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La ruta del miedo: de vuelta al autoritarismo

El más reciente informe de Latinobarómetro informa que Guatemala es el país de la región cuya población confía menos en la democracia. El peligro es la vuelta al autoritarismo

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Esta es una opinión

Imagen: Banksy

En realidad, nosotros, quienes nacimos durante la apertura democrática, nunca vivimos el miedo. El terror no fue parte de nuestras vidas. Algunos lo conocimos de manera indirecta a través de la voz queda de nuestros padres o amigos que tienen conocidos, compañeros de trabajo o familiares desaparecidos. Los hechos de violencia que ocurrieron durante la dictadura militar nos llegaron en forma de susurros.

Esa manera de abordar las cosas, entre los resabios del miedo y de una vergüenza que no llega a explicarse ni a entenderse, marcó la manera en que asumimos el pasado. Mi madre me habló de los cuerpos torturados, de los métodos más horrendos para arrebatar la vida y de la incertidumbre que provoca no encontrar el cuerpo sin vida de una persona. Por eso al inicio comprendí que había cosas sobre las cuales era mejor guardar silencio o hablarlas, pero bajito, en espacios muy privados.

También conocimos las atrocidades a través de los relatos que recogieron y analizaron investigadores sociales como Ricardo Falla, por ejemplo. Recuerdo que "Masacres en la selva" llegó de alguna manera a la casa y se mantuvo escondido. Leí, apenas siendo un niño, los testimonios de las matanzas en las comunidades indígenas. Las imágenes de dolor se construyeron en mi cabeza. Historias que, por su nivel de atrocidad, eran difíciles de comprender. Logré imaginar el dolor y la impotencia, pero nunca el miedo.

Con la firma de los Acuerdos de Paz también logramos acercarnos a ese país negado por la historia oficial. Apenas se asomó esa Guatemala en donde el Estado garantizaba la represión en contra de cualquier persona que se organizaba y criticaba la manera en que se distribuían los medios de producción y la riqueza.

Los informes de la verdad elaborados por la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU y por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) se constituyeron en grandes esfuerzos por la recuperación del pasado y la dignificación de las víctimas de un sistema autoritario. Sin embargo, la impunidad sobre estos casos ya estaba dictada y el discurso que niega o justifica la violencia se activó para desacreditar los testimonios y conclusiones de estos documentos.

El lunes 27 de abril de 1998, cuando me dirigía muy temprano al colegio, salté para no pisar la mancha roja que corría, como un río seco, desde el parque de San Sebastián hasta el tragante sobre la segunda calle de la zona 1. Era la sangre de Gerardi. Entonces me sorprendió su asesinato y el esfuerzo de las personas por callar a quien emprende la búsqueda de la verdad como un mecanismo para no repetir los hechos de violencia.

Pero la sensación del miedo tampoco llegó. Ese asesinato lo entendí como el golpe de un monstruo que se mueve en su último estertor. O, al menos, un zarpazo previo a esconderse para siempre, porque confié en que la población de este país estaba convencida de que era mejor vivir sin un Estado bajo el control de los militares.

Y entonces, antes que el miedo, llegó la decepción. Me sorprendí ante las reacciones por el juicio por genocidio contra el pueblo ixil. Quizá porque durante mi adolescencia y estudios universitarios conocí y estudié sobre los crímenes cometidos por las fuerzas de seguridad del Estado de Guatemala en contra de la población civil, asumí que la justicia era un anhelo generalizado. Pero entonces identifiqué el profundo racismo y la opción por la violencia de gente conocida y cercana. Entonces se profundizó la indignación, pero el miedo tampoco apareció esa vez.

La parálisis que provoca el miedo, esa sensación de vacío en el estómago y de hormigueo en las piernas se instala cuando se constata que el discurso hegemónico que desprecia la democracia y la diferencia ya ocupa muchos espacios. Los argumentos fundamentalistas de ciertas élites económicas y políticas, que al inicio parecían tan absurdas y arcaicas, son repetidos como cosa verdadera en las discusiones cotidianas.

Entonces se identifica como causa de las desgracias a este país a quien lucha por la justicia social y por hacer de esta, una sociedad más plural y democrática. Se tacha de desestabilizador y como un peligro a quien defiende al Estado laico, a quien resiste en sus territorios en contra de los proyectos extractivos, a quien considera crucial el respeto a los Derechos Humanos, a quien exige la participación y representación de todas las voces en los puestos de decisión política, a quien señala que la vida de las personas debe respetarse y que nada justifica un asesinato o una ejecución extrajudicial.

Se abandona la defensa por la institucionalidad democrática y, ante la idea de que todo está patas arriba, se anhela el control y el autoritarismo. El más reciente informe de Latinobarómetro nos enciende las alarmas sobre ello. Según el documento, Guatemala es, junto con El Salvador, el país de la región que menos confía en la democracia. Apenas el 28% de la población prefiere este sistema político.

Entonces el miedo aparece. El pavor se instala cuando se constata que cada vez somos menos quienes confiamos en que la democracia, aún con sus imperfecciones, es un sistema político que da oportunidades para reconocer las diferencias entre la población y garantizar la libertad para cada persona. El terror nace cuando uno sabe que en todos los espacios hay personas que apoyarían el autoritarismo y, con ello la represión. Se profundiza cuando se es consciente que a muchas otras personas más les daría igual que nuevamente el Estado mate y desaparezca a quien no piense como debe de ser. 

Ricardo Marroquín
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Soy periodista, comunicador social, catedrático universitario, con una maestría en Estudios Estratégicos y en proceso de elaboración de la tesis de Sociología. Soy, además de fanático de los rompecabezas de mapas antiguos, cinéfilo y lector permanente de literatura, historia, periodismo y teoría social.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Hansel Mo Ay /

    20/11/2018 4:53 PM

    Esta tesis está suficientemente comprobada y parafraseo la frase en sentido afirmativo "en todos los espacios hay personas que apoyan (abiertamente) el autoritarismo y, con ello la represión. Se profundiza cuando se es consciente que a muchas otras personas más les da igual (o mejor dicho anhelan) que nuevamente el Estado mate y desaparezca a quien no piense como debe de ser."

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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