Nos preocupa que nuestros hijos sean víctimas de la violencia, que fracasen en la escuela, que se vuelvan adictos a las drogas. En general, que se deslicen al mal camino de la vida. Aún si no tenemos éstas preocupaciones, a veces los retos diarios de criar hijos, nos hacen pensar, pedir consejo y pasar la noche en vela.
Por ejemplo, nuestro hijo regresa llorando porque lo molestó un compañero o porque cree que su maestro es injusto. Nuestra hija protesta que está muy cansada para terminar su trabajo escolar, porque lo dejó para última hora y necesita ayuda. Ningún padre quiere que sus hijos sufran, y nos sentimos ufanos de que acudan a nosotros y nos vean como superhéroes que pueden rescatarlos de todos sus problemas. O aligerarles los retos.
Si es necesario, llamamos a los papás del niño molestón. O nos dirigimos al maestro para averiguar porqué es tan injusto con nuestro retoño. Arrimamos nuestra silla al escritorio de nuestra hija y le ayudamos con el trabajo que está muy dificil o dejó para última hora.
La pregunta debería ser: ¿la mandamos a la cama y hacemos su trabajo?
Aunque tengamos esos impulsos, intervenir demasiado en las obligaciones de nuestros hijos impide que aprendan a valerse por sí mismos. Evita que aprendan a desarrollar estrategias para solucionar los problemas de la vida diaria. No estaremos siempre su lado y si los sobreprotegemos, no tendrán la satisfacción de enfrentar sus retos. En el futuro, se darán facilmente por vencidos.
Nuestros hijos no son tan frágiles como pensamos. Cuando los “salvamos” de todos sus problemas, creamos hijos que son apocados y les falta la curiosidad y confianza para triunfar en la vida.
En su libro Magia Ordinaria, Ann Masten escribe sobre niños y adolescentes que enfrentan problemos serios como la pobreza, el hambre y la violencia. Condiciones adversas que se acumulan con el tiempo y agobian sus vidas. Sin embargo, logran luchar y sobresalir.
También nos cuenta sobre jóvenes que iban por el mal camino de la vida, usando drogas y cometiendo crímenes, y lograron dejar esa vida. Ahora son médicos, maestros, trabajadores sociales, y cariñosos padres de familia.
Estos niños y jóvenes manejaron sus retos porque contaban con personas—padres, amistades, maestros, abuelos, jefes, etc., que durante su vida, confiaron en ellos y esta confianza les dió la valentía que necesitaban para manejar la frustración y el desaire. Con el tiempo, éstos jovenes triunfaron en circunstancias que agobiarían y derrotarían a muchos de nosotros.
Nuestros hijos generalmente no tienen esos retos, pero si los dejamos tener la satisfacción de manejar los desaires y problemas sabiendo que confiamos en ellos y los apoyamos, aprenderán a manejar sus vidas mejor que si siempre éstamos dispuestos a rescatarlos de sus problemas.
¿Cómo podemos saber qué pueden resolver solos y qué no?
No es fácil saber cómo diferenciar qué problemas pueden solucionar sólos y cuando debemos intervenir, pero antes de ponernos nuestro uniforme de superhéroe y correr a rescatarlos, debemos deternos y pensar si sería mejor que nuestros hijos fueran los propios superhéroes de sus vidas.
En su artículo publicado en Livestrong, Doug Hewitt expone que cuando sobreprotegemos a nuestros hijos, les comunicamos el mensaje que ellos no pueden manejar sus vidas sin nuestra ayuda, y pierden la confianza en sí mismos.
Cuando llegan a la adolescencia y se vuelven mas independientes, no tendrán experiencia en manejar los retos de sexo, drogas y alcohol, etc. y paradójicamente, correrán el riesgo de irse por el mal camino del que precisamente queríamos protegerlos.
Por ello, desde la niñez tenemos que darles oportunidades de enfrentar sus retos, por pequeños que sean. De ello depende su futuro.
En una entrevista, Nicole B. Perry indica que “los niños que no pueden manejar sus emociones y comportamiento cuando están en la escuela se portan mal en la clase y les cuesta hacer buenas amistades.” Basa su propuesta en los resultados de un estudio que recientemente publicó con sus colegas en Developmental Psychology.
Perry y sus colegas estudiaron los efectos de controlar excesivamente a los niños en el desarollo de la habilidad de manejar sus propias emociones y retos académicos y la interacción con sus compañeros en la escuela. El grupo de estudio estuvo conformado por mamás y sus hijos, que empezaron a participar en el estudio cuando los niños/as tenían dos años. Actualmente tienen diez años.
La Dra. Perry y sus colegas observaron a las mamás y sus hijos enfrentando retos y frustraciones, como ayudar a recoger juguetes después de jugar con ellos. Parte de la prueba, incluía que las madres y sus hijos debían manejar una situación en la que, después de ayudar a un asistente con el proyecto, les dieron una bolsa de dulces. El asistente se quedó con la mayor parte y solo le dió un par de dulces a cada niño.
Para evaluar los efectos de proteger excesivamente a los niños y niñas, se hizo un análisis de cómo reaccionaron las mamás en esta ocasión. Algunas, criticaron a sus hijos por no recoger bien los juguetes. Algunas se enojaron al verlos llorar porque recibieron menos dulces.
Otras madres, terminaron recogiendo los juguetes cuando sus hijos no quisieron recogerlos. Y por supuesto, algunas se quejaron fuertemente con los investigadores por que el asistente no les dio suficientes dulces.
¿Cuánto afecta la crítica severa y la sobreprotección?
Cuando los niños cumplieron cinco y diez años, les pidieron a sus maestras que completaran una encuesta sobre su manejo de frustraciones, seguimiento de instrucciones, resolución de desacuerdos con los compañeros y confianza en sí mismos.
Los resultados confirmaron que los niños con mamás permiten a sus hijos resolver los retos y frustraciones, sin intervenir en exceso y, además fueron menos críticas con ellos, fueron evaluados por los maestros más favorablemente que los niños y niñas que recibieron mas críticas y sobreprotección.
La Dra. Perry sugiere que podemos ayudar a nuestros hijos a manejar sus emociones y frustraciones, escuchándolos en estás situaciones y ayudándoles a entender las consecuencias de sus reacciones. Como cuando por enojo o frustración, destruyen su trabajo, le pegan a otros niños o hacen un berrinche de campeonato en el supermercado.
A medida que crecen nuestros hijos, podemos compartir con ellos cómo manejamos las frustraciones en nuestras vidas o cómo manejamos los retos escolares y los problemas con amigos cuando teníamos su edad.
Nuestros hijos aprenden observando nuestras reacciones: como cuando les gritamos porque estamos enojados. Cuando nos observan insultar al vecino o al que se pasó el semáforo en rojo. También cuando hacemos su trabajo para que descansen.
O, en general, cuando tratamos de ser superhéroes en sus vidas, en vez de enseñarles a salvarse por sí mismos. Estas formas de crianza transmiten a nuestros hijos malos hábitos, que no les ayudarán a manejar sus emociones y sus problemas.
Si ejercemos un control excesivo sobre su vida; se volverán perezosos, poco independientes, les faltará curiosidad y confianza en sí mismos. Incluso pueden alejarse de nosotros y tender a esconder sus problemas, porque se sienten agobiados por nuestras críticas y exceso de cuidados.
Y cuando crezcan, repitirán este ciclo con sus propios hijos.
Pablo /
¿Qué aconsejan para romper este ciclo?
Víctor lope /
A sí es .