Es una realidad diaria que las personas sufren violencia y discriminación por su orientación sexual e identidad de género. Esta violencia va desde asesinatos y torturas hasta palabras y bromas. Y se traduce a exclusión e invisibilidad en casi todos aquellos espacios necesarios para procurar una vida digna: educación, salud, trabajo y acceso a la justicia. Reflexionar sobre qué produce esa violencia nos hace indagar sobre algo que marca nuestras sociedades: la creación de la diferencia.
En los Principios de Yogyakarta y en otros textos jurídicos que enseñan a aplicar los principios de la Declaración Universal para el respeto de los Derechos Humanos de las personas LGBTIQ, se habla de orientación sexual o identidad de género real o percibida. La idea de percepción que recogen estas herramientas del derecho surge del reconocimiento de la vulneración histórica de los derechos humanos de personas cuya forma de expresarse — expresión de género — revela una identidad de género y/u orientación sexual que se “aleja” de la norma impuesta por la sociedad.
La violencia no es un problema que depende o está contenido en nuestras identidades; más bien está en la percepción y las valoraciones que los demás hacen de nuestras expresiones e identidades. Por lo mismo, si alguien en la calle me percibe como un hombre cisgénero-heterosexual, estaré a salvo de ser violentado por mi identidad de género y mi orientación sexual, pues la valoración que me han hecho es positiva. Cabe mencionar que la violencia en el ámbito privado tiene otros matices. Quienes hemos hecho un cambio de género probablemente hemos experimentado esto en carne propia.
Esto nos obliga a voltear la mirada hacia quienes observamos y quienes cometemos la violencia. Hablo en plural porque las personas LGBTIQ internalizamos y replicamos la violencia. Y la idea es ir aún más lejos y cuestionar el sistema de valores que premia la heterosexualidad, la masculinidad y lo cisgénero. La norma solo puede ser restrictiva e impositiva y en muchos casos genera odio hacia lo que define como su opuesto: la homosexualidad, bisexualidad, lo trans y lo femenino.
La violencia es responsabilidad de quien la comete, nunca de quien la padece
Cuando se comete un crimen por prejuicio, como un asesinato, no se debe hablar del caso en aislado sino que se debe contextualizar dentro de un panorama de rechazo a todo lo que esa persona representa —un ejemplo de esto es que la violencia transfóbica tiene otros elementos como tortura y violencia sexual—. Esta violencia es ejemplar, busca mandar un mensaje y “corregir”, y es que la creación de la diferencia se hace de forma violenta, ya sea de forma simbólica o concreta.
Por lo mismo, solemos dirigir nuestras preguntas hacia lo que percibimos como diferente, como aquello que se aleja de la norma social, incluso para encontrar soluciones a la violencia a la que se nos expone como consecuencia de ello. Por ejemplo, preguntamos por qué la gente es homosexual pero nunca preguntamos por qué es heterosexual. Y es que lo que damos por normal no lo cuestionamos, una actitud peligrosa en general porque naturalizamos muchas más cosas de lo que creemos.
Comprender esta diferencia no implica oponerse a toda persona que sea hombre, heterosexual y cisgénero. Al contrario, entender las matrices de la violencia nos permite resignificar nuestras formas de ser y movernos hacia nuevas formas de masculinidad, heterosexualidad o formas LGBTIQ que estén en paz con la diferencia —propia y ajena—. Es entender que estamos en un sistema donde la violencia es un mecanismo para asegurar conformidad con las normas sociales. Por eso nos posicionamos contra sistemas que crean la norma —creando así la diferencia— y justifican la violencia y exclusión para las personas que no se apegan a esa “normalidad”.
Al reconocerlo así, veremos qué otras formas de violencia se entrecruzan con la que se dirige hacia nosotros —basada en género, raza, edad, religión, discapacidad, posición socioeconómica, etc.—, y seremos capaces de vernos como aliados y aliadas de quienes las padecen. Voltear la mirada hacia la norma y retarla es fundamental, entonces, para que transformemos los aspectos negativos que hemos asociado con las identidades y así cambiar este sistema que fabrica diferencias en vez de valorar diversidades.
César A. /
De acuerdo con el respeto, pero sus ideologías patológicas no tienen más base que su deseo de seguir sin buscar ayuda. Usted no es un hombre, aunque hoy le dio la gana serlo, no hay 68375 géneros y tiene derecho a creer lo que desee, pero no espere que los demás repitamos sus falacias sin sentido y le otorguen privilegios.
Mayonesa II /
Alguien agrede a una persona diferente basicamente por temor, por incomprensión, por insensibilidad, por falta de educación, por factores religiosos. Lo deseable es ver a cada miembro de estas comunidades diferentes, como seres humanos y tratarlos como tal, con dignidad y respeto como a todos los demás, pues pueden ser nuestros hijos, hermanos, familiares, amistades, incluso nuestros padres, y aunque no lo fuesen, igual, se merecen todo nuestro respeto, y punto.