Con un nudo en la garganta empiezo este relato al observar imágenes de la caravana migrante de Honduras. Escuchar sus testimonios es compartir una realidad de despojo y carencias que también vivimos en Guatemala. Destierro, exilio y desplazamiento forzado es la realidad de estas personas que con dolor dejan la única casa que conocieron.
Soy emigrante de pueblo que viajo desde Totonicapán a la ciudad de Guatemala a terminar la Universidad. Con la ayuda de mi mamá, logramos ubicar un cuarto para vivir. Fue muy difícil para mí el cambio de mi pueblo comunitario a la ciudad de la furia. En mi caso, yo tenía comida, techo y condiciones privilegiadas para subsistir a tan dura realidad.
En mi familia, como en casi todas las familias centroamericanas, hay familiares migrantes en Estados Unidos (sí, se fueron de "mojados"). Tíos que nunca conocí pues se fueron cuando era una bebé. Los reconozco por fotografías o a través de una pantalla, gracias a la tecnología. Se fueron porque no había trabajo, porque desde los inicios de los noventas, los gobiernos ya se robaban el dinero destinado para salud, trabajo, educación.
Cada vez que miro a un migrante y se de las horrendas historias de transito migratorio, pienso en tío Beto o tío Ricardo, que se fueron con mochila en mano y con la esperanza de tener mejores condiciones, pues sabemos que Guatemala es de los países de la región en los que en lugar de reducir la pobreza, esta aumenta.
La caravana migrante ha sido muy dolorosa. Acompañarla por la televisión o redes sociales, ha dejado expuestas las nulas condiciones que tenemos para tratar la problemática. Hemos oído y leído testimonios de sus protagonistas. Mujeres, hombres, niños y niñas inocentes forzados a vivir la dolorosa realidad del desplazamiento y el hambre.
La caravana avanzará y no la detendrá nadie. Ni las políticas migratorias, ni los muros, ni las fronteras, ni el despojo, ni el fascismo, ni el racismo, ni la desigualdad, ni el clasismo, ni el odio, ni el capitalismo, ni la corrupción, ni el servilismo, ni la impunidad. Esta ola crecerá y se hará más fuerte, pues desde ya ha roto paradigmas, muros mentales y fronteras.
La solidaridad viene siempre de las personas que con muy pocos ingresos, comparten lo que se tiene. De los y las de abajo se recibe siempre y se comparte lo que se tiene. Sin duda que esta caravana ha dejado con su paso muchas cosas más que solo miseria, también ha movido la solidaridad entera de Guatemala, de familias, de personas, de organizaciones. Se ha hecho evidente que Centroamérica tiene las venas abiertas. Más que solo albergues, se han llenado mochilas con esperanza.
La migración es un derecho humano que se ha dado desde hace siglos en todo el planeta. No dejará de pasar. Lo único que esperamos es que este éxodo logre dignificar las condiciones de quienes emigran en busca de un futuro.
La realidad duele. Las imágenes y videos son desgarradores, pero las y los veo caminar juntos hacia la incertidumbre, el rechazo y la exclusión; pero dispuestos a todo. Determinados y determinadas a no ceder un centímetro más al hambre, la pobreza y la violencia que han sido impuestos por los gobiernos corruptos de la región centroamericana.
Llevan los paisajes y su corazón de naturaleza migrante como equipaje, les acompaña la esperanza de dignidad. Al finalizar este relato termino con menos dolor, con esperanza de aprender de la determinación de estas y estos hermanos hondureños. Su legado es negarse a aceptar las carencias impuestas, mientras salen a la calle con sus mochilas llenas de sueños.
Gracias por sus pies descalzos, por su valentía y por darnos una lección de búsqueda de dignidad que rompe paradigmas.
Julia Esquivel Velásquez /
El gobierno de Guatemala se somete a los dictados de Trump con tal de recibir apoyo para obstaculizar el trabajo de CICIG en contrade la corrupción e impunidad.