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“Unos diputados me dijeron que mientras ellos estuvieran ahí, una mujer no iba presidir el Congreso”

Y lo hizo. Catalina Soberanis fue la primera presidenta del Congreso de la República en 1991. Aquí una entrevista sobre su experiencia y las desigualdades que como mujer ha vivido en la política guatemalteca. Soberanis habla del rechazo de diputados durante sus años como congresista y miembro de Democracia Cristiana Guatemalteca y de la falta de acciones significativas que aún persisten en los partidos para incluir a mujeres en sus plantillas.

Entender la política Catalina Soberanis Congreso de la República P258

Catalina Soberanis.

Foto: PNUD

Por Carmen Quintela

Ana Catalina Soberanis Reyes nos recibe detrás de su escritorio, en el décimo nivel de la torre norte de Europlaza, en la zona 14 de la capital. Actualmente es consultora del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), donde se dedica a articular proyectos en los que participan agencias de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

La abogada y política tiene ese aire de solemnidad que le da la experiencia. A sus 71 (Guatemala, 1948), hoy recuerda su trabajo en el Congreso de la República, donde fue presidenta —la primera presidenta mujer— hace casi 30 años, en 1991, cuando ella tenía 43.

Su paso por el Organismo Ejecutivo como Ministra de Trabajo durante el gobierno de Marco Vinicio Cerezo Arévalo (1986-1990) y como Secretaria de Paz en el de Alfonso Antonio Portillo Cabrera (2000-2004) le dan una perspectiva general del Estado..

Soberanis estudió derecho y es docente universitaria. Ha obtenido postgrados en derecho de los Pueblos Indígenas, formación política (Alemania), Gerencia Política (Costa Rica), organización política (Venezuela) y análisis y resolución de Conflictos de parte de la Organización de Estados Americanos (Guatemala).Fue nombrada por Forbes México como una de las “50 mujeres más poderosas de Centroamérica” en 2015 y 2016.

Es lunes, y hace una pausa en su rutina de trabajo de lunes para conversar sobre las desigualdades dentro de la política en Guatemala. Cuenta cómo fue para ella ser una de las únicas tres mujeres —de 88 constituyentes— que integraron la Asamblea Nacional Constituyente, entre 1984 y 1986. Los obstáculos que encontró para presidir el Congreso a pesar de haber sido jefa de su bancada (Democracia Cristiana Guatemalteca) en dos ocasiones. Y de la escasa presencia de mujeres candidatas en los listados de los partidos políticos.

—Fue una de las pocas mujeres constituyentes, ¿cómo vivió usted las discusiones en la Asamblea Nacional Constituyente?
—Dentro de 80 (88) diputados solo habíamos tres mujeres (Aída Cecilia Mejía de Rodríguez, como sexta secretaria y Graciela Eunice Lima Schaul y Soberanis como constituyentes). Eunice Lima era de las primeras feministas en Guatemala. Y las otras dos éramos demócrata cristianas y habíamos promovido la mayor participación política de las mujeres. Consideramos que era importante consagrar esa igualdad entre hombres y mujeres porque es un hecho que hay mucha desigualdad en el acceso a las oportunidades por parte de hombres y mujeres. Nuestra cultura está muy impregnada de un pensamiento patriarcal, machista y discriminatorio hacia las mujeres. En mi paso por la administración pública y en diferentes organizaciones de sociedad civil, he experimentado en carne propia esa exclusión, esa discriminación o esa descalificación de que por el hecho de ser mujeres no podamos tener acceso a determinados espacios o a determinadas oportunidades de desarrollo.

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—¿Cómo ha vivido usted esa discriminación?
—Cuando quise aspirar a la presidencia del Congreso, en tres oportunidades, en principio mis propios compañeros de partido y después el resto de los diputados y diputadas me descalificaban por ser mujer. No porque yo no tuviera la experiencia, el conocimiento o la trayectoria política. Fue hasta que ya ni mi partido era mayoría que se me victimizó tanto, entre comillas, que ya el primer año de la siguiente administración en que ya no éramos mayoría, los partidos políticos se pusieron de acuerdo en que fuese yo la presidenta.

—¿Era una descalificación implícita o explícita?
—En algunos momentos fue explícita. Me decían, con ese paternalismo: “Mire Catía, ¿para qué usted se va a meter con ese montón de hombres? A usted le va a costar, son muy agresivos…”. Así como: “Pobrecita, la van a despedazar”. Esa era una posibilidad. Y en una oportunidad, en una sala del Organismo Legislativo me llamaron unos diputados y me dijeron que mientras ellos estuvieran ahí, una mujer no iba a presidir el congreso. Así. Con todas sus letras.

Luego he observado en instancias políticas, que cuando una mujer se pone a hablar en un círculo, los hombres se ponen a ver el celular, a conversar entre sí… No escuchan ni siquiera a las mujeres. Y siempre la expresión es como: “Ya vienen estas mujeres a reclamar”. Hay una invisibilización.

Y la otra demostración es que nunca se han querido aprobar acciones afirmativas para las mujeres en el plano político y electoral. A lo más que se llegó es que los partidos pueden, si quieren, establecer acciones afirmativas.

—¿En alguna ocasión vio que discusiones importantes se daban en espacios donde no estaban las mujeres?
—Sí. Se veía muy mal que las jóvenes fuésemos a lugares donde la mayoría eran hombres, donde tradicionalmente solo iban los hombres, como las cantinas. Sí, eso sucede. Buscan horas y lugares en los cuales a las mujeres les va a costar más ir, para evitar que estén.

—¿Eso cree que es algo pensado y hablado por ellos? Que digan: “Vamos a este lugar donde no vienen las mujeres”.
—No, yo creo que es algo intuitivo, de parte de ellos. Porque se sienten más cómodos, más en confianza entre sí, los varones, solitos, que con una mujer donde tienen que tener ciertos cuidados para no ofenderlas. A mí también me pasó en mi partido, porque decían que las mujeres éramos muy indiscretas. Estoy hablando de la época aún del conflicto armado. Que las mujeres éramos muy indiscretas y ahí se necesitaba confidencialidad en las reuniones del comité ejecutivo, y por eso yo no podía llegar.

En ese tiempo yo tenía veintitantos años, pero tenía una militancia igual o mayor que otros compañeros que llegaban al comité ejecutivo. Dirigentes de fuera de la capital me habían propuesto para ir al comité ejecutivo, pero esos eran los argumentos para que yo no llegara. Finalmente ingresé y me dejaron entrar, con voz pero sin voto, como secretaria de actas.

—Y en el Congreso, ¿cómo fueron las discusiones para elegirla presidenta de la Junta Directiva?
—Mire, yo había sido reelecta para el período 1991-1995. En esa época había todavía cinco años de ejercicio. Entonces, había un partido que había alcanzado la mayoría, pero no la mayoría absoluta (Unión Nacional del Cambio —UCN— recibió un 22.28% de los votos y logró 33 curules en el Congreso en las elecciones del 11 de noviembre de 1990). No tenían los votos suficientes para imponer una junta directiva. Y el partido de gobierno (Movimiento de Acción Solidaria —MAS—, con Jorge Antonio Serrano Elías a la cabeza) tenía muy pocos votos (diez curules en el Congreso).

Entonces, empezó la deliberación para ver cómo se formaba la nueva junta directiva. Cada partido postuló a su persona. Y algunos de mi partido me postularon. Como le digo, ya iban como tres veces que yo hasta ganaba en la bancada la candidatura y todavía me boicoteaban en el pleno. No es que yo quisiera (ser presidenta) porque se me ocurría a mí, sino porque tenía el respaldo de diputadas, diputados distritales, indígenas…. porque nos coaligamos todas y todos los que teníamos algún grado de discriminación. Entonces finalmente el partido aceptó postularme.

Los otros partidos dijeron que la única manera en la que podían aceptar a la Democracia Cristiana en la presidencia, era que fuera yo. Por eso, porque a lo largo de todas esas luchas mías se fue evidenciando cómo se me vetaba por ser mujer. Entonces, de alguna manera… aceptaron.

—¿Cómo fue ese año en el que usted fue presidenta? ¿Alguna vez se le cuestionó por ser mujer?
—Digamos que viéndolo desde lo propostivo, yo introduje la conformación de la Comisión de la Mujer. Que no existía en el Congreso anterior. Para que hubiese una comisión legislativa que se ocupara de una agenda parlamentaria de las mujeres, de temas de interés para las mujeres.

Pero sí ese año fue bastante difícil. Primero, porque ningún partido tenía mayoría, pero también porque todavía había esa resistencia de ciertos grupos de diputados a que una mujer fuera presidenta. Se exacerbó en el sentido de que tenían una vigilancia muy estrecha sobre mí, en el Parlamento trataban de hacerme perder los estribos o la paciencia y no podía dar vuelta sin que me movieran la silla. No me podía descuidar en absoluto. Y no estoy diciendo que fueran todos, pero sí había ciertos grupos que todavía tenían resabios de lo anterior y trataron de obstaculizar mi gestión.

—¿Cómo eran esos obstáculos?
—Pues… mire. Nunca se me acusaba por ser mujer ni por impulsar temas de mujeres. Para nada. Si no que era tratando de descalificarme por otras razones. Por ejemplo, yo no tuve nada que ver en que se había aprobado un alza salarial para los diputados en la legislatura anterior, pero se me culpó a mí, cuando eso lo había heredado. Misteriosamente se desapareció la carta del presidente anterior, que había solicitado al ministerio de Finanzas que se situara esa partida para ampliar los ingresos de los diputados. Cuando yo iba a que me entrevistaran de la prensa, yo quería presentar la carta y resulta que ya no estaba en mi escritorio. Entonces cayó sobre mí toda la responsabilidad. Además, muchas tensiones en la junta directiva, para la toma de decisiones.

 

Catalina Soberanis. Foto: PNUD

Catalina Soberanis. Foto: PNUD

—¿Por esos años había ya esas discusiones de la necesidad de que más mujeres estuvieran en puestos altos?
—Sí, ese debate quedó instalado desde la Constituyente. Entonces sí se planteaba, pero no había mucha movilización de las organizaciones de mujeres. Era muy incipiente, eso hay que reconocerlo. Fue después, sobre todo después de los Acuerdos de Paz. Ahí hubo una irrupción de las organizaciones de mujeres y de la movilización.

—¿Influida por la entrada de las ONG a Guatemala?
—No, fíjese que no. Tenía que ver un poco con que durante la etapa del conflicto armado interno las mujeres militantes estaban subordinadas a los varones, en el movimiento revolucionario. Si usted se da cuenta, no hubo ninguna comandante. Hasta en la recta final pusieron en la comisión político diplomática a Luz Méndez, pero anteriormente no había mujeres. Entonces, las organizaciones sociales estaban más subordinadas a la lucha revolucionaria y de clases.

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Cuando se pasa a la firma de la paz, muchas mujeres que habían estado militando dentro del movimiento revolucionario empiezan a recuperar su identidad de mujeres y a organizarse como tales. Y se participa en la Asamblea de la Sociedad Civil. Ahí es donde empieza todo. Las mujeres que éramos feministas pero veníamos con una perspectiva de género no subordinada a la contradicción de clases, nosotras, la Convergencia Cívico Política de Mujeres, pedimos que hubiera una representación de mujeres en la Asamblea de la Sociedad Civil.

En ese momento se opusieron incluso algunas mujeres, pero cuando ya se aprobó, llegaron otras organizaciones incipientes de mujeres más de centro izquierda o izquierda. Pedimos que en todos los acuerdos de paz hubiese una mención de temas de interés para las mujeres. De ahí sale la agenda de las mujeres en los acuerdos de paz y ya se potencia mucho el movimiento.

—¿Es posible que en la actual legislatura pueda haber una presidenta mujer?
—Pues a mí me gustaría. Después de mí, Arabela Castro fue presidenta del Congreso también, pero después de nosotras dos no ha habido ninguna. Sí sería bueno, y hay diputadas muy competentes, con mucha experiencia. Ojalá sea posible.

—Este año se mencionaba que había más proporción de mujeres candidatas pero las diputadas electas son menos del 20% y las alcaldesas no llegan al 3%. ¿Qué lectura hace de esto?
—Igual sí hubo progreso, porque en la anterior legislatura creo que estaban en el 13%. Solo porque fueron enjuiciados los diputados titulares, entraron otras mujeres y mejoró un poco la representación parlamentaria, pero fue por eso. Porque se les había colocado en posiciones en las que no llegaban. Pero al salir los titulares, asumieron. Y así se mejoró un poco.

Pero ni siquiera llegamos al 30% que es lo mínimo a lo que las mujeres hemos apostado en las acciones afirmativas. Aunque ahora ya se habla de la paridad y no de la representación proporcional. Porque si fuera representación proporcional, sería el 51 o el 52 (por ciento de mujeres diputadas). Y si fuera por cuota, hubo un momento que se planteó un 30 o 40, pero ahora se plantea la paridad.

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—¿Es necesario entonces, para usted, un sistema que garantice que haya un porcentaje de mujeres en las instituciones?
—Sí. Sí se ha planteado esto para la participación de mujeres, de pueblos indígenas y también de jóvenes. El tema de los jóvenes menos, pero también se ha planteado.

—Como están ahora los partidos políticos, ¿cree que es posible que se logre reformar la Ley Electoral para conseguir esto?
—Ha habido ocho generaciones de reformas electorales. Algunas de más envergadura, otras de menor calado, pero en ninguna oportunidad se ha logrado. Yo no sé. Creo que hay muy poca apertura de los partidos.

—Muchos partidos hablan de que las mujeres no quieren participar y por eso no integran los listados de candidaturas.
—Pero también esto responde al tema de la violencia contra las mujeres. Que las mujeres se inhiban, muchas veces se debe al temor. A la manera en que la política se ejecuta, sobre todo en el ámbito rural, donde hay menos protección, en general para grupos vulnerables o vulnerabilizados. A mí no me extraña que las mujeres tengan temor, pero no es porque no se crean competentes. Una cosa es que no se sientan preparadas, no tengan las condiciones y otra cosa es que tengan temor. Que en casa mi papá no me deja, mi esposo no me deja… hay muchas mujeres que tienen que pedirle permiso a sus esposos para poder ir a una reunión.

Además, las mujeres participan mucho en la organización comunitaria, en la defensa del medioambiente, en las organizaciones que se suelen llamar padres de familia, aunque son las mujeres las que participan. Lo que pasa es que no tienen el reconocimiento suficiente.

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—¿Qué tendrían que hacer los partidos para que haya más participación de mujeres?
—Primero democratizarse, porque es una expresión de la democracia, la apertura hacia todos los grupos. Que no haya exclusión alguna. Ni tácita ni expresamente. Porque en realidad expresamente ningún estatuto de los partidos ni prohíbe ni indica que solo varones puedan ser, ni de determinada edad o determinada identidad cultural. Pero en la práctica sí hay esas situaciones.

—¿Sigue presente ese pensamiento histórico de que los hombres tienen que estar en el espacio público y las mujeres en el privado?
—Creo que sí está cambiando generacionalmente. Hay apertura, pero es demasiado lenta. Una cosa que se dice en el movimiento de mujeres es que al paso que vamos, para tener una representación paritaria, podríamos tardar 200 años.

—Y en el Ejecutivo, ¿cómo ve la situación?
—(Para el próximo gobierno) solo se ha conocido que una mujer podría ser ministra de educación. No sabemos en cargos de viceministras o direcciones generales, pero sí, ahí (en el Ejecutivo) ha disminuido. Pero ya en el gobierno anterior estaba solamente la ministra de trabajo, Leticia Teleguario. Sí ha habido un cierto retroceso en cuanto a participación.

—¿En gobiernos pasados había más mujeres?
—Sí se ha visto más participación en otros gobiernos. Por ejemplo, el del presidente Portillo, Colom, o Cerezo que en otros. En donde sí ha habido más participación es en la administración de justicia. Ahí sí cada día hay más mujeres juezas, magistradas…

—¿Cómo explica la mayor presencia de mujeres en el sistema judicial?
—En el ingreso, aunque no es plenamente la carrera judicial, sí hay más oportunidades de avanzar que en la carrera de administración, donde la precarización del empleo ha llevado a que las mujeres sean contratadas por 029 y obstaculiza la promoción.

Mientras que en la carrera judicial, se entra y se puede ir a ascendiendo. No hay esos 029, todo el mundo está presupuestado. Hay mayor oportunidad para las mujeres. En el ejecutivo ese 029 permite la precarización. Y como los otros cargos son por nombramiento, ahí ya depende de la persona que los nombre.

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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Rathor /

    11/11/2019 11:56 AM

    Esta señora lleva 40 años viviendo del estado, empezó con alfonso cabrera y nicho cerezo con la DC, todo su trabajo ha sido politico y de entidades extranjeras, con el pisto que tiene ya quisiera yo que me discriminaran...

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!

    Ernesto /

    11/11/2019 10:48 AM

    Mis respetos para Catalina Soberanis.
    Un ejemplo de capacidad y trabajo.
    Lástima que en la actualidad, las féminas no tengan ese compromiso partidario que la llevó a ella a ser un ícono como persona, profesional y mujer. De ella pueden aprender mucho las actuales generaciones de políticos. (o, aprendices de políticos, más acertadamente)

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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