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Cómo EEUU convirtió al comunismo en el demonio (2/5)

Forjado en el bazar de las negociaciones de paz de París (para la creación de la Sociedad de Naciones) casi medio siglo antes, donde los líderes mundiales regateaban por el destino de las naciones, y formado por décadas de diplomacia de negocios, Foster aceptaba la definición tradicional de lo que constituía al mundo que importaba: Europa, Estados Unidos, y un par de países del este de Asia. La pasión nacionalista que arrasaba en Asia, África, y América Latina le era ajena a su experiencia. La consideraba amenazadora pero nunca intentó comprenderla en sus propios términos, más allá del contexto de la guerra fría.

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Portada: Time Magazine, Junio 28 de 1954

* Traducido por Rodrigo Fuentes.

A finales de 1953, Foster acompañó a Eisenhower a las Bermudas para una reunión con el Primer Ministro Joseph Laniel de Francia y un sorprendentemente débil Winston Churchill de Gran Bretaña. El ambiente estaba crispado. Stalin llevaba ocho meses muerto, y el líder soviético interino, Georgi Malenkov, estaba remitiendo tentativas de paz. Churchill y Laniel propusieron otra reunión a la que Malenkov sería invitado. Foster se mostró firme en su rechazo y bloqueó la idea.

“Este hombre pregona como un ministro metodista,” se quejó Churchill en privado. “Su maldita línea es siempre la misma: que solo el mal puede resultar de una reunión con Malenkov. Dulles es un hándicap terrible. Hace diez años podría haber lidiado con él. Incluso como están las cosas, no he sido derrotado por este bastardo. He sido humillado por mi propio deterioro.”

De las Bermudas, Foster viajó a Europa para promover su postura de no-negociación con los rusos, pero su visita solo profundizó la división transatlántica. En Francia causó una tormenta de protestas al advertir que si su Asamblea Nacional no ratificaba un tratado que creaba una nueva alianza militar con un ejército supranacional llamado Comunidad de Defensa Europea, EEUU empezaría una “angustiante reevaluación” de su compromisos con Europa Occidental. La amenaza sonó falsa de inmediato—no había ninguna posibilidad real de que Washington abandonara a Europa—pero muchos en Francia estaban furiosos. En un último esfuerzo por salvar el tratado, Allen le entregó a uno de sus informantes asalariados, un miembro del gabinete francés, medio millón de dólares para sobornar a miembros de la asamblea. No fue suficiente. Temiendo que la militancia de Foster reiniciara la guerra en Europa, la asamblea rechazó el tratado, y la Comunidad de Defensa Europea se quedó sin ver la luz.

“La diplomacia retórica, supuestamente utilizada para inspirar a los Aliados a que se unieran frente a la amenaza soviética, en realidad puso en peligro la unidad de la alianza occidental,” concluyó años después Chris Tudda, el historiador del Departamento de Estado. “Debido a su insistencia por concebir los intereses europeos como parte de su esquema más amplio, que implicaba confrontar la amenaza soviética e incrementar la seguridad del Mundo libre, Eisenhower y [Foster] Dulles debilitaron, en cambio, la confianza europea en su capacidad de proveer esa seguridad. El público y la prensa europeas resistieron los esfuerzos de Washington por “educarlos”, y reaccionaron con enojo siempre que Estados Unidos trató de coaccionar a Europa para que siguiera su liderazgo”.

Menos de un mes después de que a Foster se le ocurriera el concepto de “angustiante reevaluación”, desveló una segunda frase con marca de la casa: “represalia masiva”. Esto, le advirtió a sus viejos amigos en el Consejo de Relaciones Exteriores, era lo que Estados Unidos estaba dispuesto a infligir a Moscú como respuesta a alguna provocación en cualquier lugar del mundo. También sonó como una amenaza vacía. Nadie creía que los EEUU iniciaría una guerra nuclear por cualquier altercado fronterizo. Había sido igualmente una transcripción imprecisa de las palabras de Foster, pues su amenaza real se refirió al “poder masivo de represalia”. Lo mismo pasó con la tercera frase con la que se le asocia permanentemente : la “retirada” del comunismo. Prefería llamarle a su apoyo de revueltas anti-comunistas una “política de liberación”. En todo caso esa también era un ejercicio de retórica, como lo demostró su incapacidad de apoyar a los trabajadores que se rebelaron en Europa Oriental. Cada uno de estos tres conceptos que los estadounidenses asociaron más directamente con Foster: la retirada, la angustiosa reevaluación, y la represalia masiva, carecían de un significado real. Durante sus años en el poder, EEUU nunca buscó activamente la “liberación” de naciones bajo el mando comunista, nunca consideró la “reevaluación” del apoyo a Europa Occidental, y nunca estuvo preparada para usar armas nucleares como respuesta a alguna guerra de terceros.

Foster reconocía la grieta entre su retórica y la realidad de la política exterior estadounidense. No le molestaba, porque estaba convencido de que al representar a los soviéticos como un mal imparable, afilaba el miedo de la gente y por lo tanto promovía la preparación y fortalecía la unidad nacional. Eisenhower estaba de acuerdo. En público, ambos hombres insistían en que estaban abiertos a la posibilidad de acuerdos con la Unión Soviética, pero en realidad creían que cualquier acuerdo sustancial era imposible. Foster le dijo al Consejo de Seguridad Nacional que las negociaciones de desarme eran una “operación de relaciones públicas”. Eisenhower animó al Secretario de Estado a que desarrollara propuestas con “un atractivo verdadero, tanto para nuestra gente como para la gente del mundo.” Pero ambos estaban de acuerdo en que éstas no deberían ser realmente propuestas nuevas—solo viejas propuestas en “paquetes diferentes” amarrados con “cintas de colores diferentes”.

“La percepción de que la Unión Soviética estaba usando las negociaciones para convencer a la opinión pública de la intransigencia estadounidense, y para presionar a los Estados Unidos a que se implicara en un desarme nuclear sin garantías, llevó a los creadores de la política estadounidense a descalificar las propuestas soviéticas como mera propaganda”, ha escrito un historiador. “Los oficiales estadounidenses creían que si aceptaban la propuesta soviética, le concederían reconocimiento al liderazgo soviético e incrementarían el prestigio de Moscú. Desde su perspectiva, estar de acuerdo con una iniciativa soviética estaba al mismo nivel que sufrir una derrota propagandística ante la opinión mundial… El objetivo se convirtió en ganarle la partida al oponente en la batalla por la opinión pública; las posiciones se plantearon con miras a lograr el apoyo público más que como una forma de allanar el camino para lograr acuerdos en la mesa de negociaciones.

 

El aliado anti-comunista alemán

Durante sus primeros años en el gobierno, Foster y Allen percibieron amenazas comunistas inminentes en cuatro “focos de libertad” distantes: Irán, Guatemala, Korea, e Indochina (Vietnam). Ambos, sin embargo, condicionados por su educación y experiencia, consideraban a Europa como el centro del mundo. Eso les produjo profundos temores, no solo porque Europa parecía vulnerable a un posible ataque soviético, sino porque muchos europeos preferían la conciliación en lugar de la confrontación. Afectados aún por la carnicería de la Segunda Guerra Mundial, los europeos se resistieron a la retórica de Washington, cargada de miedo y enemistad, y frecuentemente votaron por líderes que buscaban calmar las tensiones en su continente en lugar de acentuar las divisiones.

Durante años, Foster había promovido la idea de la unidad europea. Luego de que Churchill declarara en 1946 que una “Cortina de hierro” había sido desplegada a lo largo del continente, Foster ajustó su visión para que ahora se refiriera la unidad de Europa Occidental—si no política, entonces al menos militar. Cuando llegó al cargo en 1953, este mandato le parecía más urgente que nunca, tanto por la amenaza soviética como por la devoción obstinada del presidente Eisenhower por los presupuestos equilibrados, lo cual hacía imposible que EEUU cubriera el continente de tropas. De su urgencia surgió la campaña por la Comunidad de Defensa Europea, la cual fracasó luego de que Francia y Gran Bretaña negaran a participar. Ninguno de los líderes de esos países compartía la visión de Foster—especialmente luego de la muerte de Stalin—de que la Unión Soviética era implacablemente hostil y que por lo tanto las negociaciones no tenían sentido.

Con ambos aliados de Estados Unidos escépticos ante el acercamiento de Foster frente al comunismo, Foster se mostró encantado de encontrar un alma gemela en el Canciller Konrad Adenauer de Alemania Occidental. Ningún jefe de estado fue tan cercano a Foster como Adenauer. Esta cercanía se extendió a Allen, quien con la bendición de Adenauer construyó vínculos fuertes entre la CIA y los servicios secretos de Europa Occidental; y a su hermana Eleanor, quien era una de los norteamericanas más prominentes en la Alemania de los cincuentas. Fue ella el primer miembro de la familia que Adenauer conoció, en un almuerzo a principios de 1953.

“Adenauer quería saber todo sobre John Foster Dulles”, escribió Eleanor en sus memorias. “Le dije que Foster tenía una nueva, pero cercana, relación con nuestro presidente. También le dije que había estado en Alemania varias veces… Ese almuerzo fue mi primer encuentro con este hombre tan admirable, quien sería amigo mío y de mis hermanos”.

Poco después, Foster llegó en Bonn y conoció a Adenauer por primera vez. Su compatibilidad empezó con la personalidad. Ambos eran fríos y formales, poco sociales, no confiaban en nadie, y seguían códigos morales formados por el cristianismo tradicional. La ideología los acercaba. Adenauer creía que Alemania Occidental debía enlazarse irrevocablemente con los Estados Unidos y hacer lo que fuera necesario para mantener su alianza—una política que llegó a ser conocida como Westbindung. Era el único líder europeo, y uno de los pocos en el mundo, que compartía la militancia anti-comunista de Foster. Denunciaba a la Unión Soviética en términos que Foster podía aprobar, como cuando la describió al mando de los “poderes cataclísmicos de un totalitarismo impío”. Tenían una relación tan cercana que antes de la elección de Alemania Occidental de 1953, Foster advirtió públicamente que la derrota de la Unión Demócrata Cristiana de Adenauer sería “desastrosa” para el occidente. Los líderes de la oposición protestaron, pero Adenauer fue reelegido con facilidad. Foster lo visitó más que a cualquier otro líder mundial, un total de trece veces durante sus seis años en el gobierno.

La amistad de Adenauer le permitió a Allen proceder con uno de sus proyectos iniciales más ambiciosos, la excavación de un túnel desde Berlín Occidental hasta un punto en el Este desde el cual la CIA podría interceptar los sistemas de comunicación del bloque soviético. Allen le había admitido al Consejo de Seguridad Nacional que el entendimiento de su agencia de la Unión Soviética estaba debilitado por “serias falencias”. El primer espía que envió a Moscú fue seducido por su ama de casa, que resultó ser una agente de la KGB soviética, fotografiado en cama con ella, chantajeado, y despedido de la CIA una vez se supo la verdad. El segundo fue descubierto rápidamente y expulsado. Luego, a finales de 1953, uno de los hombres de Allen en Berlín, responsable de fotografiar cartas robadas de la oficina de correos de Berlín Oriental, se encontró con los planes para crear una nueva central telefónica bajo tierra cerca de la frontera Oriente-Occidente. Allen compartió este descubrimiento con su contraparte británica, Sir John Sinclair, y acordaron cavar juntos.

Mientras esta operación estaba en marcha, Allen lanzó otro proyecto encubierto prometedor. En una cena escuchó a un profesor de la Universidad de Chicago hablar maravillas sobre los desarrollos más recientes en la fotografía desde gran altura. Llamó al profesor a su oficina, le hizo una serie de pruebas, y se convirtió en un creyente. Armó un equipo liderado por James Killian, el presidente del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y que también incluía a Edwin Land, el inventor de la fotografía Polaroid. Lanzaron la que sería una operación a gran escala para espiar a países comunistas, tomándoles fotos desde aeronaves que volaban muy alto sobre sus territorios. Produciría inteligencia valiosa, pero también resultaría en uno de los mayores debacles de relaciones exteriores de la era Eisenhower.

** El más franco de los pro-comunistas es el capítulo sobre Guatemala del nuevo libro The Brothers: John Foster Dulles, Allen Dulles y su secreta guerra mundial, del periodista Stephen Kinzer. La editorial Times Books autorizó la traducción y publicación de este capítulo en Nómada.

*** Nómada publicará el capítulo en cinco entregas que se publicarán cada viernes durante las próximas cinco semanas Esta es las segunda de cinco.

(1/5) Árbenz, el más franco de los pro comunistas

Stephen Kinzer
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Stephen Kinzer es un periodista estadounidense que fue corresponsal en Centroamérica entre 1974 y 1989. Es co-autor del libro Fruta Amarga. Es catedrático en Brown University y escribe comentarios para el Boston Globe. Tiene una foto de Árbenz en su despacho.


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    ANONIMO /

    05/01/2015 12:55 PM

    […] (2/5) Cómo EE.UU. convirtió al comunismo en un demonio (3/5) El complot de EE.UU. contra la reforma agraria de Árbenz (pero no contra otras) (4/5) Los chicos malos de la élite, el equipo de la CIA […]

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    ANONIMO /

    19/12/2014 11:07 AM

    […] Árbenz, el más franco de los pro comunistas (2/5) Cómo EE.UU. convirtió al comunismo en un demonio (3/5) El complot de EE.UU. contra la reforma agraria de Árbenz (pero no contra otras) (4/5) Los […]

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    12/12/2014 8:28 AM

    […] Árbenz, el más franco de los pro comunistas      (2/5) Cómo EE.UU. convirtió al comunismo en un demonio      (3/5) El complot de EE.UU. contra la reforma agraria de Árbenz (pero no contra […]

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    05/12/2014 4:35 PM

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