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Una guía para entender al ejército

Los militares forman parte viva de la sociedad. Su quehacer está vinculado estrechamente a espacios donde priva el orden burocrático rígido, la disciplina con jerarquía, la fuerza implícita y el castigo, el sacrificio y, sin exagerar las percepciones, la maldad.

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Esta es una opinión

Saludo militar.

Foto: Plaza Pública / Sandra Sebastián

La sociedad en que hemos vivido, generaciones hacia atrás y las que vienen hacia adelante, tienen en algunos militares sus gestores eminentes. Hay que conocerlos y estudiarlos. Porque forman parte viva de la sociedad, pero no decididamente de la democracia. Se facilita su estudio si se encuentran las variadas dimensiones que concurren en el remolino de la vida de los soldados que, articuladas entre sí, casi forman una figura de cuatro lados, un cuadrilátero, que puede ser utilizado como objeto de análisis. Se les puede estudiar como ejército, tienen una estructura con la que le dan una cara, un rostro a la nación; la nación es comunidad, pertenencia, identidad; la nación donde está el ejército también es la cultura que le da contenido, el color, la raza tan bien conocidas.

En el lado opuesto, lucen otro plano con el que construyen y definen cómo es la institución estatal, la armazón política de la cual los militares forman parte. Es el cuartel y la bartolina. En tercer lugar, también son un conglomerado de personas que tienen una posición en la estructura social, pertenecen por su oficio a estratos diversos, en el mundo de las desigualdades, tienen armas que les dan fuerza, son un ejército. Y finalmente, forman una burocracia técnica, portadora de una dimensión ideológica, o de una mentalidad que otorga sentido a sus movimientos políticos, y por ello pueden ser un cuerpo armado fascista, religioso, revolucionario, democrático, musulmán, etcétera.

Por preliminar que resulte el propósito explicativo, es pertinente estudiar a los militares de las diversas maneras de cómo se realiza su existencia social. Aun desde el punto de partida, la aproximación que es inicial o es compleja y difícil justamente por la óptica múltiple a la que obliga el cuadrilátero, como objeto de análisis, como método de investigación.

El propósito de la cuidada investigación del doctor Bernardo Arévalo de León, es estudiar al Ejército de Guatemala como factor político y por ello como una parte del Estado; su pretensión es cubrir las distintas dimensiones del cuadrilátero: la historia militar vinculada a la nación y al Estado, su dominación como aliado de clase, como un cuerpo militar técnico que forma parte del poder, no siempre democrático. Al señalar los puntos anteriores, se quiere presentar la complejidad del objeto de análisis: es el esfuerzo que se desarrolla exitosamente en este trabajo. Hubiese sido de gran riqueza derivar este esfuerzo y terminar señalando las contribuciones militares a la democracia y a la dictadura.

Si se ven bien las dimensiones de la estructura social hay que reconocer que el estudio del ejército en general conduce al análisis del Estado, la historia de la institución es la historia de la nación, de las luchas sociales y políticas para lograr su constitución física o territorial, ya sea por ampliarla o defenderla; aquí aparece el tema de la soberanía nacional y sus relaciones internacionales. Como una parcela institucional del Estado, el ejército forma parte del régimen político, de las formas de gobernar a la sociedad. Resulta el enfoque más importante de este trabajo esos aspectos donde el Estado es autoritario o democrático, y que cubren focos de interés del debate directamente relacionado con la modernidad.

Por comprender las características de su historia, puede decirse que Guatemala ha sido una sociedad casi perennemente conflictiva, como una referencia a los largos períodos de dictadura habidos desde la mitad del siglo XIX. No se dice que ha sido violenta porque las sociedades coloniales fueron en sus orígenes objeto de rapiña y fuerza. La república liberal despótica fue esencialmente una relación política de conflicto y condescendencia; ha utilizado diversas modalidades de ruptura y diálogo en el uso de sus relaciones para gobernar. Porque ha vivido en una condición potencial de conflicto, los atributos de la vida democrática han sido difíciles y excepcionales.

Una de las particularidades del proceso político latinoamericano radica en la modernización asincrónica del Estado, en la cual los militares desempeñan conscientemente un papel guía. Dicho de manera directa, la modernización del Estado comienza con los ejércitos. En sociedades liberales donde las élites mantuvieron un Estado fuerte y temido, las diferencias sociales fueron más agudas y las desigualdades más selectivas.

El autor llega a la conclusión de que la primera etapa de la modernización del Ejército guatemalteco llegó en momentos en que el Estado liberal oligárquico entraba en crisis, lo que acarrearía su caída y terminando el ciclo fundado con la reforma liberal. La cuestión del Estado Nacional surge aquí doblemente condicionada. El poder de la oligarquía ya sabemos que es débil porque sus raíces socioeconómicas están competidas por el capital alemán y estadounidense y la exportación también estaba en manos extranjeras; y padece de baja legitimidad por la exclusión que sobre la masa indígena ejercen las fuerzas armadas. Lo moderno no reside en el armamento, ni en los uniformes, o en los cánones que rigen a la Institución armada, sino en las modernas relaciones sociales de producción, distribución y de trabajo, que tuvieron dificultades para implantarse en el mercado.

Demos un paso adelante. La historia se divide cuando los movimientos sociales alteran los ritmos del desarrollo y los actores cambian su perfil y sus intereses. Con lo ocurrido en 1944 la sociedad guatemalteca experimentó una de esas fracturas. Se inició el cambio con el malestar manifiesto de una élite política que firmó una carta de protesta y con movilización de la población civil en junio de ese año. Ello fue suficiente para que la sólida dictadura del caudillo liberal –Ubico– se terminara casi sin derramar sangre. La espesa tradición de violencia termina pacíficamente y alcanza sus límites en octubre de este tantas veces mentado año, en que aparece la rebeldía militar. La llamada Revolución fue primero y de manera decisiva un movimiento militar que realiza dos tareas estratégicas: expulsar de la institución a la vetusta minoría de generales liberales, de corazón oligárquico; y luego aceptar que los civiles y militares formaran un frente común, donde el Ejército trató de ser dominante. El triunvirato fue la manifestación de ese frente, dos militares y un civil, dos conservadores y uno progresista y los tres partidarios de echar a andar el proceso: elecciones, nuevas leyes, instituciones, recursos humanos, Ejército, organizaciones sociales y políticas, cultura, relaciones modernas de trabajo y en síntesis un gigantesco esfuerzo popular para cumplir el compromiso, hacer con todo ese material una revolución.

Las reformas políticas, económicas y culturales introducidas en todos los órdenes de la sociedad conformaron un nuevo Estado, nuevas formas de autoridad y un Ejército que empezó a modernizarse. Se diría sin pudor que las decisiones más sustantivas, influyentes y decisivas se tomaron en relación con las fuerzas armadas del país, y como un resultado ponderable se considera la institución que más se modificó.

El texto aquí presentado es un enjundioso esfuerzo por examinar las múltiples expresiones del poder militar. Las modalidades de ese ejercicio sólo se entienden en el marco del Estado, de la nación que es el conjunto humano que forma el Ejército. Hay dos aspectos que por su ausencia de tratamiento voy a mencionarlos rápidamente.

El primer aspecto se relaciona con la vida y el progreso de la sociedad: es la contribución de los militares a la formación del sistema político que les corresponde cuidar, más directamente, a la democracia o a la dictadura. Es negativa la actitud que vincula reactivamente la violencia militar con la dictadura. En la historia de la región latinoamericana los militares no apoyaron a las dictaduras civiles sino ellos mismos, los militares, fueron los dictadores. La casi unánime generalización de que todo dictador ha sido militar, encuentra en Guatemala una penosa excepción. “El Señor Presidente” era abogado y tuvo con el Ejército muy malas relaciones, como se dijo líneas arriba; se valió de la Policía Secreta para guardar el orden, en realidad, “su” orden, para enmudecer de miedo a la población; para introyectar el terror en el alma de todos los ciudadanos.

Desafortunadamente los militares guatemaltecos recibieron clases con oficiales profesores que llegaron de París y Berlín, y de ellos no aprendieron los buenos modales de mesa sino sobre todo a marchar bien y a obedecer siempre. De hecho, como una fatalidad, no ha habido militares que ayudaran a construir la democracia política, salvo la gloriosa y trágica excepción con Jacobo Arbenz, así calificada por la calidad del régimen político que se estaba construyendo, con participación popular plena; y trágica por la manera como se interrumpió, con anécdotas que ya no queremos repetir.

Por lo demás, el fenómeno autoritario no está asociado a la cultura militar sino a la nacional. Las conductas autoritarias están ancladas en lo profundo de estas sociedades campesinas, agrarias, iletradas; reflejan el culto a la fuerza como reclamo para ordenar las relaciones sociales, porque hay jerarquías y distintos colores de piel. Y la vida oligárquica requiere que cada quien sepa y ocupe su lugar. No debe cambiar. No puede cambiar. Y alguien tiene que desempeñar esa función ordenadora, aptitud que no se hereda sino en casos excepcionales.

Y llegamos aquí a una dimensión analítica que se debe tomar en cuenta. Es algo muy guatemalteco, en pocas sociedades hay una división tan persistente como la que ocurre entre militares y civiles. Lo anterior nos permite introducirnos a un tema difícil de analizar, con preguntas que requieren respuestas también difíciles. La pregunta postula un error: ¿son los militares crueles y dañinos por naturaleza propia? ¿Por qué hacen daño, por qué usan la fuerza como recurso inmediato? Nadie es malo por su naturaleza, nadie mata porque le gusta. Ninguna respuesta es correcta. Lo más próximo a la verdad es reconocer que la conducta militar los mueve al cumplimiento puntual de lo que les enseñaron a hacer. Hay una cierta predisposición de ánimo, empatía, influencia de terceros, que explica porqué unos van a la escuela militar y otros no. Unos “hacen carrera” exitosa y la mayoría no; pero, sobre todo, advertir que no es el desempeño de la maldad lo que caracteriza a los militares pues eso supone una personalidad anormal, enferma, antisocial.

Hay tres factores causales que cuando se juntan, cuando coinciden, explican la decisión de ser militar. Uno del orden personal y que se define como una estructura de personalidad que ve con simpatía la función militar; otro de naturaleza intelectual, la formación profesional, las especializaciones en el arte de la guerra y la paz. Y el tercero, un elemento contingente, la historia de una sociedad llena de desórdenes, violencia política y amenazas internas o externas, facilita el ejercicio permanente y/o el desmesurado uso de la fuerza por parte de la institución encargada del orden. La función hace al órgano, los ejemplos externos son abundantes y las razones internas escritas en la historia de esas sociedades, todo conduce, como en Guatemala, a que la institución militar se salga del juego normal al que está adscrito y se convierta en el actor político mas destacado de la vida nacional. El uso de la fuerza al que tiene derecho lo convierte en un rival peligroso porque siempre se abusa de la violencia. La historia lo documenta.

El conflicto armado en los setenta movió al Ejército nacional a transformaciones radicales relacionadas con el tema de los niveles de violencia que la institución armada puede –¿debe?– utilizar. Con ocasión de la amenaza guerrillera las fuerzas armadas optaron por un cambio radical: convertir la lucha contrainsurgente en una guerra irregular, donde no se respetan las leyes o normas de la guerra. Esto condujo no solo a la creación de un destacamento especial, los kaibiles, que practicaron la guerra con rabia y odio, creando un clima siniestro de que todo vale. Hacia 1980 se llamó a la kaibilización del Ejército, que se tradujo en hacer propio el sentido profundo de la guerra: matar civiles desarmados o no. La barbarie cobró presencia en la guerra guatemalteca. El genocidio aparece como herramienta ad hoc, aquí aparecen las cifras que contabilizan los resultados: 100,000 o 200,000. De estos temas ya no se ocupa este libro.

Guatemala es una sociedad fragmentada y una de las rasgaduras que la afectan es la distancia entre civiles y militares. No hay que exagerar, pero en el ánimo de las fuerzas armadas, en toda su extensión, hay una sensibilidad muy fuerte frente a los civiles; los militares menos educados manejan odios y prejuicios en relación con el mundo civil. Probablemente los sentimientos de rechazo son mayores en el interior de la cultura civil, especialmente en el nivel del ciudadano intermedio. Así es y no es necesario argumentar más. Salvo expresar la certeza que ningún prejuicio “anti” tiene valor explicativo y que una división mas le hace daño a la sociedad guatemalteca.

Edelberto Torres es el autor del prólogo del libro "Estado violento y ejército político: formación estatal y función militar en Guatemala (1524-1963)", de Bernardo Arévalo. Este texto fue escrito en abril de 2016. La obra fue presentada en Filgua el domingo 15.  Aquí puede encontrar el video. 

Edelberto Torres-Rivas
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Sociólogo guatemalteco reconocido por sus estudios latinoamericanos de sociología política referente a las estructuras sociales, formación de Estados, cambios sociales y especialmente procesos democráticos en Guatemala. Es el sociólogo centroamericano que goza de mayor reputación en América Latina.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    mario /

    25/01/2020 10:12 AM

    El Ejercito de Guatemala no es distinto al resto de ejércitos del mundo, es el mal uso de ese instrumento por parte de los políticos el que marca la diferencia. Creo que la liviandad de acusar a "los militares" de ejercer dictaduras deja mucho a deber por parte de la clase política guatemalteca y que es sobre la que debiéramos apuntar los guatemaltecos. Una fuerte clase política impide que los instrumentos políticos sean utilizados deficientemente. La profesión militar se declara apolítica partidista pero todas las facciones políticas buscan apoyo en los militares y nadie dice nada.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    .W /

    16/07/2018 2:01 PM

    Urge una reforma constitucional y transformar al ejército en guardia nacional, adaptar sus fundamentos a la realidad y vulnerabilidades nacionales, dejar atrás las malas experiencias y construir un puente social que una a la población civil y le dé poder a ésta sobre aquel, como debiera ser y crear una reserva militar bien capacitada, integrada por todo hombre y mujer de 18 a 40 años. Permitir como lo hacen en USA, donde todo joven profesional universitario puede optar a ser oficial con 12 semanas de entrenamiento militar más la especialización de 3 meses en el área de expertaje.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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