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La Filgua, la felicidad y el vino

Leer libros es una manera, no sé si la mejor, pero al menos sí muy efectiva, de transitar la vida con los ojos abiertos. Es voltear a ver hacia el pasado para comprender algo. Es colocarle una lupa al presente e imaginar futuros posibles. Es dejarse seducir por las fantasías de otros, acaso para mejorar las propias. Es dialogar con muertos, resistir, vacunarse contra el olvido y la necedad y, ojalá, también contra la estupidez.

Cotidianidad Opinión P369
Esta es una opinión

Afiche oficial de la Filgua 2017

Mañana comienza la Feria Internacional del Libro de Guatemala. Por catorceavo año, un grupo de valientes pone sus mejores empeños en organizar y hacer posible una fiesta alrededor de los libros. Porque hay que ser valiente para, en un país como este (no nos vamos a poner pesados enumerando, otra vez, los horribles índices), invertir energías en la cultura, esa cosa esquiva, incomprendida, apenas tangible, última prioridad que, además, no deja réditos tan inmediatos ni fácilmente cuantificables. Los que queremos a la Filgua, los que somos sus amigos, sabemos que el paisaje, la vida misma en esta ciudad, sería mucho peor si la feria no existiera.

Este año, además, Filgua me produce una alegría doble. En primer lugar, porque al fin se sale (se libra) del Parque de la Industria, ese espacio secuestrado, quién sabe hace ya cuánto tiempo, por unos tipos cuyos dedos apestan a centavo, a billete viejo, que no solo asaltaban a sus visitantes con las cuotas de parqueo, sino han sido incapaces, en décadas, de invertir en su mejoramiento. Este año la feria se muda al Forum Majadas, un sitio del que no sabemos nada, pero lo esperamos todo (sobre todo porque lo estamos comparando con el Parque de la Industria).

En segundo lugar, porque me parece que el de este año, es uno de los mejores programas que ha tenido Filgua en mucho tiempo, no sólo en su contenido sino en el diseño mismo de la agenda, con Centroamérica al centro y el corazón de Miguel Ángel Asturias palpitando (todavía) para recordarnos de qué materia estamos hechos. Enterrados quedan aquellos, tan divertidos y folclóricos, desaciertos de algunas Filguas pasadas (ustedes recuerdan cuáles, no hay necesidad, otra vez, de ponerse pesados).

De todo lo que Filgua oferta, a mí me interesa, por sobre todo lo demás, la producción local. Libros producidos desde la resistencia. Un trabajo al que deberíamos de llamar así: heroísmo editorial. Y si el término les parece exagerado, cuando no cursi, hagan el ejercicio de preguntarles, por ejemplo, a Francisco Morales Santos, de Editorial Cultura, a Raúl Figueroa Sarti, de FyG Editores, a Carmen Lucía Alvarado y Luis Méndez Salinas, de Catafixia Editorial, o a Philippe Hunziker, de Sophos, la clase de malabarismos, de piruetas suicidas que tienen que hacer para poner en circulación uno sólo de los muchos libros que producen.

Crece este año, en esta Filgua, el catálogo de FyG editores, esa colección de libros imprescindibles para comprendernos. Las novedades son El flaco, de Renato Buezo, ganador del premio BAM Letras 2017; y los finalistas del mismo premio, El precio del consuelo, de Arturo Arias, y La flor oscura, de Valeria Cerezo. Además de Desde el cuartel: otra visión de Guatemala, del coronel Edgar Rubio.

También va creciendo, cuidadoso y certero, el catálogo de Sophos. Allí están Trucha panza arriba, de Rodrigo Fuentes; las reediciones de Saturno y Pan y cerveza, de Eduardo Halfon; la reedición de Guatemala, eterna primavera, eterna tiranía, de Jean-Marie Simon; y la traducción al español de Caminar, la novela en verso de Skila Brown, sobre un niño guatemalteco cuya vida, en 1981, transcurre entre la violencia y la esperanza.

En el año del 50 aniversario de la entrega del premio Nobel de Literatura a Miguel Ángel Asturias, Editorial Cultura reedita Clarivigilia primaveral, ese deslumbrante y poco leído monumento poético de Asturias.

Catafixia Editorial, por su parte, nos sigue recordando que poesía y memoria son dos patas de un mismo tótem. Este año añaden un título más a su colección Memoriales, con Guatemala, un edificio de cinco pisos, de Edelberto Torres-Rivas. Además del décimo volumen de la colección Tz’aqol, esta vez una antología poética del Premio Cervantes 2012, el poeta español José Manuel Caballero Bonald; y el noveno de la colección Bitol, Oyonïk, del poeta kaqchikel Julio Cúmez.

Para aquellos quienes tienen en la punta de la lengua el precio del libro como argumento incontestable para no leer, otra de las bondades de la Filgua son sus ofertas. Personalmente me he columpiado con tales ofertas en los stands de Sophos y del Fondo de Cultura Económica.

La Filgua es sobre todo fiesta y encuentro, y mucha falta nos hacen ambos. Sólo espero, por último, que el stand de vinos que alegró la feria del año pasado haya encontrado un lugarcito en el Forum Majadas. Porque el vino, como los libros, el conocimiento, y esa cosa esquiva que llamamos cultura, sirve también para procurarse altas dosis de felicidad.

Arnoldo Gálvez Suárez
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Escritor de ficción. Y periodista cuando algún asunto fascinante lo obliga a levantarse de su escritorio para salir a la calle. Ha publicado el libro de relatos La Palabra Cementerio (2013) y la novela Los Jueces (2009), XI Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo. @ArnoldoGalvez


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    JD /

    13/07/2017 9:24 AM

    ¡Gracias por la información! Y es cierto: libros + vino = excelente combinación.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Clau /

    12/07/2017 10:37 AM

    llegaré a recolectar una alta dosis de felicidad :)

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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