Al observar a los niños y niñas de ahora, tengo la sensación de que la sociedad actual propicia reducir la etapa de la niñez. Ahora, sin tomar en cuenta su edad, son expuestos a circunstancias de adultos. Los obligan a asumir responsabilidades que no les corresponden o son víctimas de una sexualización prematura. Pareciera que son ellos quienes tienen que adaptarse al estilo de vida de los adultos y no ser nosotros quienes estemos conscientes de sus necesidades según la etapa de desarrollo en que se encuentran.
El hecho de que hagan largas filas en los bancos, que permanezcan horas en el tráfico, que tengan acceso a un teléfono celular como “entretenimiento”, que asistan a actividades que no alcanzan a comprender, son otros ejemplos de esa reducción de la niñez que menciono.
Nadie nace sabiendo ser padre o madre. De hecho, parece que ante la vida todos improvisamos. Sin embargo, cuando se trata de niños y adolescentes debemos recordar que su personalidad aún se encuentra en construcción. Y este no es un dato irrelevante.
Una niña o niño apenas está en un proceso de auto conocimiento, está descubriendo el mundo que le rodea, está creando los lazos o vínculos afectivos que luego lo llevarán a establecer relaciones interpersonales, idealmente sanas, y está ampliando sus propios alcances mentales de forma continua.
Así como en una obra se toman las medidas de precaución y protección necesarias para evitar accidentes, ¿cómo no hacerlo con una vida cuya personalidad aún está en proceso? Por lo tanto, es necesario respetar sus vínculos afectivos, sus alcances mentales y también sus miedos.
La niñez es una etapa para explorar y aprender, pero esa premisa básica no parece ponerse en práctica. En ocasiones, los adultos pretendemos que los niños muestren una madurez que no está acorde a su edad. Otras veces, que estén tranquilos todo el tiempo. Se nos olvida que la inquietud, la curiosidad y la energía propia de la niñez son como el combustible que propiciará un pensamiento más crítico en el futuro. Una niña o un niño al que se le permite vivir la etapa de la niñez con plenitud será, a largo plazo, una persona que desarrolle sus potencialidades y su creatividad y que, por ende, enfrentará menos frustraciones.
Aunque no tengamos hijos, todos jugamos un papel importante en la vida de los niños. Cada uno, desde nuestro ámbito personal o profesional, podemos contribuir a mejorar la situación de la niñez. Busquemos la forma para que crezcan orgullosos de ser quienes son y así formarles una identidad fortalecida. Creemos las condiciones para que sean mejores que nosotros y no tengamos miedo a que nos superen pues, en teoría, esa debería ser la meta.
Amar a nuestros hijos también implica permitirles lograr sus propios sueños y no los nuestros, experimentar todo tipo de emociones, darles la oportunidad de confiar en sí mismos para solucionar sus propios problemas y enseñarles que la inteligencia no significa obtener las mejores notas, sino saber desenvolverse en una situación nueva.
Los adultos somos los protagonistas de muchos de los recuerdos –positivos o negativos—que los niños registrarán en su memoria. Démonos un tiempo para conocer sus opiniones, pongamos atención a lo que nos dicen con su conducta más que con sus palabras, y nunca olvidemos la fragilidad e indefensión propia de su edad.
En un mundo tan contaminado a nivel social y emocional, dejemos que se refugien dentro de su propia imaginación, brindémosle las condiciones para que puedan jugar y disfrutar del trayecto de la niñez que pasa tan rápido.
El mundo en que vivimos está diseñado por y para los adultos. Los conflictos legales los colocan en situaciones complicadas pues ellos no entienden, en su totalidad, sobre genética, leyes, separaciones, custodia o alienación parental. Ellos simplemente aman de una forma genuina y agradecen a quien también los aman, los cuidan y los protegen.
Como adultos, démonos un tiempo para apreciar cómo sus ojos llenos de inocencia nos iluminan el día. Convirtámonos en su mejor guía, regalémosles nuestra ternura y, en esta sociedad llena de prisa, una sonrisa.
EDWING /
Que difícil es encontrar una columna como esta, si hubiésemos mas personas que pensaran así, nuestra sociedad seria muy diferente. He tratado de hacer con mis hijos lo que aquí se menciona y créanme vale la pena. saludos
Carlos Rivera Clavería /
Angelina González nos invita a asumir nuestro rol de padres y abuelos responsables, gracias interesante artículo.
Carlos Sanchez /
Los sigo desde hace Las de tres años son excelente en su vision de periodismo soy salvadoreño pero me gusta la historia venga de donde sea saludos continue lo hacen muy bien