En principio la pregunta parece inconcebible, hasta políticamente incorrecta quizás, pero encierra una reflexión muy pertinente si se quiere pensar más allá de las aporías a las que el sistema actual parece haber llegado en estos momentos. Un primer punto en común es que ambos han estado en relación y tensión desde hace cinco siglos, incluso antes del surgimiento de las «castas» y de los ladino-mestizos como grupo ¿étnico? diferenciado.
Pero no es ese el punto que me interesa resaltar acá.
El punto en común que me interesa resaltar es que ambos colectivos se conciben a sí mismos como comunidades. ¿Cómo así, si todos formamos comunidades? Sí, todos formamos comunidades - ser gregario es algo fundamental en la humanidad - pero no todos ejercemos y nos comportamos como comunidad. La elite criolla y las sociedades mayas sí lo hacen, siempre lo han hecho. Sí, están en extremos opuestos históricamente, pero quizás es precisamente por ello: son dos proyectos diferentes de ser comunidad y, a partir de allí, de concebir ideas de nación diferentes.
Pero vamos por pasos: los estudios que se han hecho sobre las elites criollas guatemaltecas por lo general se han centrado en su carácter corporativo, de defensa de su patrimonio y privilegios, y demás. Como una empresa, en resumen. Sin embargo otros estudios - como el ya clásico de Marta Elena Casaús y los trabajos de Ramón González Ponciano - resaltan el aspecto más íntimo, familiar y cotidiano de dicha «empresa».
En realidad se trata de una comunidad amplia, o de varias pequeñas unificadas entre sí, que actúan como grupo y defienden lo que consideran suyo (no estamos juzgando en este momento la legitimidad o no de dichas consideraciones). Se comportan como comunidad y por ello pudieron imaginar desde el siglo XVII su «nación criolla» como ya lo mencionó en su momento Severo Martínez Peláez. Ese carácter comunitario muchas veces se deja de lado, o se ve como secundario, quizás porque se considera el polo de «lo comunitario» como algo opuesto a una elite. Quizás sí, pero no a una elite como la guatemalteca, modernizada pero de origen y lógicas premodernas, estamentales.
Por su parte las comunidades mayas son, desde su misma definición, comunidades. Tienen y reconocen un origen anterior a la invasión europea, y al menos hasta la segunda mitad del siglo XIX mantuvieron un grado de autonomía política bastante amplio. Autonomía que desapareció precisamente cuando la elite criolla y los liberales de Los Altos cimentaron su nación a partir de 1871. Curiosamente la fundación de la República - en 1847 - contempló como normativa el modelo colonial de las «Dos Repúblicas» («de indios» y «de españoles», esta última en ese momento más de criollos y castas) como ordenamiento básico, que en la práctica creaba una especie de Estado federal dividido por etnicidades (aunque centralizado en la figura del caudillo Carrera).
Ello permitió la perdurabilidad por más de cincuenta años del modelo colonial y la reproducción de las estructuras comunitarias indígenas y mayas: el origen común, la especialización laboral, los rituales religiosos y, en general, la perdurabilidad de la cultura maya. Al igual que los criollos se expresan en bloque, como comunidad, y defienden sus privilegios y derechos mantenidos históricamente, aunque con un origen muy diferente al criollo.
Esto no significa, por supuesto, que se idealice a ambos grupos en tanto que comunidades. Dentro de ambos hay divergencias, excepciones, opiniones contrarias, delaciones y conflictos. Siempre los ha existido, como en cualquier conglomerado humano. La diferencia fundamental es que esas diferencias no impiden que, en momentos determinados (como la crisis actual, por ejemplo, aunque no el único caso), se comporten como bloque, como comunidad. O como «grupos corporativos» como se les llama más comúnmente, un término que oscurece el carácter comunitario que precisamente resaltó acá.
¿Y por qué lo resalto? Precisamente porque el otro grupo (que oscurece la existencia de lo criollo, al menos discursivamente), el de los ladino-mestizos, carece precisamente de ese carácter de comunidad. No significa que no existan comunidades ladinas o mestizas, que las hay y muchas, pero de nuevo remito al inicio del artículo: se construyen como comunidades, pero no actúan como tales. Y su apelación de «unidad» es la nación guatemalteca, una «Invención criolla, sueño ladino y pesadilla indígena» como se titula el célebre libro del historiador Arturo Taracena sobre el Estado de Los Altos, germen de la nación guatemalteca post-1871 y que los ladino-mestizos han tomado como idea de su propia «comunidad imaginada», al estilo de Benedict Anderson.
Pero, para ser nación, hay que ser primero comunidad. De allí que la nación guatemalteca sea una construcción criolla (con apoyos ladinos y de contados indígenas) y, como tal, responda a sus aspiraciones y no a las de los ladino-mestizos (que sí han tratado de hacer suyos muchos de sus ideales) y menos a las de los pueblos mayas e indígenas, la mano de obra de la nueva nación.
Y si parece que hablar solo de la nación criolla post-1871 no parece explicar la relación entre comportarse como comunidad y concebir un proyecto de nación viable, resalto acá un caso puntual, mencionado por el historiador Greg Grandin en su tesis «The blood of Guatemala» y que sirve de articulador para explicar cómo la comunidad k’iche’ de Quetzaltenango fue capaz no solo de constituirse en «la otra burguesía» (aparte de la criolla) sino además de defender exitosamente (en 1840 y 1848) un proyecto de nación alternativo al de los primeros liberales. Uno que, ya a finales del siglo XIX - específicamente en 1894 - planteaba la idea de una especie de Estado multicultural y étnico-federal, siendo lo primero un adelanto de casi un siglo respecto a las políticas multiculturales de las democracias de finales del siglo XX. Toda la región k’iche’ occidental, en sí, se ha caracterizado por comportarse como una «macro-comunidad» o una pequeña nación, con sus propios proyectos alternos de cómo debe ser la sociedad.
Sin embargo, y antes de finalizar, hay un aspecto que quisiera resaltar es la diferencia fundamental entre ser comunidad desde los criollos y ser comunidad desde los pueblos mayas: la forma en concebir su relación con las demás «comunidades». La «comunidad criolla» o «comunidades criollas» tienen por característica fundamental verse a sí mismos en la cúspide de todos aquellos aspectos que consideran importantes, de tener una visión paternalista, mesiánica y autoritaria respecto a sí mismos, lo que les hace concebirse como los únicos que pueden «sacar a Guatemala adelante» (¿En dónde habremos oído eso últimamente?). Mientras tanto las comunidades mayas se conciben a sí mismas como una forma particular de «ser persona» o «ser comunidad», mientras las demás comunidades tienen sus formas propias e igualmente válidas (la expresión «es su modo porque es de otro lado» es bastante común de escuchar en esos contextos), y es a través del diálogo y el consenso (y no la democracia de mayorías) como se logran los acuerdos y las alianzas… y no con el tradicional y finquero «somatón de mesa» al que estamos acostumbrados en la política nacional. Son comunidades ambos, sí, actúan como comunidades ambos, también, pero sus formas de concebirse a sí mismos y a los demás son muy diferentes. Y eso se ve en sus propuestas de nación modernas, surgidas ambas a finales del siglo XIX.
Esta pequeña reflexión busca servir, en cierto modo, como apoyo a seguir pensando una idea de «comunidad ladino-mestiza» que no sea un mero apéndice del nacionalismo y las aspiraciones criollas, pero tampoco una folklorización de las comunidades indígenas (principalmente mayas), al estilo de la peor versión del nacionalismo mexicano y su apropiación cultural. A la vez esa comunidad debiera, al igual que las mayas, concebir a las demás como sus iguales-pero-diferentes, en un marco de consenso, y así pensar algo más allá, más grande. De lo contrario, y según parece indicar la trayectoria histórica misma, se seguirán comportando como un apéndice - «los arribistas» - de los criollos (al modo en que los describía ya Carlos Guzmán Böckler), sin (aparentemente) poder plantear alternativas viables o comportarse como comunidad diferenciada, tal y como sí los ven las otras comunidades arriba descritas, aunque sin esa agencia en tanto que ladino-mestizos.
Y sí, pensar una alternativa (¿quizás federal?) a la crisis aporética que el Estado y la nación monista decimonónica se ha convertido ya gracias al esfuerzo de grandes contingentes de comunidades y población en general, así como del reciente trabajo del MP y la CICIG.
Pero, como dije al inicio: para ser nación(es), primero hay que actuar y sentirse como comunidad(es).
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Este ensayo está dedicado a los k'iche' de Quetzaltenango de 1894 (fundadores de la Sociedad El Adelanto), que en medio del desmantelamiento de su comunidad imaginaron y plantearon una nación federal donde cada quien se desarrollara desde lo propio.
Lucas /
Que buen aporte, escriba un libro. Gente joven con la mente clara como la suya es lo que necesita esta humanidad. A ver, Felipao, Arzu Jr. Y el otro Dipukid podrian pasarse estudiando 20 años y escribiendo en Joint venture otros 5 años y no serian capaces de escribir un parrafo de este articulo. Claro que eso no importa, el problema es que representan a un grupo de seres humanos...ahi que quede pues.
xhunik /
Muy excelente, relata bien como han evolucionado las dos sociedades paralelamente y como esto ha influido en el país que tenemos hoy.
Ha mi parecer un modelo de estado que podría funcionar seria el modelo suizo, puesto que integran las 4 poblaciones que viven en ese país ademas de tener un desarrollo económico y humano bastante alto han preservado su cultura por mas de 300 años, ademas de ser una democracia fuerte y estable.
Sugerencia: Realicen un análisis similar con la población xinca y garifuna.