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Mi matrimonio, mi divorcio y el feminismo

Empecé a volar desde que era pequeña, es el primer sueño en mi memoria y es lo único que he aprendido dormida. Es esa certeza de que soy aire y movimiento, la que me ha permitido ser muchas mujeres en veintisiete años. Soy migrante, feminista, artista y ñoña. Y hay algunas cosas que fui, que tal vez nunca vuelva a ser, fui esposa.

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Esta es una opinión

Foto: emol.cl

Me casé a los veinticinco, con una contradicción entre mi pasión por el vuelo y el zorro vestido de aliado, que insistió ser dueño de mi cuerpa, para llamarme su mujer. Con mi experiencia sacada de una pesadilla, no pretendo extender una mala fama (ya habida) del matrimonio.

Pero entendí hasta que me cruzó las categorías y el corazón, que esa institución del amor romántico, cuando no es entre iguales, es una idealizada puesta en escena para la violencia. Y esas formas de violencia naturalizadas por roles de género muy estrechos, son alimentados desde lo doméstico hasta sistemas familiares y de amistades donde es tabú:

1. Casarse en los tiempos en los que nadie se casa y luego

2. Divorciarse porque esos círculos inmediatos pusieron todas sus esperanzas o (prejuicios conservadores) en tu canasta. De divorciarme hay dos cosas que me hacen arder en furia. Primero las lágrimas mal intencionadas y falsas de la gente lamentándose las historias de amor ajenas. Porque estas me recuerdan la hipocresía y el silencio de las personas que consideran que la violencia doméstica es un asunto privado.

Además me recuerda el aroma al fracaso, o lo que las sociedades conservadoras, heteronormadas y patriarcales nos hacen considerar un fracaso. Y sí, un divorcio es decepcionarse de todas las películas y telenovelas, es la derrota de más de un trovador y es ver cómo un montón de suposiciones sobre cosas en la vida que no estamos viviendo simplemente se disuelven.

Así que el divorcio es un fracaso de la cultura, nunca mío, nunca nuestro amigas. El divorcio es al contrario la victoria de haber amado, haber jugado a la ruleta y retirarnos de las apuestas, para apostarle a volar.

La segunda cosa que me pone en llamas sobre divorciarme, es que me digan qué puedo y no hacer por mi estado civil. Entonces no puedo salir de fiesta, mal visto si ando triste y que nadie me vea llorar. No puedo arruncharme en la cama de algún amante, pero tampoco puedo quedarme solterona (porque menos mal me divorcié joven aún puedo “conseguir” un marido nuevo). No puedo tomarme fotos desnuda... porque todo se resume en el qué dirán.

En medio de ese qué dirán hay varias prácticas que lo que hacen es instalar formas de discriminación a las mujeres que estuvimos casadas, y decidimos continuar una vida sin una pareja. Decirle a una mujer que no puede participar de un espacio por estar divorciada es normalizar que el valor de la vida de esa mujer tiene circulación en tanto esté subordinada a un hombre. Y hacer esto solo reproduce sistemas de violencia contra las cuerpas de las mujeres, porque tienen valor en tanto aquel otro masculino se los otorgue.

Quién se vuelva a permitir decirme qué puedo hacer, o que no puedo hacer algo por estar divorciada está atizando la mirada de rayos láser que les hará polvo. Porque el valor de una mujer divorciada es la estamina y la resiliencia que su rebeldía le ha permitido desarrollar, para aprender a volar despierta en una parvada feminista.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Belén /

    16/12/2020 4:55 AM

    Gracias. Me hizo bien leerte.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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