El agresor suele sentar las bases para la violenca, el engaño y el alcance de sus objetivos. Su bienestar representa la vida miserable del violentado, del oprimido, del que apenas es consciente de su vivencia en el medio de la mentira. Aprovecharse de las circuntancias y adecuarlas según sus intereses y capacidades es parte de su práctica habitual. Sus valores, pétreos, se constituyen en la medida de todas las cosas.
Cuando las artimañas del agresor son descubiertas, este niega la realidad, porque el cinismo es un rasgo constitutivo de su personalidad. Aduce locura de quien lo acusa, un interés supremo por destruirlo, fuerzas extrañas que desean romper el orden establecido.
Luego, ante la contundencia de las pruebas, que no permiten más interpretación que la verdad, trata de presentar su nefasto actuar como consecuencia de las circunstancias; la victimización es una de las muestras de su ego que solo le permiten apreciar la punta de su nariz. Llora y patalea trasladándole la responsabilidad de sus acciones a los demás. “La intención nunca ha sido hacer daño”, exclama como argumento de defensa. “Lo que quieren, en realidad, es separarnos”, concluye.
El violentador clama por perdón y ante el temor de perder sus privilegios que obtiene gracias a su posición de poder y de opresor, promete el cambio. Ofrece concesiones, se comporta dadivoso, actúa de manera extraña para sí mismo y para los demás. Pero solo por un momento. Construido desde la podredumbre, el aprovechamiento y la mentira, no logra modificar su esencia y centra sus esfuerzos en readecuar sus estrategias de acción para ocultar la violencia de sus actividades.
En Guatemala, la lucha contra la corrupción y la impunidad iba bien cuando los esfuerzos por esclarecer los crímenes se centraban en quienes lograron capitalizar el desprecio de la mayor parte de la población. Roxana Baldetti se constituyó en la imagen del expolio, del desbordamiento del arribismo y de la “igualación”. Ella, la que se burló de todos con sus expresiones cínicas para sortear los señalamientos y las pruebas más evidentes sobre su implicación en hechos de corrupción, era el demonio que el sistema necesitaba capturar y procesar para aparaentar que algo se hacía.
Con Baldetti cayeron sus aliados políticos y sus cómplices. Se apropiaron hasta la saciedad de los recursos que debieron ser utilizados para mantener y mejorar los servicios públicos. Entonces la realidad se nos presentaba bastante confusa, pero con la certeza que en este país podía replicarse una estampa de esas que aparecen en las revistas propagandísticas de los grupos religiosos. La abundancia, la paz, la tranquilidad y el orden de las cosas llegarían con la detención de los políticos corruptos.
Pero no. Cuando la persecución penal se hizo extensiva y demostró que la corrupción y la impunidad son rasgos de un sistema estructural del que se valen no solamente los políticos sino también empresarios y personas con apellidos de esos que uno escucha en los cursos de historia de la escuela, la cosa se puso color de hormiga para el cambio que ya nunca llegó.
El discurso se modificó y las pataletas de las élites temerosas de la prisión se hicieron más evidentes. Sus intelectuales orgánicos, distribuidos en varios medios de comunicación y también a través de las redes sociales, emprendieron la faena de posicionar una serie de argumentos a favor de la impunidad: Que la justicia selectiva, que la estrategia de la izquierda por tomar el poder a través de un golpe blando, que la amenaza para la inversión, que la violación a nuestra soberanía y la presunción de inocencia, que el irrespeto por el debido proceso.
Ahora que desgastaron al sistema de justicia entrampando los procesos y utilizando toda la maquinaria que logran controlar gracias a los propios tentáculos del sistema de corrupción, avanzan con la propuesta de una amnistía, de un borrón y cuenta nueva, que los libre de la cárcel y garantice el goce de sus privilegios
Se entiende que en política se procuren los acuerdos a partir de mínimos deseables. Se comprende que no hay posibilidad alguna para la existencia de seres inmaculados. Pero una cosa son errores en política y otra crímenes contra la sociedad y las necesidades de la población. ¿Se vale, en estos momentos, bajar los brazos y resignarse a la negociación con delincuentes? En Guatemala, en donde todo es posible, parece que lo siguiente no solo es reconocer al agresor, sino dormir con él y garantizarle su espacio como director del país. Así las cosas.
Victor A Aquino A /
El problema de nuestra Guatemala, es la falta de conocimiento histórico, además de una sociedad cada día mas individualista, los artículos de jóvenes como Usted hace que tengamos esperanza de cambios en nuestra sociedad, así que mantengamos nuestra lucha por una Guatemala sin privilegios, sin corrupción, y empresarios honestos.
Julio Flores H. /
Justamente su argumento es el punto crítico que necesitamos para oxigenar la coyuntura. Ya lo ha venido exponiendo Mario Roberto Morales en sus artículos. Pero el problema es que no van quedando alternativas.
Elke Greiser /
Excelente análisis! Quiero llorar con usted.