Que Julio Zadik (1916–2002) no figure con más ímpetu en el catálogo de la historia fotográfica latinoamericana constituye una omisión y un descuido imperdonables.
En su país apenas empiezan a reconocerle, siendo no obstante el fotógrafo guatemalteco –posiblemente centroamericano– más significativo de su generación y de su tiempo. Podemos buscar y buscar: comprenderemos pronto que ninguna referencia le iguala, en términos de rigor técnico, de entrega, de poder exploratorio, y de sensibilidad fotográfica.
¿No hay que considerar además que su obra posee rango y estatura continental? Lo supo el reputado crítico cubano José Gómez–Sicre en su momento, cuando lo incluyó –año 1949– en la First International Exhibition of Latin American Photography, en la entonces llamada Panamerican Union de Washington, D.C. Esto junto a figuras como Lola Álvarez Bravo, Martín Chambi y Alfredo Boulton.
Si Zadik no tiene mejor resonancia hoy en día, no ha sido porque su obra haya resultado ser intrascendente con los años –¡todo lo contrario!– sino por no contar con la vasija, aparato o estructura cultural posibilitadora que lo emplazara afirmativamente en el canon latinoamericano, junto a un Manuel Álvarez Bravo o una Tina Modotti.
Afirmamos la relevancia de Julio Zadik como fotógrafo de talla global, que nos ha dado imágenes tan intrigantes y tan clásicas como las de un Cartier–Bresson, un Brassaï o un Doisneau.
Hoy, con la ventajas que ofrece la circulación y difusión global, estamos en condiciones excepcionales para recuperar el legado fotográfico de Julio Zadik, y proyectarlo al mundo, dándole el lugar y autoridad que de sí merece. Sirva PHotoEspaña como una magistral plataforma para ello.
Que vuelva Julio Zadik pues, y que vaya.
[Z]
Se nos figura que la personalidad de Zadik no era una personalidad química, epicúrea, teatral, o extrovertida. Más bien era una personalidad contenida, lateral, discreta, sencilla, y quién sabe si incluso inhibida en cierto modo. No todos, por supuesto, pero muchos fotógrafos son así. ¿Cuántas francas horas pudo haberse pasado Zadik en el cuarto oscuro, fantasmáticamente, reconcentrado, interior?
Pasa que una faceta suya era, en definitiva, muy mental, muy metódica, planificadora, programática, disciplinada, y hasta serial y repetitiva. En la manera en que fue guardando sus trabajos, con semejante celo archivador, o en el cuidado que puso en sus impresiones, se detecta un espíritu reticulado, protocolario, perfeccionista, que convocaba la organización y la paciencia neutral y neural. A Zadik uno lo imagina con su Leica a una distancia estratégica del sujeto o la escena, evaluando con cálculo el problema o reto fotográfico.
Encima hay que imaginar a Zadik como un tipo muy serio, que seguramente demandaba seriedad de aquellos que lo rodeaban. Su nieto Estuardo Porras Zadik nos ha dicho: “El tipo tenía un muy buen filtro; él sabía cuando le ibas a hacer perder el tiempo: si tú no tenías la sensibilidad o el interés por lo que él estaba haciendo, él muy educadamente no te ponía atención y no te involucraba en su mundo”.
Lo cual a lo mejor no quiere decir que era frío y retirado en lo que hacía. Porque de hecho sus fotos traducen empatía, humanidad, ternura, involucramiento, así como vitalismo, energía, curiosidad, encanto, personalidad y sensibilidad (sensibilidad que se extendía a otras artes, como la literatura y la música, que ciertamente apreciaba, además de tocarla). Esa sensibilidad le permitía acercarse a sus sujetos fotográficos sin espantarlos. Por otro lado, también vemos en algunas de sus fotos un cierto discreto humor.
Pero así como estudiaba el reto fotográfico, de la misma manera hacía la foto en pleno relámpago, en repentina intuición, en volcado movimiento, consiguiendo un efecto mágico y heroico. No se pueden tomar las fotos que él tomaba con una mera mente racional. Muchas de sus imágenes más geniales surgen del click espontáneo, de la inmediatez y la pura elisión creativa: una ocurrencia que es un navajazo. Si Dios existe, existe en el momento en que Zadik produce la sinapsis genio–asertiva que ha de coagularse en el material fotosensible del rollo fotográfico. Así Zadik transmutaba cualquier escena, situación, cotidianidad o ritual íntimo social en una especie de propiedad cristalizada y absoluta.
Hace falta una férrea vocación de trabajo pero también una cierta calidez interior –un fuego, ya– para dedicarse a la fotografía durante décadas y décadas. Y no solo hablamos de la fotografía personal: algunas anécdotas nos sugieren que Zadik era alguien que estaba dispuesto a compartir generosa y cooperativamente su trabajo y su tiempo y su sabiduría y su inspiración con otras personas, como afirman los testimonios. Allí están por ejemplo sus aportes al Club Fotográfico de Guatemala, fundado por Ricardo Mata, otro gran fotógrafo guatemalteco a quien ya empezamos a olvidar.
Otra prueba que Zadik no era un artista frío, nos parece, es que viajaba mucho (salía desde temprano, las cámaras ocupando un sitio ceremonial en la parte de atrás del carro) a toda clase de lugares y settings rurales despiertos de Guatemala: he aquí un indicador de lo vibrante y conectiva que era su actividad fotográfica.
[Descubriendo a Julio Zadik]
Lo primero que hay que decir es que recuperar artistas y mantenerlos vivos en el imaginario colectivo es un asunto que nunca ha preocupado al Estado de Guatemala. Se puede argumentar que eso es normal: después de todo, en un país como este, hay asuntos más urgentes, más basales, por atender. Lo problemático es que esos asuntos tampoco son atendidos. Los sucesivos gobiernos rubrican agendas más jugosas como lo son el clientelismo, la subvención, la corruptela y el proxenetismo político. Y para mientras ponen a figuras de mentirilla, decorativas, en el Ministerio de Cultura. No deja de ser irónico que esta cartera tenga a su cargo actualmente a un ex futbolista, lo cual en sí mismo no tendría nada de malo y sería disculpable si de hecho el señor supiera alguna maldita cosa de arte y de gestión cultural, o por lo menos contratase a asesores un poquito más competentes.
Es en ese sentido que los creadores ya muertos del país dependen de sus propias familias para agenciarse cualquier clase de posteridad. Pero en términos generales, advertimos que las familias no cuentan con los recursos, el interés, o la estrategia para ello, y por tanto se encuentran en una situación de mucha impotencia para honrar el legado de los suyos.
Felizmente, el caso de Julio Zadik ha sido distinto. Es de apreciar que los descendientes para empezar supieron mantener el legado fotográfico unificado –como Dios manda– y no se dedicaran pues a trocearlo y parcelarlo. El mismo Zadik así lo quiso: ya sea que vendan, regalen, o quemen el archivo, háganlo todo junto, por favor no lo separen, dijo Zadik a sus hijas.
En verdad, qué gran fortuna ha sido que Zadik nos dejara un archivo tan solido, pulcro, conservado y en tan buenas condiciones, además de muy prolífico (todo ese trabajo, traducido a horas, uf). Con que esa colección tuviera (pues aún no se sabe a ciencia cierta) veinte o veinticinco mil negativos –entre blanco y negro y a color– ya tendríamos ahí un nada penoso legado, y eso sin contar las 3,000 imagenes vintage... En estos tiempos de fotografía digital e informática eso parece poco, o menos impactante, pero de hecho para la fotografía de entonces, y sobre todo tomando en cuenta la consistencia y calidad fotográfica, es una cifra estimable.
Pero incluso un archivo tan extraordinario como este sería estéril si estuviera metido en una cómoda, en un mueble. ¿Cómo no agradecer en ese sentido el interés de la familia por desenterrar tan fecundo material, que es más riqueza que cualquiera otra riqueza tangible que les pudo haber heredado?
Hoy, gracias a estos esfuerzos de la familia, y a los esfuerzos de personas informadas del mundo del arte, ya se cuenta con lo que se ha venido llamando el Estate Julio Zadik, un proyecto heroico de recuperación y exhibición de la obra de nuestro artista, vertiginoso en cantidad y calidad, ubérrimo pero además continuadamente excepcional. Por aparte, el estate también se ocupa de coleccionar material de otros fotógrafos.
Tómese en cuenta que el archivo Zadik está guardado en latas selladas y cajas especiales para su conservación. Uno puede (luego de ponerse unos guantes sutiles y blancos) abrir alguna de las cajas (cajas y sobres cuya función es preservar adecuadamente los materiales), extraer uno de los negativos, y exclamar. También puede contemplar alguna de las fotos que el mismo Zadik imprimiera, y exclamar una segunda vez, seguir exclamando.
[Segunda ola]
El póstumo Zadik vivió –con la publicación del libro y las exhibiciones en Guatemala y El Salvador– una primera ola de reconocimiento. Hoy a lo mejor podemos hablar de una segunda fase de expansión y difusión, con nuevas exposiciones locales, pero también exhibiciones a otros puntos de América, que buscan ya continentalizar mejor su obra. También se le quiere ofrecer un asiento en España y más allá. Todo acompañado de nuevos criterios en torno a su producción, pues habiéndose ya dado esa primera y sustantiva marcha de revisitación, referenciación, explicación y legitimación de su obra, aún quedan toda clase de relecturas y preguntas pendientes, que de momento, y hasta que no se haga más investigación y más profunda, solo pueden ser resueltas en el plano de la especulación.
El fotógrafo guatemalteco Andrés Asturias es el responsable de curar y presentar a Zadik en PHotoEspaña 2015, enfocada por demás a la fotografía latinoamericana. Fue el nieto de Zadik el que tuvo la idea de poner a conversar a un fotógrafo del siglo pasado como lo es Zadik con un fotógrafo contemporáneo como lo es Asturias.
Afable de personalidad, de aspecto ligeramente desgarbado, he aquí a un auténtico activista cultural –nadie opine lo contrario– además de fotógrafo de referencia, editor e impresor impecable, y quien ya estuviera presente por cierto como artista invitado (dos ocasiones) en PHE. Si alguien puede comprender la actualidad y la vigencia de Zadik es Andrés Asturias, y a ello se deba acaso que haya ya organizado exhibiciones de y con nuestro artista, en un pasado reciente.
La idea de Andrés Asturias es apartarse de la representación de Zadik que ya se hizo, y que a su juicio aún no trasciende del todo lo seguro, lo tradicional y lo decorativo. Es su pensar que el archivo Zadik ofrece registros de hecho más adecuados, más completos, y en suma más geniales.
La muestra de Zadik en PHE 2015 está dividida en dos pabellones.
El primero está compuesto por fotos vintage de Zadik: formatos originales, más pequeños y contenidos, a la usanza de la época, con impresiones hechas directamente por él.
El segundo pabellón exhibe impresiones ya actuales de nuestro artista, en formatos más grandes y contemporáneos (y que han dictado en alguna medida la selección). Estos formatos no hubieran sido utilizados en su tiempo por el mismo Zadik, lo cual plantea una intervención y relectura interesante (no era lo propio de la época, aunque si Zadik estuviera vivo hoy, seguramente fueran esos formatos los que estaría utilizando).
Por otro lado, las fotos no han sido cropeadas de ningún modo adulterador, lo cual implica una curación respetuosa, aún si el mismo Zadik era dado a cropear sus propias fotos.
El enfoque, entonces vemos, es doble: conservador y creativo.
La selección incluye, entre otras, fotos blanco y negro de escenarios y paisajes callejeros y urbanos. Muchas son fotos de cuando el fotógrafo tenía entre veinte y cuarenta años –las más interesantes según Asturias, pues a su criterio era cuando estaba más activo, y viajaba más.
Es completamente relevante para Zadik pisar tierras europeas. PH15 viene a ser el umbral a un mejor nivel de reconocimiento de su obra. A la vez, PH15 puede sentirse honrado de ser el espacio que legitime su genio y su actualidad, de cara al mundo.
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