Aún recuerdo a mi padre llegando con una caja de cartón una tarde después de su trabajo; mis hermanos y yo aún niños, observamos con sorpresa e incertidumbre el contenido de aquella caja. Eran varias decenas de libros, todos con el mismo diseño de la pasta pero de títulos raros que los diferenciaban a cada uno; los había delgados como de cien páginas y los había gruesos como pequeños diccionarios. Pasaron muchos años para que yo me interesara por la lectura; no encontraba el camino, ni por pasatiempo ni por gusto. Lo mío era la exactitud de las ciencias, era el deporte, eran otras actividades.
No significa que no haya leído durante mi educación; la primera novela que leí completa fue Martín Fierro, aquel libro con palabras extrañas de un lugar que se me hacía muy pero muy lejos, aún recuerdo las boleadoras de don Martín, con las que cazaba. Luego vendrían otros como Los árboles mueren de pie, El mundo del misterio verde; Don Segundo Sombra y El Señor Presidente.
Pero seguía sin hallar la magia detrás de la ficción, o de la no ficción, en la rima, o en la sencillez de lo breve. Fue hasta mis días contemporáneos en un curso de escritura creativa donde escuché a Mario Roberto Morales hacer una extraña relación sin explicitarlo, entre letras y geometría; entonces descubrí que aquel sortilegio tenía que ver con los planos, no solo bidimensionales sino también en tres espacios.
Muchas cosas empezaron a tomar su lugar al pensar las oraciones y las frases que entrelazan ideas dentro de líneas, que a su vez se doblan en determinados ángulos para ofrecer formas y extensiones. Eso era, las letras se agrupan de tal manera que el autor construye formas, sólidas o planas e incluso esféricas.
Por ejemplo, el que construye una novela debe ser un gran arquitecto de edificaciones de distintas dimensiones y formas, por lo general son formas tridimensionales que contienen ideas, algunas se caen encima de otros edificios. También el novelista considera los sótanos e inframundos con planos que se salen de la tridimensionalidad, pero debe ser capaz de sorprender al lector que esas cimentaciones existen. Luego también está el que escribe cuentos o fábulas, historias breves. Para él no importan los cimientos y no importa las edificaciones paralelas o fuera de la moraleja porque el contenido de lo que abstrae el cuentista es finito, empieza y termina en el mismo lugar, casi se diría que se podría leer esa forma al revés o al derecho llegando al mismo lugar, eso solo puede concebirse bajo la geometría de una esfera.
Finalmente la poesía. Si se pudiera hablar de una geometría poética habría que superar las tres dimensiones a las que estamos acostumbrados. Es como dijo Wallace Stevens, la poesía es como un faisán que desparece en la maleza. Es la realidad como producto de la imaginación como proponía también Stevens. Son pocos los poetas que logran edificar de esta manera.
Nunca leí los libros de aquella caja que trajo mi padre, el tiempo se los llevó pero ahora comprendo que lo que había dentro eran mil formas y figuras, cada una conteniendo distintos encantamientos para poder comprender la realidad. Seguramente usted podrá encontrar esos universos en la próxima Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua 2018), del 12 al 22 de julio en Fórum Majadas.
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