Cuando los estudiantes nos unimos (por los sanjuaneros)

Sin pensarlo, ocho estudiantes sancarlistas que aún estábamos en la Plaza después de la manifestación de hace un año, el #13J, el 13 de junio del 2015. Nos subimos a un carro y nos pusimos en marcha. Eran aproximadamente las cinco de la tarde.

Empoderados por la tercera manifestación masiva del año en la que se exigía la renuncia del aún Presidente, OPM, atravesamos el Puente del Incienso y nos llamó la atención observar tantas patrullas a la orilla de la calle, desde la entrada a la Colonia Bethania. Adelante se observaba una camioneta extraurbana detenida al costado derecho, rodeada por unos 40 policías fuertemente armados.

Nos estacionamos en el carril auxiliar frente a una iglesia, sentí mi teléfono vibrar y quedé frío al leer el mensaje de texto:

– Tengan cuidado, la policía dice que el bus transporta personas con orden de captura.

Bajamos del vehículo con las manos abiertas y en alto, mostrando a los policías que veníamos desarmados. Siguiendo los manuales de mediación nos presentamos:

– Buena tarde, me llamo Mynor. Mis compañeros y yo somos estudiantes de la USAC. Venimos a preguntar qué está pasando acá, ¿por qué el bus está detenido?
– ¡Váyanse! No se metan a problemas que no les importa, gritó un policía.

– Pero, ¿por qué no les dejan regresar a su casa?

Los policías se vieron inseguros entre ellos hasta que uno respondió:

– Es que adentro va gente armada, por eso los detuvimos.

Por las ventanas del autobús sólo asomaban rostros de miedo.

Seguimos avanzando hacia la camioneta, caminando entre los policías y los árboles  que dividen el Periférico del carril auxiliar que sube al puente de Villa Hermosa en zona 7, cuando otro agente nos abordó diciendo:

– Es que estaban asaltando el bus, por eso lo detuvimos, para protegerlo.

Extrañados por lo contradictorio de la información, decidimos hacer una valla humana entre la policía y la puerta del autobús hasta que el problema se aclarara. Los policías nos veían molestos y desconcertados. Unos minutos después un hombre vestido de civil me tocó el hombro, me mostró una placa y dijo:

– Soy quien está a cargo del operativo, por favor venga conmigo y hablemos.

Asentí con la cabeza, nos alejamos unos pasos y comenzó a explicarnos:

– Creemos que adentro del bus hay personas acusadas de asesinato, por eso lo detuvimos.
– ¿Que pruebas tiene?

– Tenemos denuncias de personas que los vieron, por eso le pido que nos ayude a bajarles del bus, y así poder revisarlo.
– Pero ellas no quieren, y los niños están asustados. ¿Podría mostrarme la orden de juez?

– Aún estamos tramitándola.
– Entonces no puedo ayudarle, creo que lo mejor es llamar a la PDH y que ellos revisen el caso.

– Ya hay alguien de la PDH hablando con ellos.
– Entonces veamos qué dice, si él indica que es legal bajarles para revisar el bus entonces nos quitamos.

Las personas que se transportaban en la camioneta eran originarias de la aldea Los Pajoques. Una comunidad kaqchikel ubicada aproximadamente a una hora de la ciudad, que durante los últimos años ha sido epicentro de hechos violentos y criminalización comunitaria por parte del gobierno, debido a la resistencia de los pobladores al funcionamiento de la cementera en la tierra de las flores.

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No sé si por error o sensacionalismo, los medios de comunicación empezaron a publicar un titular equivocado: ¡Detienen bus con estudiantes que venían de manifestar! Gracias a esto decenas de compañeros salieron de donde estaban y llegaron al lugar a solidarizarse.

Para las siete de la noche ya habían llegado varios antimotines y manifestantes, los medios de comunicación y redes sociales estaban a la expectativa y la imagen era impresionante:

Un colorido bus extraurbano estaba a la orilla del Periférico, en él se observaban rostros de  niños asustados. Las madres pasaban y recibían botellas de plástico a través de las ventanas en donde trasladaban los orines de los niños para que fueran desechados. Llevaban más de 3 horas retenidos.

El autobús estaba custodiado por una cadena humana de estudiantes universitarios y manifestantes que llegamos al lugar, todos entrelazando nuestros brazos para impedir que la policía ingresara.

A un par de metros nos rodeaba un cordón de antimotines que impedían el ingreso y la salida de personas. El capitán les dio la orden de alistarse para retirar por la fuerza a los manifestantes y entrar a revisar.

Afuera del cordón policial había cientos de personas entre vecinos y manifestantes. La solidaridad no se hizo esperar: como podían pasaban bolsas con pan, café, tortillas, salchichas y lo que encontraban para alimentar a quienes estábamos adentro. Empezamos a escribir carteles que explicando lo que sucedía, los vehículos bocinaban por el Periférico en señal de apoyo.

Hasta atrás había varios pelotones de policías observando atentos, listos para entrar en acción. Todo era cubierto por periodistas dispersos por el lugar, algunos subidos en el techo del autobús, otros incluso sobre los árboles de los alrededores.

Cantar a Otto René Castillo nos daba valor: “Aquí no lloró nadie, aquí sólo queremos ser humanos. Correr, reír, enamorarse, vivir, vivir la vida y no morirla”. El ambiente se mantuvo así por un par de horas.

El jefe de la policía advirtió que no se irían de allí hasta registrar el bus, aun así fuera necesario esperar hasta el día siguiente. Nosotros tampoco nos retiraríamos del lugar sin una orden judicial, así pues, que pasara lo que tuviera que pasar.

La mayor tensión se vivió cuando llegaron dos buses abarrotados de pobladores sanjuaneros, que se bajaron y afilaron sus machetes contra el suelo emitiendo un chillido escalofriante. Nosotros en medio del miedo nos sentimos respaldados: estaban allí para liberar a sus compañeras. Todos a la expectativa de lo que abogados y policías acordaran.

Policías antimotines

– ¿Por qué cuando denunciamos delincuentes nunca se aparecen, pero para detener manifestantes vienen tantos policías?, preguntaban indignados los vecinos presentes.

Seguramente para el gobierno en crisis habría sido importante desgastar las protestas capturando a manifestantes de la Plaza.

Ya pasadas las once de la noche, el jefe de la policía dijo que “por sentido humano” se retirarían. Empezaron a irse sin presentar nunca una orden de juez que respaldara su acción.

Tras el aviso, los aplausos y gritos de celebración no se hicieron esperar. Eufóricos, cantamos y bailamos la Chalana a mitad del Periférico: ese día enterramos el miedo que impusieron a nuestros padres.

Los relatos populares cuentan que hace algunos años esas situaciones nunca terminaban bien en Guatemala, que si combatíamos lo que está mal nos asesinarían, que la vida es más importante que la justicia, pero ese día no fue así.

Mientras salíamos de allí, casi a media noche, tres muchachos sanjuaneros caminaron hacia nosotros con el machete envainado, descubrieron su rostro y sonriendo nos dijeron: “Gracias”.

¿Cómo comprender a quien no conocemos? Seguro que con respeto y solidaridad las respuestas empezarán a fluir.