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Que no hablemos de éxodo migratorio, no significa que el problema está resuelto

Las caravanas de migrantes abandonaron los titulares de los medios, pero no significa que sea un problema resuelto para nuestros países centroamericanos. Vale esta crónica y su reflexión para considerar las acciones deben tomarse para terminar definitivamente con estas travesías de hambre, injusticia y muchas veces, muerte.

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Esta es una opinión

Éxodo migratorio cruzando por Tapachula.

Foto: Colectivo de Observación y Monitoreo de Derechos Humanos en el Sureste Mexicano

Aunque son muchas las interrogantes que rodean el origen de la primera caravana migrante, esta fecha fuera o no casualidad, nos invita a rastrear esa huella indeleble de 526 años de colonialismo que han marcado nuestras vidas como latinoamericanos. Ese día, cientos de personas desde San Pedro Sula, Honduras, empezaron su camino hacia el norte buscando el cada vez más desdibujado sueño americano, o simplemente un espacio de esperanza, tranquilidad y vida digna.

Esta vez su camino no lo iniciaban por separado. Optaron por una travesía grupal (a la que entre octubre y noviembre le siguieron al menos cinco grupos más) que les permitió, hasta cierto punto, prescindir de los coyotes y las deudas familiares que deben asumir para pasar las fronteras y reducir los riesgos de violencia y abusos, especialmente para las mujeres, niñas, niños y adolescentes (NNA) y personas de la comunidad LGTTTIQ.

Tambien han visibilizado la solidaridad y hospitalidad de algunos sectores comunitarios; mientras exponen la represión y las medidas de contención gubernamentales que promueven el creciente racismo y xenofobia en la ciudadanía. A través de sus dolores, miedos, sueños y expectativas que cargan consigo, las personas migrantes y refugiadas que salen del norte de Centroamérica y México reivindican el tránsito y la estancia libre, segura y digna que les han sido negadas en el campo y la ciudad.

Los grupos o caravanas del éxodo se han convertido en un importante reto por su diversidad, espontaneidad y complejidad en cuanto a su composición, reivindicaciones, rutas y necesidades. Cómo parte de una organización de la sociedad civil nos ha desafiado a buscar nuevas formas para apoyar en lo que podamos, aun si no tenemos la experiencia para hacerlo, pero buscando ser responsables con nuestras acciones.

“En Honduras nos matan, dicen en la nueva caravana que salió hacia EEUU”

En el sur de México comenzamos a seguir las noticias oficiales y la información de organizaciones hermanas en Guatemala, por donde pasó y se multiplicó la primera caravana entre el 14 y el 19 de octubre, día en el que fueron recibidos un gran grupo policial del lado mexicano, cuando mujeres, hombres, NNA pasaban por el puente fronterizo entre Tecún Umán y Ciudad Hidalgo. Desde ese momento generamos redes de apoyo con un único objetivo, monitorear y documentar violaciones de Derechos Humanos durante el paso del grupo – no sabíamos que meses después seguirían pasando más- que para el momento llegaba a un aproximado de 7,000 personas provenientes de Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua.

Además, en el puente fronterizo continuaban cerca de 1,500 personas, especialmente familias y mujeres madres solteras con sus hijos, esperando bajo condiciones inhumanas, pasar de forma regular hacia el “albergue” Feria Mesoamericana, la extensión de la Estación Migratoria Siglo XXI de la ciudad de Tapachula. Vale señalar que en México todas las personas detenidas por el Instituto Nacional de Migración (INM) son reconocidas oficialmente como alojadas, pese a estar privadas de libertad, hasta que se determina su situación migratoria.

La importancia del acompañamiento en defensa de los derechos humanos

Entre el 21 y 23 de octubre la primera brigada de observación y monitoreo de derechos humanos acompañó el recorrido del grupo del éxodo entre Ciudad Hidalgo y Huixtla, Chiapas. Esos tres días de trabajo en terreno estuvieron cargados de situaciones, sentimientos y aprendizajes que llaman a repensar las formas de transformar las condiciones sociales, económicas y políticas que expulsan, criminalizan y estigmatizan a las personas migrantes y solicitantes de refugio en la región.

La caravana[1] salió el domingo 21 del parque principal de Ciudad Hidalgo antes del amanecer. Nuestro camino desde Tapachula hasta la punta del grupo estuvo acompañado por un despliegue masivo de policías federales y agentes del INM preparados para impedir su avance. Nos dividimos en cuatro grupos: uno monitoreó la cabeza del grupo compuesta en su mayoría de hombres jóvenes y adultos, otro en la mitad, en donde se daba la mayor concentración de personas de distintas edades, y un último grupo que acompañó la estela del final de la caravana, una larga cola dispersa y fragmentada compuesta en su mayoría por familias, mujeres, madres solteras, NNA, personas discapacitadas y algunas otras que recientemente habían cruzado el río Suchiate y optaron por no descansar para alcanzar a este gran grupo. Un grupo adicional se dirigió a Ciudad Hidalgo para saber si habían quedado personas en el pueblo y ver desde la distancia la situación de las personas que seguían esperando en el puente fronterizo.

Salvo por un pequeño grupo de personas que decidieron esperar la siguiente caravana, que en ese momento estaba cruzando a Guatemala desde Honduras, solo quedó el rastro de un día de descanso, ropa mojada y pertenencias que no cabían en los pequeños equipajes y que seguramente harían el camino más lento y pesado.

Desde una distancia de casi 200 metros pudimos ver a las personas en el puente, una de esas tantas imágenes que se han quedado grabadas en mi cabeza por el impacto que generan: llantos constantes de bebés, manos agarradas a las vallas que cercan por lado y lado el puente, basura acumulándose al lado de las personas que esperaban desde hacía dos días poder pasar en grupos de 50 hacia las instalaciones del punto de internación.

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Mientras del lado mexicano se veía un movimiento incesante de militares, policías y agentes de migración convertidos en custodios de una especie de fuerte militar contra familias y personas fatigadas y enfermas, que seguían esperando los supuestos beneficios de una migración regular, ordenada y segura a la que se refirió el gobierno saliente de Peña Nieto y el entrante de López Obrador.

De regreso al avance del grupo, las personas que se quedaban rezagadas estaban en un gran riesgo de detención y de salud, y otras condiciones de vulnerabilidad. Mientras caminábamos al lado de familias y personas que en esas primeras horas del día irradiaban felicidad porque habían logrado pasar a suelo mexicano, en la parte de adelante fueron muchos los momentos de tensión por los continuos cercos policiales que se instalaron para frenar el avance de la caravana. Aunque al pasar el medio día, la Policía Federal y el INM desistieron en sus intentos de contener a las miles de personas que caminaban pacíficamente, apoyadas por todas las comunidades de la zona quienes, a pesar de compartir condiciones de desigualdad y pobreza, ofrecieron todo lo que tenían en sus manos.

Queremos pensar que desde ese primer día hemos sido un apoyo para ellos y ellas. Que nuestra incipiente organización como grupo de monitoreo nos permitió contar con información de primera mano, que logramos ayudar a conjurar la represión policial y a pesar de que sentíamos que debíamos apoyar de todas las formas posibles; asumir nuestro rol como personas observadoras de derechos humanos ha sido igual de importante como otras labores de acompañamiento que cientos de personas han dado en el tránsito de las caravanas.

El día siguiente las personas emprendieron hasta el mediodía un camino de 41 kilómetros entre Tapachula y Huixtla. La fuerza pública dio vía libre a su tránsito, pero no precisamente como un gesto buena voluntad, sino más bien como una medida para replantear su estrategia de contención, represión y condicionamiento de la ayuda humanitaria a la detención, para acelerar la fatiga de las personas y forzarlos a solicitar su retorno.

Ya en la carretera hacia Huixtla replanteamos nuestra estrategia porque con la vía libre del gobierno, fue mucho más fácil conseguir los aventones por parte de carros, camionetas y camiones. Nuestro caminar con ellas y ellos no sería útil, incluso en varios momentos terminábamos solo nosotros caminando. Optamos por vigilar la presencia de policía e INM kilómetros adelante de la caravana, monitorear y proporcionar mayor atención médica en el camino y hacer recomendaciones en los poblados y caseríos que estaban preparando alimentos, líquidos, ropa y muchas más cosas para ofrecer a las y los migrantes.

Sin embargo, también comenzamos a preocuparnos por la seguridad de las personas al momento de subirse a los transportes. Ante la necesidad de avanzar, muchos comenzaron a subirse incluso yendo agarrados solo de una mano y un pie a alguna lata de la camioneta o camión que los transportaba. Tratamos de advertirles, les sugerimos que mejor esperaran otro camión o por lo menos que se acomodaran mejor, pero ante la necesidad no había palabra alguna que les hiciera desistir de buscar una manera más segura de avanzar.

Hasta que aquello a lo que le temíamos sucedió, decidimos avanzar hasta la cabeza de la caravana para seguir vigilando la presencia policial y llegar a Huixtla, para monitorear cuales eran las condiciones de alojamiento que tenía preparadas el ayuntamiento y las iglesias del municipio. Pero unos pocos kilómetros adelante nos encontramos a un joven hondureño tirado en medio de la carretera, rodeado de una decena de compañeros que inmovilizados y en shock solo podían ver como daba sus últimos alientos de vida.

Melvin Josué Gómez Escobar con una camiseta de la selección de fútbol de Colombia ya había muerto, como muchos otros y otras tantas personas migrantes que diariamente mueren en este cementerio de migrantes que se ha convertido México. No supimos y seguramente no sabremos nunca que fue exactamente lo que ocasionó su caída, porque la gran mayoría de horrores vividos por los y las migrantes en este y otros países no son investigados y nunca se obtiene la verdad.

En este trabajo sabes que estas cosas suceden, que las personas migrantes están expuestas a graves riesgos, pero cuando lo presencias y te percatas de la ausencia de acción gubernamental, aumenta la frustración, pero también el compromiso de promover cambios en la sociedad y en las políticas migratorias de seguridad humana, justicia y protección internacional.

Mientras esperamos casi una hora a que llegaran las autoridades encargadas de recoger el cuerpo de Melvin, la policía federal empezó a bajar a todas las personas de los camiones y camionetas por su seguridad, y nosotros terminamos apoyándoles a manejar el tránsito e impidiendo que se formara un tumulto que impidiera continuar el tránsito. Aun así, los medios de comunicación se abalanzaban a tomar la mejor foto y obtener la primicia. Lamentablemente, el papel de algunos medios de comunicación tradicionales y uno que otro alternativo, ha sido crucial para generar una visión negativa sobre la población migrante.

Finalmente llegamos a Huixtla. Aunque el ayuntamiento había “preparado” un polideportivo a las afueras del pueblo, las personas decidieron salir de este lugar y moverse hacia la plaza central. Las razones: el lugar estaba infestado de mosquitos, no había luz ni agua, estaba totalmente cercado y muy lejos del área urbana. El miedo a un operativo de detención en la noche, a las picaduras de insectos y otros animales y el declive acelerado de la situación de salud y seguridad por la falta de agua y luz llevo a muchas personas a decidir “dormir en la calle y sin techo, pero en libertad”.

El 23 de octubre, luego de la asamblea, la caravana decidió descansar. Por lo tanto, decidimos monitorear la carretera en donde nos encontramos en los primeros diez kilómetros de la ruta a un grupo de 80 migrantes que había salido el día anterior desde Ciudad Hidalgo. Tan solo unos minutos después de encontrarlos aparecieron tres camionetas del INM y dos patrullas de la Policía Federal con el firme objetivo de detener a todas las personas. La reacción del grupo fue de total pánico, algunos hombres decidieron ponerse enfrente de una docena de agentes de migración, para bloquearles el paso y con eso lograr que las demás personas pudieran huir.

Hubo un instante en el que casi se desata una confrontación cuando un agente comenzó a gritar sin ninguna justificación que un migrante estaba armado, cuando en realidad estaba sacando su celular del bolsillo. Sin embargo, el grupo se mantuvo decidido a seguir su camino mientras tratábamos de mediar para que desistieran en su intención de detenerlos.

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Kilómetros más adelante, regresamos con el grupo y luego de unos minutos volvimos a ver desde la distancia, cinco camionetas del INM y tres patrullas de la Policía Federal. En ese momento supimos que no estaban dispuestos a irse sin detenerlos y cuando bajaron de sus vehículos fuimos testigos de la brutalidad y la violencia de los operativos de detención.

La frustración tomo lugar en esta escena, ellas y ellos se dieron cuenta que no los dejarían en paz, nosotros solo podíamos registrar y recordar a gritos que no podían cometer abusos. En este segundo intento lograron detener a una mujer con su hija y separar a dos niños de su tío, el resto logró salir huyendo.

Minutos después, los agentes de migración se reagruparon y arremetieron con mayor violencia contra el grupo, en esta ocasión tiraron al suelo e hirieron a muchas personas, persiguieron a una joven que al momento de escapar se lesionó una pierna y detuvieron a un joven que tenía alzados a sus dos hijos, lo redujeron aun con ellos en brazos hasta que su esposa vino a rescatarlos. A la frustración, se sumaron el dolor y la rabia por la separación de las familias y la experiencia traumática por la que pasaron los niños al ver a su padre ser golpeado y detenido. Finalmente fueron detenidas siete personas.

No fue fácil para nosotros reponernos de ese momento y mucho menos escuchar las suplicas de quienes lograron huir, los cuales pedían que les ayudáramos y que no dejáramos que los detuvieran. Aunque parecía que el operativo había terminado, ni ellos ni nosotros queríamos seguir caminando a la espera de una nueva arremetida. Por suerte, la solidaridad comunitaria que fue protagonista en esos primeros días – y que fue reduciéndose con el pasar de los días – hizo presencia y las personas fueron transportadas hasta Huixtla donde fueron recibidas con alimentos y curaciones para sus heridas.

Al terminar la jornada, en ese ejercicio individual de introspección y reflexión se ha mantenido un pensamiento sobre los miles de kilómetros que de forma grupal, familiar o individual aún les quedan por transitar, y con ellos la gran cantidad de barreras, miedos y horrores que deben superar. Hasta estrellarse con un muro, en una situación asfixiante porque no se puede cruzar, no se puede regresar porque la violencia, la pobreza y el hambre acechan; pero tampoco te puedes quedar a pesar de que te digan que “estás en tu casa”.

Este es el reto al que nos enfrentamos, un contexto de migración forzada en el que las personas experimentan durante su recorrido, inseguridad, violencia, criminalización, estigmatización y rechazo de los Estados y de un importante sector de la ciudadanía.

Ante esto no queda más que la unión, la organización y la solidaridad, esas mismas que sirven como base de las caravanas, de este Éxodo Migrante, de la hospitalidad de miles de personas y pueblos, y seguramente de la acción en defensa de los derechos humanos de quienes se ven forzados a migrar y quienes aún resisten por permanecer.

Migrantes sobre el río Suchiate.

  [1] Con el pasar de los días, pasamos del término caravana al de Éxodo Migrante, ante la suma de varios grupos que engrosaron este nuevo transitar hacia una tierra de “leche y miel” o más bien de tranquilidad y dignidad.

Nota de la editora: El éxodo migratorio ha dejado de hacer los titulares, porque estamos imbuidos en temas de coyuntura electoral. Pero eso no significa que las crisis migratorias estén resueltas. Y es precisamente por estar en época de elegir nuevas autoridades, que esta crónica sobre la caravana que cruzó Centroamérica y México a finales del año pasado e inicios de este, cobra relevancia. Es necesario que recordemos el calvario que pasan muchos centroamericanos, guatemaltecos en buen número; que huyen de la violencia, el hambre y la falta de oportunidades, cruzando a pie territorios con autoridades hostiles y en busca de un sueño que en realidad puede ser una pesadilla mortal. Que esta reflexión sirva para exigir propuestas y soluciones en temas vitales para nuestro país, que contribuyan a la construcción de una sociedad más justa y con oportunidades para todos.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Luis Paraiso /

    27/04/2019 1:50 AM

    El resultado del exilio como solucion.
    Durante los años 80-90 ver 2000 la ola de inmigracion de centro americanos en direccion de America del Norte se intesifico a causa de LAS GUERRAS CIVILES de Guatemala a Panama. A este periodo con todas sus tragedias hay que adicionar los problemas de integracion de nuestros hermanos centroamericanos que dio como resultado para miles la expulsion, la carcel y sobretodo la violencia del regreso. Sabiendo que en su mayoria fueron hijos orfelinos de la guerra y para ser corto LAS MARAS son los descendientes de esta violencia. Imaginese usted cuel sera el resultado del regreso de estos miles de huerfanos de patria dentro de pocos años. Señalo lque las primicias de la narco actividad de los gobiernos se dejaban ver ya sin ninguna verguenza con Noriega en Panama.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Simon /

    25/04/2019 5:40 PM

    Malditos coyotes hijos de su puta madre por ustedes tenemos esta invasión en México que no para

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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