Tenía 6 años cuando se firmó un papel al que llamaron paz. Después del terror vivido en la guerra, el pueblo tenía esperanza de conocer realmente lo que se sentía vivir en una paz verdadera. Hoy, seguimos luchando y esperando con que esa paz realmente llegue algún día.
Me duele empezar este texto con un sentimiento desgarrado por la realidad. Hoy, me golpea la realidad de la guerra en lo más profundo. Hace muy poco, enterramos a una de las niñas asesinadas por la patrulla fronteriza de Estados Unidos.
A veces pienso que pasarán los años y llegará el último de mis días y la seguiré esperando. ¿Cómo pueden creer en la firma de un papel que nunca llego a concretarse? Cómo pueden algunos celebrar algo que solo represento uno de los cientos de engaños que a este pueblo empobrecido y amnésico le ha tocado vivir.
Desde niña me gustaba soñar con que llegaría el día en que no habrán más niñas y niños muriendo de hambre. Imaginaba que nos sentábamos juntas y juntos a comer y que comían lo mismo que yo. Imaginaba que al salir a la calle, no encontraría a niñas y niños trabajando, uno de los hechos que más desgarran mi realidad. Aún lo sigo esperando.
Frustra mucho saber que esas estructuras que perpetuaron y manipularon la guerra conforme a sus intereses, siguen incrustados en el poder moviendo todo para que nada pase. Que siguen creyendo que viven en su finca, dinosaurios que viven atrapados en una época que es una mezcla de la colonia, la edad media y el oscurantismo, me producen mucha rabia, mucha frustración. Saber que hace unos días, las cámaras empresariales se recetaron no incrementar el salario de hambre al que llaman mínimo. Esas mismas cámaras que financian ilícitamente a los partidos políticos, para que puedan llegar al poder sus lame botas: funcionarios que de rodillas y con la cabeza baja, dóciles, obedientes y sin ápice de dignidad, se pasan por el arco del triunfo el sentido común y decretan o legislan en función de sus amos.
Un pueblo jamás podrá vivir la paz, mientras siga viviendo en un racismo estructural por decreto. En Guatemala, la mayoría de la población pertenece a los pueblos indígenas y da la casualidad que somos nosotros, en una amplia mayoría, los que morimos de hambre, desnutrición o por una simple diarrea, en un centro de salud. Jamás hay medicinas e incluso, hay comunidades que no tienen escuelas.
Este país sigue expulsando a su población de manera forzada. En Guatemala no se vivirá en paz mientas haya impunidad, mientras perdure la injusticia y el tráfico de influencias. Con las y los corruptos al mando de estructuras al servicio de la oligarquía. Con gente muriendo de hambre. Mientras niñas y niños con sus familias, continúen huyendo de la pobreza para terminar asesinados por las patrullas fronterizas.
Siempre me he situado al hablar, como una mujer indígena urbana postguerra. Pero vaya si no he entendido muy bien lo que significa esta guerra aún vigente. La he sentido en los poros de la piel, en la historia de mi pueblo y de los pueblos que he acompañado. Comprendo el terror instaurado en nuestra mente y nuestras familias.
Y como pueblos de lucha, vivimos diariamente en función de la anhelada paz. Sabemos que estamos viviendo la noche, para que las nuevas generaciones puedan vivir el día. En total plenitud, para todas y todos.
Jessica /
Gracias por darnos una visión amplia acerca de las realidades que se siguen viviendo en nuestro país.
Cesar A. /
¿Qué? La mina murió por irresponsabilidad de sus padres.
Realmente personas como ustedes son los que siembran odio y desean perpetuar su retórica a cambio de unos cuantos Euros de Soros.
'Maldito aquél que lucra con la memoria de sus muertos'.
Guillermo /
Sería interesante conocer tus argumentos y a partir de allí, propiciar un debate, solamente de esa manera podríamos construir un ambiente de convivencia. Pero cuando te lanzás al ataque, cuando agredís e insultás, solamente das muestra de intolerancia y de algún tipo de fanatismo que no permite el reencuentro.