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11 Pasos

Tres pequeñas historias de muertos

I. Crecí a una cuadra del cementerio privado más antiguo de la ciudad, una cuadra que estaba llena de árboles y tenía solo dos postes de luz, de esa luz blanca, pálida, que producía sombras tenues en toda la calle. Por las tardes, cuando jugábamos fútbol en la calle, nuestro partido era a menudo detenido por el paso de las carrozas fúnebres. Cuánta gente vi llorar tras esos cortejos.

Identidades P258

El 31 de octubre de 2017, en el Cementerio, en Ciudad de Guatemala.

Foto: Carlos Sebastián

Igual que las historias extraordinarias, como la del entierro que se detuvo porque el muerto volvió de un ataque catatónico y revivió antes de que lo enterraran.

La entrada del cementerio está enmarcada en dos arcos monumentales y un conjunto de árboles enormes que producían una oscuridad profunda por las noches. Había un guardia en la puerta y una casa dentro del cementerio, a la que alguna vez entré de noche, siendo niño, casi temblando del miedo de circular entre las tumbas.

El primer recuerdo de situaciones extrañas en casa que poseo es el ruido de un serrucho.

Nuestro vecino, el herrero, recién había muerto. Durante su novena escuchábamos, por las noches, el ruido de la sierra atravesando lo que parecía ser una madera.

Pensamos que era el vecino de enfrente, un médico. Parecía una costumbre rara, serruchar por la noche.

Un día vi al doctor salir de su casa y me dijo “ya deje de serruchar por la noche”. Yo le conté que también escuchaba el ruido pero que no era yo.

De inmediato le conté a mi madre del asunto. Esa noche volvimos a escuchar el ruido y mi madre me dijo: voy a salir a ver. Salí con ella. Escuchábamos el ruido muy claro, como si tuviéramos enfrente a quien serruchaba, pero no había nadie, salvo las luces apagadas en todas las casas, donde todos parecían estar durmiendo.

El ruido fue desapareciendo; pero en casa aparecieron otros sonidos: el del agua de la ducha abierta, pasos que se arrastraban y gente abriendo y cerrando nuestras puertas.

Así crecí cerca de ese cementerio, acostumbrándome a lo extraño.

II.

Me había divorciado y volví durante unos meses a casa de mi madre. Tuvimos otros ruidos extraños en casa: una especie de sonido rítmico y agudo que parecía provenir de la sala, en el primer nivel.

Con mi madre, que siempre fuimos curiosos, bajamos a buscar el origen del ruido. Parecía provenir de una alacena. La abrimos y encontramos una caja de regalo, envuelta en papel.

Abrimos la caja y, dentro, estaba una escultura de tres perros, una escultura horrible muy mal hecha. Los perros tenían pequeñas luces rojas en los ojos, que se encendían y apagaban mientras emitían unos ladridos rabiosos.

Debajo de la escultura había un switch de encendido y apagado. Lo coloqué en apagado y la escultura siguió ladrando. Con mi madre nos reímos y pensamos que la escultura estaba estropeada. Así que abrimos el compartimento de las baterías para sacárselas y descubrimos que no tenía puesta ninguna batería.

Decidimos dejar la escultura sobre la mesa para ver si seguía encendiéndose y ladrando y lo hizo durante varios días hasta que mi madre decidió tirarla.

III.

Antes de que todos los trámites en mi universidad pudieran hacerse por internet, y les hablo de una época arcaica, para conseguir un parqueo por ejemplo, debíamos ir a hacer una fila desde las dos de la madrugada, cada uno en su auto, afuera de la universidad, hasta que abrían y salía la estampida de alumnos a conseguir una plaza para estacionarse durante el semestre. Como si lo regalaran.

El asunto es que para conseguir el parqueo del siguiente semestre, me levanté a la una de la mañana, para ir a hacer la fila a la universidad. Salí a la calle y el viento soplaba fuerte entre los árboles del barranco. Mi auto se quedaba en un parqueo a unos metros de mi casa, en camino hacia el cementerio.

Al llegar a la entrada del parqueo, vi claramente como una señora en bata blanca estaba parada frente al rótulo de la entrada, un rectángulo de mármol gris, con letras doradas, mirando hacia dentro de la puerta de entrada.

¿Una señora a esta hora en bata, a la entrada del cementerio?, pensé, mientras abría la puerta del parqueo. Volví a ver hacia la entrada y puse atención a la señora. En efecto, tenía una bata blanca que brillaba a pesar de la luz tenue.

Estaba mirando hacia dentro del cementerio y al sentir que la veía volvió hacia mí. Aquí quiero detenerme a explicar lo inexplicable: se distinguía claramente el contorno de su rostro, pero no su rostro, porque era de una oscuridad inmensa, como quien se traga la luz. Y esa oscuridad me veía y durante unos segundos nos vimos fijamente, hasta que se movió rápidamente por toda la longitud del rectángulo del rótulo de la entrada hasta desaparecer hacia las fuentes del parque que adorna esa cuadra.

Mi primer impulso fue ir a buscarla. Encendí el auto y de inmediato recordé la voz de Héctor Gaytán narrando la suerte de los curiosos. Todos los que son atraídos por los aparecidos, terminan abrazados por la muerte.

Desistí de ir a buscarla. En cambio, le conté más tarde a mi madre lo que había pasado. Me contó que un vecino se había estrellado unas semanas antes en su moto porque había visto a la señora en bata.

Nunca más volví a verla. Pero estoy seguro que si vuelvo a esas madrugadas frías, cerca de los arcos monumentales del cementerio, quizá vuelva a sentir que la oscuridad de su rostro me sigue envolviendo.

Julio Prado
/

Escritor, abogado, tuitero del trópico, esposo abnegado, surfista de la web y padre del niño más genial de la comarca.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    alfonso villacorta /

    15/11/2017 4:50 PM

    la primer historia que narra me recordó la inmortal canción de mr black "esta noche doy serrucho"
    pero la realmente macabra es la que cuenta de ir a hacer espera a la una o dos de la noche para un espacio en un parqueo! realmente inaudito, impensable, absurdo y hasta tonto por impractico e infrahumano y con esas condiciones de aguante sin chistar tenemos profesionales?

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Sergio Moya /

    04/11/2017 12:04 AM

    Siempre me pregunté cómo sería vivir en esas cuadras mano!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    René Villatoro /

    03/11/2017 7:55 PM

    Ya era tiempo que "reaparecieras" Prado, siempre busco tus relatos y los leo con deleite. Gracias por el regalo del día de los santos difuntos. Por cierto, lo de la escultura de los perros y lo del serrucho, tienen explicaciones racionales, la cual no doy, para no perder la magia, en cuanto a la señora con bata...me quedo con esta frase: "Pero estoy seguro que si vuelvo a esas madrugadas frías, cerca de los arcos monumentales del cementerio, quizá vuelva a sentir que la oscuridad de su rostro me sigue envolviendo."

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    jose contreras /

    02/11/2017 11:02 AM

    Voy a tomarme la libertad de adicionar una más:

    En la bodega en la que opera mi empresa, los trabajadores han comentado sobre la presencia una persona de baja estatura que lo han visto trabajando dentro de la bodega como si fuera uno más. Aclaro que por la complejidad del trabajo que desarrollamos, sería muy dificil para una persona así, poder trabajar aquí.

    Siempre he sido escéptico de esas historias.

    Hace unos meses tuvimos un problema con máquina y me vi obligado a contratar un mecánico externo que estuvo trabajando algunas noches para reparar la maquinaria y reiniciar operaciones.

    Cuando el trabajo quedó finalizado me reuní con él para pagarle sus honorarios. Sentados en mi oficina me dice (y lo cito textual):
    "Me alegro que le de trabajo a personas pequeñas como el enanito que trabaja allá adentro, es muy amable, siempre pasaba saludando."
    -Se me erizó la piel y me reí.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

      Julio Prado /

      04/11/2017 9:03 AM

      Buena.

      ¡Ay no!

      ¡Nítido!

    Fabiola Jocol /

    31/10/2017 11:11 PM

    La última me hizo pensar "Ok, al cabo que ni quería ir al baño"

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Caro Vasquez /

    31/10/2017 7:31 PM

    Wow!! Me dio miedo!! Sobretodo la historia de la escultura de los perros

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Diana Lopez /

    31/10/2017 2:13 PM

    Uyyy q miedo

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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