Trump ha dividido Estados Unidos en dos. Uno es el país de sus votantes más fieles, que entienden a la nación del norte como un lugar hecho para el bienestar de los “americanos”, los nativos, los que no han llegado de otros lugares o descienden de quienes nacieron, más morenos, en otros sitios. Estos americanos viven en los Estados Unidos blancos de Donald Trump.
En la otra mitad del país habitan los otros, los que en el ideario del trumpismo son ciudadanos de segunda categoría; ahí viven, desde que sus tatarabuelos fueron liberados, los descendientes de los esclavos africanos; y ahí siguen llegando, desde el centro y el sur de América, de Asia suroriental, del subcontinente indio, de África, los migrantes que mueven la inmensa rueda de la economía estadounidense, construyendo casas, recogiendo frutas y verduras en los campos, destazando reses y cerdos en los mataderos o limpiando pisos y baños en los restaurantes de Manhattan, Los Ángeles o Miami.
Kamala Harris, mujer de sangre negra y asiática y la tercera en aspirar a la vicepresidencia de la Unión, nació en California en el segundo de esos mundos, el que vive más lejos de los Estados Unidos de Trump.
Uno de los momentos políticos más comentados de Harris ocurrió en julio de 2019 durante el primer debate televisado entre los precandidatos demócratas a competir contra Trump por la presidencia en las elecciones de noviembre de este año. Harris era una de las contendientes.
En aquel debate, la senadora cuestionó a Biden, su hoy compañero de fórmula, por el tema racial. Reclamó al exvicepresidente de Barack Obama por oponerse al sistema que permitió a menores negros integrarse a las escuelas semi segregadas de California allá por finales de los 60.
“Trabajaste con ellos (congresistas segregacionistas) para oponerte al transporte. Y había una niña en California que era parte de la segunda clase para integrar sus escuelas y la llevaban (en esos transportes) a la escuela todos los días. Y esa niña era yo”, increpó Harris a Biden en televisión abierta.
Fue el mejor momento de su carrera por la presidencia, que moriría poco después por las dificultades en la recaudación de fondos y por la incapacidad para subir en las encuestas.
Antes que senadora y que candidata a la vicepresidencia, Kamala Harris fue fiscal.
Sus dotes de litigante los llevó hasta el senado en Washington, donde desde su arribo como representante por California en 2017 fue una de las marcas más incisivas de los republicanos que llevaban adelante la agenda de Trump en Capitol Hill, como se llama al congreso estadounidense en la jerga washingtoniana.
Célebre es el intercambio de la senadora con el fiscal general William Barr en una audiencia legislativa de mayo 2019 en la que se trataba la posible colusión entre Donald Trump e intereses rusos para influir en las elecciones presidenciales de 2016. Ahí, Harris martilló a Barr y dejó en evidencia la sumisión del fiscal a la Casa Blanca.
Y en 2017 había sometido a Jeff Sessions, el antecesor de Barr en el Departamento de Justicia, a un interrogatorio similar por el tema ruso. Agobiado, Sessions alcanzó a decir en aquella sesión: “No soy capaz de que me presionen así. No me siento cómodo”.
Por los cuestionamientos a Barr, Trump, en apego fiel a su guion de desprecio a las mujeres, llamó “nasty” (asquerosa) a Harris, epíteto que ya había ocupado para referirse a la expresidenciable demócrata Hillary Clinton y a otras adversarias.
Los ataques de Trump y sus acólitos, e incluso los de sus detractores en el inmenso tinglado del partido demócrata, han sido típicos de un sistema político misógino. A Harris se la ha cuestionado por sus relaciones personales y se la ha intentado describir como ambiciosa y arribista cada vez que sus acciones políticas pusieron en su lugar a los hombres con poder que la rodearon. Ninguno de esos ataques, hasta ahora, ha cuajado.
Sus detractores también la acusan de no haber hecho lo suficiente por contrarrestar la brutalidad policial contra jóvenes negros cuando era fiscal general de California en 2014 y 2015; es algo que los demócratas más progresistas y activistas del movimiento #BlackLivesMatter aún le reclaman.
Pero, de hecho, ha sido su habilidad política para llevar adelante su agenda progresista en temas migratorios y raciales en los pasillos del senado, y en general en el mundo del poder dominado por el estrógeno de la era Trump, lo que ha marcado la carrera política de Kamala Harris. La senadora ha litigado con éxito para colocarse en el imaginario colectivo como una mujer fuerte que no le teme al acoso de Trump, ni siquiera al pasado de Biden. Una mujer negra además.
Es, por donde se le vea, una carta electora muy poderosa.
En mayo de 2017, en pleno apogeo de las medidas xenófobas y racistas del recién estrenado Trump, escuché a la senadora Kamala Harris en una audiencia del senado en Washington. Habló aquel día de los despropósitos de esas políticas en que Trump había convertido su discurso electoral de hacer grande a América otra vez.
La audiencia había sido convocada por el republicano Ron Johnson y trataba sobre la MS13, la pandilla centroamericana a la que Trump ha usado una y otra vez para equiparar crimen con migración. Los republicanos pretendían, con varias audiencias similares, cimentar la narrativa de que la única forma de detener la expansión de la MS13 era implementando la política tolerancia cero a la migración irregular y lanzando una cruzada nacional para deportar a la mayoría de indocumentados posible.
Policías especializados en estrategias antipandillas, funcionarios locales de condados poblados por migrantes, activistas, incluso oficiales de deportación han insistido en que la política de tierra arrasada no resolvería el problema pandillero y terminaría siendo un abuso masivo a los derechos humanos de los migrantes, algo que se dibuja con meridiana claridad en el recién estrenado documental de Netflix “Immigration Nation”.
En el senado, Kamala Harris ha sido desde 2017 una de las que con más intensidad ha denunciado los despropósitos y crueldad del trumpismo en el tema migratorio.
Es cierto que la historia migrante de la flamante vice presidenciable no es igual a las de las decenas de miles de centroamericanos empobrecidos y violentados que siguen llegando a la frontera sur de la Unión Americana. También es verdad que sus orígenes, su carrera política y su personalidad son suficientes para definir a Kamala Harris como todo lo que Donald Trump no es. Eso, de nuevo, es un argumento electoral muy poderoso.
Ana Catalan /
"...en general en el mundo del poder dominado por el estrógeno de la era Trump." Los estrógenos son las hormonas femeninas. Testosterona la masculina.