La noche que Sheila perdió a su hijo Antonio durante horas no era la primera vez. Y no iba a ser la última. Una noche, hace casi un año, le pegó tan fuerte en un regaño que le dejó hinchada la rodilla y llegó la policía de la gritadera. Unas horas antes, ella estaba en México, llamó por teléfono y uno de sus hijos le dijo que Antonio estaba dormido. Pásemelo, insistió. Fijate, mami, que se fue de la casa, le dijo. Abandonó México a toda prisa y cuando llegó a las seis de la mañana, ya estaba él en casa. Qué tal, mami, le dijo Antonio, aquí estoy, fresco, recuerda su madre remarcando la ese.