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11 Pasos

Bienvenidos a la Edad Media (parte 3/3)

Necesitamos explicar a nuestras sociedades guatemalteca, centroamericana, latinoamericana, por qué llegó a ganar alguien como Donald Trump que empeorará la vida de tantos seres humanos. Nómada presenta, junto a algunos de los medios más prestigiosos de América Latina, la tercera y última parte de un especial de Diego Fonseca sobre Los Estados Unidos de Vladímir Trump.

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Trump, en un campo de golf en una foto de archivo.

Foto: Mic.com

Lea la primera parte: Viaje al realismo sucio de Donald Trump
Lea la segunda parte: El nuevo enemigo interno de Donald

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La Rusia de Churchill —y un poema de Leonard Cohen

En octubre de 1939, poco menos de dos años antes de que la Alemania nazi invadiera Rusia en el verano de 1941, Winston Churchill, entonces primer ministro del Reino Unido, tomó la palabra en una misión de la BBC y lanzó una frase que quedó registrada como un trademark de la incógnita. “No puedo predecir las acciones de Rusia”, dijo. “Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.

El británico Churchill se refería a la incapacidad de determinar el interés nacional ruso en relación a los nazis, interés que para él era clave a la hora de detener a Hitler en su avanzada por Europa. Como Churchill nunca pudo entender qué quería hacer Stalin, desde ese momento Rusia se volvió un estado canallesco.

Es curioso cómo la Historia persiste en su remanido recurso de la tragedia y la farsa. El apego de Trump por la opacidad, el juego sibilino y la indefinición respecto de actores y acciones cuestionables —de Vladimir Putin al KKK, de sus declaraciones impositivas a sus negocios con Rusia—, actualiza la frase de Churchill. Trump, y no es una metáfora, es a su modo el remedo americano de esa Rusia canalla.

Trump juega con la dualidad, al gato y al ratón, a las escondidas; dice medias verdades, oculta el juego, trampea, miente con escuela goebbelsiana.

Ha dicho que uno jamás debe anticipar sus planes, toda una definición de filosofía. Gusta del secreto y la conspiración en las sombras. Jamás dio un solo detalle de cómo actuaría la magia de sus ideas de gobierno. Incluso una vez electo presidente, Trump es una máquina de promesas vagas —pues no hay plan— envueltas en mentiras y fabricaciones.

Más de una vez he pensado que Trump emplea las palabras para ocultar sus intenciones verdaderas, no para expresarlas. Que juega un gran teatro bufo y perverso. Que mide el escenario con cada provocación nada más para saber si, llegado el caso, puede transitar hacia ese extremo con poca o ninguna resistencia o le conviene detenerse a medio camino. Trump gusta jugar al póker siendo a la vez el croupier, el jugador y el dueño de las cartas: quiere el control absoluto de la situación.

Un detalle: cada uno de sus asesores principales sobre un tema determinado tiene otro asesor solapándolo; hay dos y hasta tres sopladores de ideas en un mismo tema. Y luego está el círculo áulico, la familia —su núcleo de confianza. El comportamiento de Trump —él por encima de todos— sugiere a los zares y a los emperadores, a los absolutistas que medían el mundo con una escala de valores propia distinta de la dictada por las tradiciones humanistas. Trump dejará que sus asesores actúen y se arrogará sus aciertos como un rey o un autócrata. La línea será siempre vertical: los beneficios subirán al Amado Líder; las sanciones caerán gravitacionalmente sobre la cabeza de quien cometió el error. Trump animará la competencia entre sus hombres en busca el favor de su atención. Intervendrá sólo para corregir, comisionará el pago de culpas, administrará perdones y bendiciones a discreción.

Tres días después de las elecciones, The New York Times contó que, de acuerdo a sus ayudantes, Trump planeaba seguir con los mítines multitudinarios, una nota clave de su campaña, durante el ejercicio de la presidencia. Esas reuniones eran tan efectivas que, decían, sería un error suspenderlas. “Le gusta la gratificación instantánea y la adulación que proveen las muchedumbres entusiastas”, dice el periódico. Piense y no reprima analogías: Perón, Chávez, Stalin, Hitler, Mussolini, Fidel… El líder autoritario —el Amado Líder, un narcisista de libro— adora el calor de las masas pues necesita de aprobación constante. Trump lanzará a la lapidación de sus asambleas a los ministros de su corte que no cumplan y los humillará —lo hizo a Chris Christie a horas de que le diera su apoyo en la primaria— si con eso fortalece su figura de hombre que actúa por determinación propia al margen de cualquier condicionamiento. En los cultos no hay espacio para controvertir la voluntad del Amado Líder. Se acepta su decisión, se calla, se obedece. La única imagen impecable ha de ser la de su Honrosa Majestad. Todos habrán de trabajar para él.

Escribí en “Trump, el ‘bad hombre’ y el fin de Estados Unidos”:

“Los Estados Unidos de Donald Trump (…) son un rugido, Sauron o un llamado al combate: el fin de una nación conocida. ¿Puede haber paz tras su siembra de uvas de odio? (…) Los Estados Unidos no eran perfectos, pero ahora lo son menos, expuestos a la vergüenza global de que un ignorante jactancioso, más bruto que un vaquero analfabeto, pudiera llegar a centímetros de la presidencia. Trump ya hizo del mundo un lugar peor. Sus imitadores no tardarán en animarse a más.

“En los ocho años que unieron al Tea Party con Donald Trump, el Partido Republicano perdió el presente y enloqueció su futuro. La ignorancia y el desinterés por comprender un mundo más complejo crearon un nuevo actor político en Estados Unidos, incapaz de lidiar con las instituciones, que demanda soluciones determinantes e inmediatas y no tiene respeto por ideas distintas al American Way of Life del dominio blanco del siglo XX. Un niño de tres años tiene más autocontrol que su candidato y dos de cuatro piensan con más calma que sus votantes.

“Ese actor político es la bestia que Trump soltó y que merodeará al gobierno de Clinton. No quiere diálogo: quiere obediencia y acción. Trump ha hundido los cimientos del primer partido de la derecha racista europea en el continente americano, un tercio del electorado que supone a Estados Unidos dominado por los agentes locales de una oscura conspiración global. Ese nativismo recargado de xenofobia y odio racial condenará al Partido Republicano a la búsqueda de una nueva alma como una derecha moderna capaz de ofrecer propuestas económicas inteligentes. ¿Tomará una, dos generaciones?

“No: los Estados Unidos de la democracia liberal no existen más. Están desafiados por una sociedad hipertensa. La promesa del Sueño Americano es una pesadilla negra. La educación pública, regida por la decisión de los estados y no del gobierno federal, está afectada por serios problemas de calidad formativa y presupuestaria. El modelo de salud parece diseñado para matar de estrés financiero a las familias; los bancos, los millonarios y Wall Street tienen una gran vida sin responsabilidades sociales; millones de personas trabajan demasiado duro en pos de una promesa —puedes crecer, esta es la tierra de las oportunidades— que no se cumple”.

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Ahora es el turno del Gran y Amado Líder, Hosanna.

Escribí en “La república bananera de Donald Trump”:

“Aunque puede ser divertido comparar a Trump con un subproducto alucinado del Tercer Mundo, es menos confortable asumir que el hombre es fogoneado por millones de estadounidenses que piensan como él. Trump no surgió de la mente de un humorista sudamericano: aventurero, inmoral, macho, ignorante, racista y xenófobo, es un arquetipo del poder blanco que parecía acorralado —o barrido bajo la alfombra— hasta que encontró en la televisión el dictadorcillo adecuado. Cuando Trump aseguró en el debate que estuvo años sin pagar impuestos, nada lo diferenció moralmente de un robber baron o de un oligarca ruso. Y cuando dice que puede ordenar la persecución de sus opositores políticos, no resulta formalmente distinto de Vladimir Putin o de Nicolás Maduro. En Putin, Trump halla su reflejo de autócrata de país dominante; en Maduro está su símil (…) bananero”.

El líder profético, padre putativo de los regímenes autoritarios, debe ser interpretado, y en esa opacidad reside su fuerza. Hitler alentaba un discurso de odio que luego las SS, sin que él lo pida, ejecutaban en las calles contra judíos, gitanos, comunistas, socialdemócratas, homosexuales: los otros. Hitler creaba enemigos y adversarios que pondrían en riesgo la seguridad de la nación y la vida de sus ciudadanos. Esos hombres no eran verdaderos alemanes, eran extranjeros o gentes extrañas, anormales, que no profesaban sus mismas creencias, la fe en el ser, una misma religión nacional. El temor nubló a los alemanes. Los políticos repetían ideas sin acierto. La angustia de verse en una crisis terminal para la que ningún padre de familia tenía solución, sirvió la salida a soluciones prontas y determinantes. Hitler ofrecía esa clase de magia o de fe. A cambio de obediencia y lealtad, él salvaría a la gran Alemania investido de poderes absolutos. ¿Cómo lo haría? No había que preocuparse por detalles: él, el líder, estaba allí para guiarlos a buena distancia del desastre y devolver a Alemania al sitial que le correspondía. We’re gonna win so much that you’ll get tired of winning”decía Trump—. Make America Great Again.

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Por qué los medios no pudimos con Trump

Escríbí en Por qué los medios no pudimos con Trump en Nómada:

“La mayoría de los medios serios de Estados Unidos y del mundo practicaron un ejercicio de periodismo democrático: sin pausa por más de un mes, denunciaron la indecencia e intolerancia de Donald Trump con la expectativa de minar su candidatura presidencial, un riesgo cierto para la democracia, un problema difícil para las relaciones internacionales y un daño probado para la convivencia en Estados Unidos.

“Trump denunció que los medios tenían una oscura agenda en su contra, que mentían y harían cuanto pudieran para acabar con él; mientras, usó a Twitter a la TV para mentir y cimentar esa misma candidatura. Cuando el Partido Republicano le restó soporte, una heterodoxa operación de base —las iglesias evangélicas lo apoyaron monolíticamente— aportó estructura de campo.

“El resultado es conocido: Donald Trump es el presidente electo de Estados Unidos; los medios no consiguieron desplazarlo.”

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“Pero hay fenómenos interesantes, a medio camino entre ambos mundos. Mientras vivíamos en el mundo analógico, nuestros contactos eran mayoritariamente presenciales. Nos veíamos en las escuelas, los clubes, una asociación. La calle. La mayor comunicación virtual era, a diario, el teléfono de casa. Las redes sociales han creado un mercado de intercambios intermedios, donde no es necesario moverse de casa para crear la sensación de que estamos, en verdad, en diálogo. No ver al otro en vivo no parece mayor problema: interactuamos. Esas redes, en apariencia, han resultado más efectivas —me resisto al término “determinantes”— que los viejos medios para moldear percepciones. Antes, un medio emitía y nosotros debíamos buscar a nuestros amigos y colegas para discutir. Ahora, cualquiera emite y la discusión es instantánea en Twitter o Facebook.

“El siglo XXI está moldeando un nuevo actor político que los partidos, instituciones del siglo XIX, no leen con facilidad.

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“Por supuesto, bien sabemos, la intermediación no reemplaza a los actores directos. Brexit fue una expresión de la mayoría silenciosa al igual que el No en Colombia y la elección de Donald Trump. Los expertos explicaron, los periodistas contaron, las razones se expusieron. Pero millones de personas —mayorías de 51.9%, 50.2% y 47.5%— desoyeron a los medios y reaccionaron más de acuerdo con motivaciones que con clarividencia intelectual. Quien está enojado primero actúa y luego piensa.

“En Colombia, Álvaro Uribe alimentó el enojo. En Brexit, Boris Johnson alimentó el enojo. Trump, se sabe, es la denominación oficial del enojo. No importó la verdad para sus votantes: Uribe, Johnson y Trump mintieron descaradamente, fueron sistemáticamente confrontados con los hechos y, como si a nadie importase, arriaron las victorias a sus rediles.

“Los expertos en redes saben que, una vez difundido un rumor con la idea de provocar un daño, las reacciones tempranas son claves. Pero aun cuando el problema se atienda pronto, la condición atomizada de las redes reduce los resultados al control de daños pero no restituyen la reputación. Johnson convenció a UK de las maldades de la UE, Uribe del horror del Sí a la paz colombiana y Trump de una crisis terminal inexistente.

“Para cuando la resistencia a sus discursos se extendió —tardía— ya habían ganado los corazones de las personas. El uso de “corazones” no es baladí: sus opositores plantearon ideas, razones, explicaciones, argumentos; ellos conmovieron. La razón obliga a procesar información dotándola de sentido en contextos. Elaborar una explicación toma tiempo. Pero las emociones son primitivas e inmediatas y su expresión tiene más veloz cabida en las redes que el discurso cartesiano, que requiere de una paciencia analógica que la velocidad de internet no posee.”

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“Trump arrasó —arrasó: fue devastador— en las comunidades rurales de Estados Unidos, donde predominan los votantes blancos y más ancianos. Donde, generacionalmente, el hombre manda sobre la mujer. Donde dios pesa más que el Estado y el Estado es un peleador liviano frene a la idea del self made man y el pionerismo. Y donde hay menos pasaportes —es un hecho— para viajar al mundo.

“El mundo es más simple —no es una crítica— cuanto menos se conoce de él.

“Los medios —porque este es el punto básico, inicial, de estas primeras ideas— no fueron tan determinantes en esta elección. El canal Fox –que durante años ha promovido las ideas radicales que abonaron el terreno para Trump– dejó de apoyarlo demasiado temprano cuando eligió alinearse con los barones republicanos, previsibles, parte de la misma troika institucional. Trump, el outsider, encontró cobijo en las publicaciones de más extrema derecha, al punto que su tercer jefe de campaña fue editor de la vomitiva Breitbart, una máquina de conspiranoia, racismo y xenofobia abiertamente filonazi. Pasado el tiempo, cuando su candidatura fue oficial, el miedo superó a la burla y no hubo medio liberal que no buscase socavar la línea de flotación de Trump desnudando su moral indefendible, su indecencia abierta y su petulancia ignorante e incapaz. Incluso medios republicanos llamaron a votar por Hillary Clinton.

“Y sin embargo.

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“Hay un nuevo comisario en el pueblo.

“Los newsrooms, las redacciones de los medios, han perdido el control de la producción social del discurso publicable que tuvieron durante el siglo XX. El nuevo público tiene demandas que condicionan a los medios y tienen oferta de múltiples plataformas donde buscarlas si esos medios no dan respuesta. Las audiencias no son cabritos de matadero.

“El gran aprendizaje de la elección para el oficio tal vez radique en que sea preciso volver al inicio de los tiempos: abajo, a la calle, en la comunidad. Los medios tradicionales, sobre todo, son, en demasiadas ocasiones, productos súper-estructurales de intelectuales liberales. Tal vez los medios digitales, si operan como el viejo nuevo periodismo —ensuciándose las patas—, tengan un pulso más claro.

*

“El enojo siempre halla canal, por mutación o desafuero. Brexit. No en Colombia. Trump. La suma ha de seguir.

“Los medios no saben —no sabemos— muy bien cómo manejarnos con las nuevas opiniones públicas. En el pasado, esa opinión pública pasaba por nuestras páginas: la opinión pública era la publicada, la que realmente existía. La mayoría silenciosa —esa entelequia que a veces se vuelve corpórea— ha demostrado que una masiva, desoída, encambronada opinión pública encontró sus propios modos de volverse publicada y articula sus propios voceros más allá de las legitimaciones de la civilización intelectual o política. Parece que nosotros no sabemos verla bien, pero hay vida más allá de nosotros.

Y no son marcianos.

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Fuerzas de choque

“La gente siempre tiene algún campeón que pone encima suyo y alimenta hacia la grandeza (…) Ésta y ninguna otra es la raíz de la cual surge un tirano”.
—Platón, La República, VIII.

Pánico.

Como si, de repente, estuvieras en tu casa y las puertas del edificio se abrieran en un solo movimiento y por ellas entrasen marchando tipos con botas altas y uniformes oscuros, la mirada fiera y los ojos acerados. Un ejército de ocupación en tu domicilio, quitando y sacando gente de sus comedores, alineándola en los pasillos, ladrando órdenes y señalando la nueva marcha. Que ya no se podrá hacer esto, que ya no se podrá tener lo otro.

El temor es paralizante y el temor absoluto, distópico. De modo que ante esos horizontes tendemos a buscar la normalización —un truco de la razón— de los personajes disruptivos. La necesidad de supervivencia nos empuja a pasteurizar el peligro. Como somos parte de cierto tipo de sociedad, vemos con preocupación que voces antisistema hablen de la destrucción del estatus quo, pero de inmediato procuramos convencernos de que eso no sucederá, porque nadie en su sano juicio, nos diremos, quiere acabar con las cosas buenas.

Somos animales, pero animales profundamente especulativos. Ante el miedo, nuestros primos más básicos en la pirámide, huyen o atacan; nosotros, monos superiores, incorporamos a eso acomodar las expectativas. Más de una vez decimos que la tormenta que se avecina no es tan grave así que no es necesario guardar las cosas, acabar la fiesta. “La felicidad”, decía George Orwell, “sólo puede existir en la aceptación”.

Yo siento pánico. Mi decisión de racionalizar, mi expectativa porque Donald Trump no sea lo que supongo que es, es baja. Recaigo en ella una de cada diez veces; el resto del tiempo tengo los músculos tensos. No vienen buenos tiempos. Trump construirá un universo encima de las cenizas intelectuales de nuestro, Bobbio dixit, multiverso. No hay razón para creer que la virtud y la moral empujan a Trump. Alexis de Tocqueville decía que el Experimento Americano basaba su excepcionalismo en la idea de inclusión, no en la tiranía de las mayorías. Trump impondrá su ley, no los consensos. Es, al decir de David Ignatius, el Maquiavelo americano: “Para Maquiavelo, el liderazgo tenía que ver con el ejercicio decisivo del poder, no con la moralidad. La tarea del príncipe era crear un estado fuerte, no necesariamente uno ‘bueno’”.

El ejército de asalto de Trump quemará los libros; lo que conocimos debe dejar de existir. El relato de Obama —cuya reelección Trump calificó de “tragedia”— ha de ser borrado de la Historia —y eso es un imposible, por supuesto, pero ese enemigo común a repeler amalgamará voluntades por un tiempo. Su retórica electoral no dejó dudas: si vio un desastre en la administración Obama, si por treinta años los políticos no fueron capaces de resolver los problemas, la Revolución Trump —como la denominan sus seguidores, sobre todo los nacionalistas y supremacistas blancos— debe barrer con todo.

El problema inherente a las pretendidas reinvenciones de las naciones es que suelen fracasar y dejan a esas mismas naciones que procuraban relanzar uno o dos escalones por debajo del punto de partida en que las tomaron los mesiánicos. En términos económicos, no hay una sola voz —ni una— que proyecte demasiadas expectativas de éxito a las ideas de Trump. Sus votantes acabarán frustrados otra vez —o peor— como con otros políticos pues sufrirán de manera directa las consecuencias de las acciones de su gobierno. La política en materia de comercio exterior provocaría una contracción en el empleo privado de casi 5% en dos años. El plan tributario de Trump ampliará el déficit —nada extraño cuando se trata del GOP (el Grand Old Party, el partido republicano, de la derecha, de los conservadores y los libertarios del Tea Party), un partido que en la oposición se exhibe como soldado espartano del presupuesto equilibrado pero en el gobierno es un emperador romano del gasto— y alguien ha de pagar las exenciones a los más ricos, vía consumo o mayor carga personal. Trump tiene mucho por ganar si lanza un plan de infraestructura billonario de inmediato, pero aún cuando el público festeje las obras que movilizarían el mercado interno, queda una gran pregunta republicana: ¿habrán controles suficientes para evitar que los megaproyectos no desaten una fiesta de corrupción que avergonzaría hasta los autócratas del subdesarrollo?

Fuera del dinero, que suele dar alas a los tiranos cuando las cosas van bien, hay un problema aún mayor: la convivencia misma. Los primeros micro atentados —insultos, ataques personales— preanuncian una resistencia mayor a las personas diferentes. Y diferentes han demostrado ser los objetos de esos atentados: latinos, una chica musulmana, varios muchachos negros. En Arizona, varios niños en las escuelas han preguntado a sus maestras si podrán volver a clases. Un muchacho afroamericano preguntó a mi hijo si volveremos a México —él cree que somos mexicanos—, una posibilidad que le angustia, dice, porque Matteo es su amigo. Un hombre blanco mayor insultó a una periodista brasileña que trabaja para The New York Times en el suroeste del país porque hablaba en español por su móvil. Un jardinero me dijo algo parecido. Y el joven que trabaja con él. Un vecino de origen mexicano, profesor universitario, meneó la cabeza cuando le pregunté por lo que se viene. Lo ven raro, dice. Lo miran raro. O tal vez él ya está paranoico, dice, porque tras veinte años viviendo en Estados Unidos es la primera vez que siente con tanta intensidad que él es extraño.

Paranoia y miedo erosionan el pegamento de las relaciones sociales, la confianza en El Otro. Quien se siente atacado deja de tener una vida normal, pasa a existir en el sobresalto y la expectativa profética de lo peor. Y lo peor ya ha estado sucediendo y ante nuestros ojos: seguidores de Trump han golpeado a personas, comenzando por un migrante ecuatoriano que dormía en las calles de Boston a mediados de 2015, siguiendo por un hombre negro en un mitin en Carolina del Norte en marzo de 2016. Trump condenó a regañadientes los ataques de Boston, nunca dijo nada sobre el asalto al hombre negro —unos minutos antes se jactaba del malevaje de antaño— y demoró en censurar los ataques y manifestaciones racistas y anti inmigrantes más recientes, cuando ya era presidente electo.

Uno de esos ataques del pasado —el golpe a un manifestante negro— fue protagonizado por un anciano (que acabó procesado), pero una buena proporción de la violencia pasada y actual tiene como promotores a jóvenes y adolescentes. Uno podría acostumbrarse a los ancianos detrás de Trump, al cabo, eso pone un límite natural a los apoyos, condicionados por la expectativa de vida. Pero las ideas no mueren, por supuesto, y los planteos trumpianos —ese mazacote de dislates horribles— serían un problema cada vez mayor si detrás de ellos se aglutinan generaciones más nuevas, entre los veinte y los cuarenta años. Quien tiene a los niños, tiene el futuro de la Historia a mano: argamasa para moldear. Hoy, una Juventud Trumpiana, dada la retórica del jefe, no sería ninguna buena noticia para la salud democrática de Estados Unidos.

Los avances sociales pueden ser borrados del mapa por la nueva derecha de Trump. El legado de Obama puede desaparecer como si no hubiese existido. Trump no es un político normal sino un hombre acostumbrado a tomar las decisiones sin supervisión ni balances, a no rendir cuentas a nadie ni a explicar por qué las toma.

Su show de TV era sintomático: Trump se deshacía de la gente sin explicar demasiado. Si un presidente se mide por la vastedad de su intelecto también es reconocible por la gente que elige para acompañarlo; en el gabinete de Trump encajaría sin roces el Senador Palpatine.

Uno de sus asesores principales de la transición en temas migratorios, Kim Kobach, es el responsable de la restrictiva ley migratoria de Kansas, un halcón intransigente —tal vez una denominación usual e inexacta pero definitivamente práctica, pues el halcón es un ave rapaz que mata con precisión. Los responsables fiscales son contadores resecos: tanto entra, tanto sale. El neonazi Steve Bannon, un antisemita confeso que dirigía el ‘medio’ de extrema derecha Breitbart, será el jefe de estrategia de Trump y pocos dudan del regreso del tosco y autoritario Corey Lewandowski, uno de sus ex jefes de campaña. La discusión al interior del gabinete en las sombras de Trump es tan violenta que Eliot Cohen, subsecretario en el Departamento de Estado de Condoleezza Rice, llamó a otros conservadores a “quedarse lejos”.

Esto va a ser feo”, tuiteó.

Vienen tiempos difíciles. Me temo que el proceso de un mundo con reglas de acero será real, con mayor o menor profundidad. La clase política y los intelectuales a menudo han subestimado las tendencias autoritarias como si tuvieran un sacerdote interior clamando por dar una oportunidad a la redención de los malos. La periodista y activista rusa Masha Gessen, una opositora firme de Vladimir Putin, llamó en The New York Review of Books a tomar a Trump, un autócrata, a face value:

“Creánle. Quiere decir exactamente lo que quiere decir. Cuando se encuentren pensando, o escuchen a otros reclamar, que está exagerando, esa es nuestra tendencia innata a buscar la racionalización”. “Las instituciones”, escribió, “no los salvarán. (…) Muchas de esas instituciones están enclaustradas en la cultura política más que en la ley y todas —incluidas las que están consagradas a la ley— dependen de la buena fe de todos los actores para cumplir con su propósito y defender la Constitución”.

Hay demasiado en juego. Tomó décadas a las organizaciones civiles conseguir que los argumentos en favor de las minorías sean comprendidos y me temo que esa es una compresión aún frágil, no una batalla definitivamente ganada. No estoy seguro de que el conjunto de la sociedad americana haya asumido que héteros y gays somos iguales. Me temo que los derechos de las personas musulmanas penden de un hilo y que los latinos no la pasarán nada bien, sospechados de ocupar un lugar que no merecen. No tardará en fluir, oficializada, la denominación de migrante ilegal en reemplazo de indocumentado, un término que ni siquiera había conseguido ganar la mente y el corazón de las mayorías. Ni los negros, que tienen sus batallas dadas y han llevado al presidente más progresista del último medio siglo a La Casa Blanca, pueden considerarse tranquilos. El aire ya se supone más pesado.

Trump es sangre fresca para el sistema sanguíneo de los peores ejemplos de la humanidad. La derecha extremista, los nacionalismos fanáticos y el racismo tienen candidatos renovados en Europa. Francia, Austria, Alemania e Italia soportan la presión creciente de una derecha cavernícola. Una nueva Edad Media política podría ser inaugurada con un simple mandato —no ya una reelección— de Trump. Una Corte Suprema de Justicia conservadora es todo lo que se necesita para oficializar el pensamiento retrógrado. Las cámaras oficialistas, apenas distinguidas hoy de Trump por minucias ideológicas, pueden legitimar el desguace de programas críticos para la salud de la sociedad. Mayor militarización de la policía, caza de brujas de inmigrantes, segregación ideológica y religiosa: The Dark Ages pueden estar a la vuelta del año.

Winter is coming.

Diego Fonseca
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Diego Fonseca (Argentina, 1970) es periodista y editor. Autor y editor de los libros Hamsters, Crecer a golpes, Hacer la América y Sam no es mi tío. Vive en Estados Unidos. Crédito de la foto: Adrián Duchateau — Gatopardo.


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