mandato de la masculinidad”. La logia de la masculinidad está formada por el hermano mayor, el vecino de al lado, el chófer del taxi que conduce a la víctima desmayada sin hacer preguntas. Esos hombres que tienen un pacto implícito, reconocen el cuerpo de la mujer como un territorio a ser controlado y subyugado.

Julia abrió los ojos y el rostro del entrenador era calmo como un día de lago sin Xocomil. “Me desperté en una cama toda mojada con orina. Mi violador no estaba sorprendido. Quiero decir: si te despiertas al lado de una mujer que se ha estado orinando sin controlar ¡deberías reaccionar! Él no estaba sorprendido. Estaba muy confundida, con mucho ruido en mi cabeza y sin poder entender nada. En ese momento, además estaba muy avergonzada de que me había orinado en la cama de esta persona”.

Los días subsiguientes Julia siguió confundida, avergonzada y auto-inculpándose por lo sucedido:  “Me llevó tiempo procesar y poner juntas las horas y lo que había bebido. ¡No era posible haber perdido el conocimiento por casi 10 horas! He tenido memorias, a pesar del trauma de los días posteriores, especialmente cuando me acuesto en la cama recuerdo esas cosas que me decía cuando estábamos entrenando en el gimnasio. Voy conectando dichos que eran mentiras, y reviviendo lo que me dijo en esta fiesta en aquella casa. Recuerdo que él me había mostrado la página de Facebook de una mujer (hoy sé que es una de sus víctimas anteriores) diciéndome ‘ella quiere tener sexo conmigo pero yo no quiero’ y me había preguntado si la conocía. Él dijo lo mismo de mí con otras personas… siempre decía que todas querían tener sexo con él y que él las rechazaba”.

Para muchas sobrevivientes de violencia sexual la sensación de culpa es inmediata. La cultura de la violación nos enseña a dudar de nosotras mismas. Las personas que nos rodean, en lugar de abrazarnos sin hacer preguntas, se interesan por justificar la violación en cómo íbamos vestidas, qué bebimos y a qué hora del día salimos al espacio público. Buscan en las víctimas la razón de la violencia. Reforzando una cultura que no culpa al criminal, sino que busca excusas para señalar a las mujeres violadas.

Buscar justicia es trabajo de tiempo completo

Julia sabe que fehacientemente perdió el conocimiento en Sololá y se despertó en Panajachel. “El uso de drogas ocurrió en Sololá, tengo testigos que me contaron lo que pasó allí en la fiesta, pero no puedo compartirlo”. Aún desconoce el nombre y composición de la droga que usaron para doparla pero sabe que fue drogada en una lujosa casa en Sololá.

“Era la fiesta de cumpleaños de una persona que es muy amiga de mi entrenador. En esa casa había gente que nunca había visto antes. Hubieron algunos gestos que me sugieren que podrían haber usado anestesia o un tipo de medicina que combinada con alcohol logra que la persona quede inconciente. Lo curioso es que las otras tres víctimas con las que he estado conversando, todas nos hicimos pipí, nos despertamos en un charco de orina.”

Guatemala registra 16 denuncias de violaciones sexuales al día en un contexto de un 97% de impunidad para la resolución de crímenes comunes que, según la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), no colabora con que los organismos de justicia contemplen con idoneidad los casos de violencia sexual.

Dar seguimiento y lograr la justicia en su propio caso se convirtió en un trabajo de tiempo completo para Julia.  “Estoy lidiando con doce o trece personas, entre ellas la policía, investigador, abogados, ministerio público… todos me están contactando y tengo una demanda de responder presencialmente ante ellos.  Ocupa mi día entero pero me siento responsable de llevarlo adelante”.

El grito de Julia es el de muchas mujeres que decimos basta. No merecemos ser violadas. Nuestro cuerpo es nuestro territorio y no aceptamos que se nos invada. El consentimiento es la base de cualquier relación, si no hay consentimiento nadie debería ser tocada, invadida, piropeada. Los pactos de los varones tienen que comenzar a disolverse. Tenemos derecho a salir por las noches, beber, vestirnos de manera sexy y aún así no merecemos ser violadas.

Julia no siente miedo. Sigue posando en sus fotos de Instagram (@jmrayberg) e invita a que la sigamos en su viaje de justicia. En sus fotos se asoma su vida cotidiana: practica yoga, viaja y goza la vida como quisiera cualquier mujer. Es parte de una generación que no admite la censura y el miedo como forma de vida. Busca justicia y nosotras, junto con ella, reclamamos mayor libertad y derecho al placer.

 


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Ana Espada /

    13/11/2018 8:00 PM

    Ojala que haya justicia para Julia, y paa todas las dems victimas de un vioaldor serial este es un delito de lesa humanidad y e stan deplorable .

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    MIRNA NINETT PAZ NAJARRO /

    13/11/2018 8:56 AM

    Esto es terrible para las jóvenes mujeres de Guatemala y mundo, como detener esto, uno se siente impotente porque están al acecho, efectivamente el violador esta cerca de nosotros. Adelante Julia y todas las mujeres que pasan por esto. bendiciones

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Víctor López /

    08/11/2018 6:20 PM

    Si ese tipo es culpable : que lo castren, pero no de forma química . Más bien como castran a los cerdos, pero no con cuchillo más bien con una sierra y que la sierra NO TENGA FILO...

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!



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