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Días amarillos, noticias amarillas

Las mañanas han sido más frías en los últimos días, y el metro tiene la particularidad de ser un lugar al que primero no querés entrar ni después salir. La línea que pasa a cinco cuadras de mi casa corre sobre la superficie, y es un alivio ver cómo los carros entorpecen su camino los unos con los otros.

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Flickr: PROtorbakhopper

Y digo un alivio, porque los observo desde mi vagón, el cual avanza con celeridad. Pero a cambio lidió con la abrasante penitencia de estar enlatado. Esta vez con el rostro pegado contra un vidrio rayado que dice: “Chingue a su madre el América”, y trasluce una serie de edificios medianos y viejos a la orilla de la calzada de Tlalpan.

Caras largas, madres estresadas que luchan para llevar a sus hijas a la escuela, jóvenes con audífonos fosforescentes con los ojos cerrados, y dos ciegos con bocinas en sus mochilas que reverberan música de Juan Gabriel en las paredes metálicas, conforman el interior de la góndola. No hay una señal de anormalidad en esta que también es Norteamérica, la pobre, de que ayer hubo elecciones en el vecino país. Hasta que llego a la estación Pino Suárez, una edificación inmensa desgastada por los años que está montada sobre una zona arqueológica en el centro de la ciudad.

Aquí lo único que no se chingaron los constructores fue un monumento a Ehécatl, “el Dios del viento”, que ha sido dejado a media camino de trasbordo sin techo que lo cubra. A veces me detengo aquí para captar señal a mi celular.

Y es entonces, en medio de un hormiguero que forma largas filas humanas, que diviso un puesto de periódicos a un costado del vestigio. Todos exponen titulares escandalosos.

Una portada dice: “YA NOS CARGÓ” –el payaso, entiendo– con un imagen gigante del magnate de fondo; otra cita: “FUUUCK” y la foto es la del republicano con un amenazante dedo índice mientras parece gritar enfurecido; y otras rezan: ¡A Temblar!, Sacudida Global, ¡CHIN!, etc.

Pensás que quien se deja guiar por toda esta mierda es la misma gente que en Guatemala compra Nuestro Diario y Al Día; que los medios buscaron vender y ganar unos clicks hasta el último día de la campaña gracias al estridente candidato.

A nadie le importó que estuvieran promocionando la llegada de un lunático al poder, y casi nadie los responsabilizará de haber contribuido incluso más que quienes votaron para que llegase a la Casa Blanca.

Esta idiotización de los medios me recuerda al último viaje que hice a Guatemala, donde me tocó irme en el último asiento del avión junto a un chavo de mi edad que dirige, según dijo, un startup en la Ciudad de México.

Llegado mi turno de hablar sobre lo que hago –soy periodista. Cuál no sería mi sorpresa al escuchar que lo primero que pregunta es si ya vi el video de Lady Coralina. Debo admitir que me desinflé un poco. Uno nunca sabe qué imaginan otros sobre lo que es tu profesión. Y preparaba una respuesta que dejara en claro que no era un periodista de notas virales, hasta que me convencí de que era un esfuerzo innecesario.

Pero el chavo me seguía diciendo de esa fiesta de Lady Coralina, del linchamiento mediático de la chava, y que hasta un guatemalteco, que era su cuate, había estado en el lío que terminó por la ruptura sentimental de otra chava presente.

Volviendo a las elecciones del 8 de noviembre. La lluvia fue el preludio de que no habría una fiesta esa noche en el Ángel de la Independencia para celebrar la derrota del candidato republicano. Ni quebraduras de piñata, ni cerveza. 9 mil personas confirmaron en Facebook su presencia en balde. Y sólo quedó esperar los resultados.

Tras los resultados el efecto fue inmediato.

El peso se desplomó y los primeros políticos de oposición no tardaron en acusar a Peña Nieto de contribuir con un granito de arena a la candidatura del hombre de un metro 90 por haberlo recibido con honores.

En tanto la gente, al menos los que ya leyeron los titulares de los periódicos, parecen vivir el triunfo con la misma sátira con la que encaran la muerte. Entre risas.

Juan Luis García
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Dejó una vida tranquila para irse al otro lado del Suchiate. Cuando llegó a la CDMX aún pensaba que el picante le quita el sabor a la comida. Hasta ahora las salas de redacción han sido su trinchera. Escribe para entender.


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