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“Nombrar ‘reconciliación’ a políticas de impunidad, sería el peor escenario”: Beristain

El experto internacional en comisiones de la verdad, Carlos Martín Beristain, conversó con Nómada sobre la importancia de los procesos de justicia transicional y búsqueda de la verdad para la democracia. Y explicó por qué la reforma a la Ley de Reconciliación Nacional promovida por los diputados del Congreso no tiene futuro.

Entender la política Carlos Martín Beristain Ley de Reconciliación Nacional P258

Carlos Martín Beristain, investigador de los Derechos Humanos.

Fotos: Carlos Sebastián

Desde que el 17 de enero el Pleno del Congreso conoció en primer debate la iniciativa 5377 para reformar la Ley de Reconciliación Nacional, los ojos de la comunidad internacional y los organismos defensores de Derechos Humanos se han posicionado sobre Guatemala. Una ley que procura impunidad para los condenados y perseguidos por crímenes en contra de la humanidad durante el conflicto armado interno.

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El intento de algunos diputados liderados por Fernando Linares Beltranena para no cumplir con los Acuerdos de Paz —firmados después de la guerra—; organizaciones de Derechos Humanos como Madres de Mayo, congresistas de Estados Unidos y el propio Departamento de Estado de ese país también han mostrado preocupación.

Nómada conversó con el comisionado de la verdad en el proceso de paz en Colombia, Carlos Beristain, acerca de esta polémica reforma que dejaría libres a criminales de guerra. El médico y doctor en psicología que participó en el informe REMHI (Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica ) y en la investigación del diario militar en Guatemala, explica cómo una ley de este tipo afectaría a las víctimas del conflicto y a la sociedad guatemalteca en general.

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—¿Cuál es su opinión sobre la iniciativa de reforma a la Ley de Reconciliación nacional?
—Primero, que las amnistías están prohibidas por el derecho internacional. Hay una abundante jurisprudencia de la CIDH y la Corte Penal Internacional y hay casos que no prescriben como los casos de desaparición forzada y pues son intentos, como los que todos los países han vivido, de cerrar las transiciones políticas y acabar con las demandas de justicia de las víctimas. En lugar de dar una respuesta a las demandas, tratar de acabar con ellas. Y eso se hace persiguiendo a la gente, limitando el acceso a la justicia, poniendo obstáculos a la justicia, y a veces eso se hace tratando de poner en marcha leyes que cierren las posibilidades de que esa justicia se logre.

Se muestran los enormes intereses que hay detrás y cómo incluso se usan palabras tan importantes como la de "reconciliación" a manera de ocultar las violaciones de los Derechos Humanos y de no respetar los derechos de las víctimas. La reconciliación puede hacerse sobre la base de la investigación, del respeto a los Derechos Humanos y del derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación.

Si no ocurre la reconciliación sobre esa base, le ponemos nombres como la reconciliación a políticas de impunidad y ese sería el peor escenario. Desde luego, hay una enorme experiencia acumulada en muchos países y muchas víctimas que no van a permitir que eso se haga. O mejor dicho, no vamos a permitir que eso se haga.

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—¿Qué impacto puede tener una amnistía como esta en las víctimas, las que ya declararon y las que esperan justicia?
—Lo que supone para las víctimas es una negación de su historia, la impunidad supone una negación de lo vivido. Si uno puede llegar y matar a 300 personas y no pasa nada, no hay una investigación independiente, una determinación de qué pasó ni un reconocimiento, de eso se genera el ocultamiento, la manipulación y el desprecio. Tiene que haber una verdad forense que ponga el punto sobre los hechos. Una verdad que reconozca que eso se dio, que aquí hay una responsabilidad, que eso es inaceptable y que hay una sanción social sobre lo sucedido, porque de lo contrario eso termina generando otros efectos sociales más allá de las víctimas.

Uno es lo que en la psicología llamamos “la impotencia aprendida”. Al final, todo el mundo aprende que no se puede hacer nada, porque aunque sean los crímenes más atroces nunca se va a lograr justicia. Eso genera una adaptación pasiva, hay una impotencia aprendida que te muestra que no es posible la libertad y que cuanto más hagas por ello, es peor, porque tiene consecuencias negativas para ti. Esos mecanismos de condicionamiento de la conducta colectiva se dan más ampliamente y tienen un efecto social muy importante en la cultura.

Y luego creo que también genera una insensibilidad frente al sufrimiento. Mientras no me toque a mí, no importa. Si le toca al otro, si le toca al negro, a la indígena, a esas poblaciones comúnmente excluidas, eso no nos importa.

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—Después de participar en diferentes casos guatemaltecos, ¿cuál es su impresión de la sociedad de Guatemala?
—Es una sociedad muy herida, por todas las cosas que ha vivido. Cuando nosotros empezamos con el REMHI muchas personas nos dijeron "eso no se puede hacer, olvídense". Pero cuando fuimos a una asamblea en el Quiché, un señor mayor se levantó y dijo "es tiempo de hablar, hemos pasado muchos años sin hablar".

El impacto del terror en el caso guatemalteco, si lo comparamos con otros países, ha sido mucho mayor. Más que en El Salvador, más que en Colombia, más que en otros países. Y ese terror ha tejido no solamente la subjetividad en mucha gente, sino también las relaciones, lo que no se puede decir, el ocultamiento, el derecho a soñar un mundo diferente y eso ha sido una cosa muy importante en Guatemala. Decía Eduardo Galeano que en parte de los derechos debería estar el derecho a soñar, y ese derecho a soñar fue pisoteado en Guatemala de una forma brutal, generación tras generación. Y eso ha tenido impactos a largo plazo muy brutales.

Lo que nosotros tocamos con ese proyecto (el REMHI), con la gente, con las víctimas con las comunidades eso es un tesoro clave para este país. Y la sociedad guatemalteca está muy marcada, por eso era imposible pensar en Guatemala con movilizaciones masivas en la calle, con ese nivel de terror. Sin embargo, hay una experiencia colectiva que la gente ha pensado, ha sentido y ha podido hacer. Y eso creo que es lo que Guate necesita.

 

Carlos Martín Beristain, investigador de los Derechos Humanos.

Carlos Martín Beristain, investigador de los Derechos Humanos.

—¿Cuáles son los logros más memorables de su vida como defensor de Derechos Humanos?
—Una de las cosas que más ha marcado mi vida ha sido el trabajo en Guatemala. Durante muchos años me tocó trabajar con las comunidades indígenas, los desplazados, las CPR (Comunidades de Población en Resistencia) y los refugiados en México. Esa experiencia marcó mucho mi vida y lo que luego hice.

Después de ese trabajo, coordiné el informe “Guatemala: Nunca más”, el informe REMHI, y ese trabajo con la iglesia católica en un momento clave de este país, humanamente, me marcó mucho. Porque ese aprendizaje, ese descubrimiento que hicimos aquí en Guate, pues ha sido un ejemplo para otros muchos países. Esa experiencia ha caminado en Colombia, Ecuador, en otras comisiones de la verdad.

—¿Cómo se superan los obstáculos políticos que las investigaciones contra la impunidad generan?
—Hay que ser conscientes de los obstáculos, hay muchos intereses en que la verdad no se sepa. Y uno tiene que mantener la frescura de hacer las cosas, pero también la claridad de cuáles son los obstáculos que se va a encontrar para proteger ese trabajo. Porque si tú no proteges ese trabajo, en un contexto de conflicto armado y de violencia, el espacio tiende a cerrarse.

Por ejemplo, el asesinato de monseñor Gerardi en el caso de Guatemala cerró el espacio político de la paz, se hizo mucho más estrecho y mucho más débil. Aumentó el miedo de la gente e hizo que eso tuviera consecuencias hasta hoy en día en Guatemala. O cuando nosotros trabajamos en el caso de los 43 estudiantes desaparecidos, pues investigamos, avanzamos en la investigación, avanzamos en el trabajo con las víctimas pero también empezó una campaña en contra de nuestro trabajo. Los sectores que no estaban interesados en la verdad, que estaban interesados en imponer una versión de la historia determinada que resultó no ser cierta y que exculpaba básicamente al Estado de la responsabilidad en ese caso.

Entonces uno tiene que ser consciente de esas cosas, para ver cómo haces las cosas con la necesaria consistencia de que no trabajamos con opiniones o con versiones de la historia. Tenemos que trabajar con los datos, con los hechos, con las verdades que podemos probar. Y también con un fuerte polo a tierra que son las víctimas, que a veces le dan el sentido a este trabajo y también ayudan a hacer una buena investigación.

 

Carlos Martín Beristain, investigador de los Derechos Humanos.

Carlos Martín Beristain, investigador de los Derechos Humanos.

—¿Cuál es el mayor error que cometemos los periodistas a la hora de abordar a las víctimas?
—Yo creo que un problema importante de los medios es convertir todo esto en la crónica roja. Hacer un relato más de hechos de violencia que pasa por encima de las víctimas y que lo convierte todo en una nota de violencia pura y dura, sin poner el foco en las personas, en las historias y en las consecuencias que eso tiene. Cuando, en realidad, hay que ponerlo en la página de los Derechos Humanos, no en la de la crónica roja, darle otro estatus.

Creo que el periodismo de investigación tiene un papel muy importante pero hay un error muy frecuente: va a buscar algo que sea noticiable. Entonces se hacen preguntas muy específicas, pero con menos interés en la historia que cuenta la víctima y se buscan cosas muy concretas, ignorando las que después puedan salir. Yo creo que eso al final puede convertir a las personas en cosas, y ser poco respetuoso con la historia de la gente.

Creo que hay que hacer entrevistas más abiertas y con menos cuestionarios cerrados, para no mostrar interés solamente en el caso, porque solamente cuando hay un respeto por el proceso con la víctima hay más y mejor información. La confianza es el elemento fundamental para poder hacer este trabajo, y también el periodismo.


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