El análisis feminista y el libro “Subversión feminista de la economía” de Pérez Orozco nos permiten cambiar todas las preguntas para destapar tensiones ocultas, sacar la vida cotidiana a la luz, cuestionar la estructura capitalista en su conjunto, mientras otorgamos un significado y un contenido distintos a los conflictos y los dilemas económicos existentes. Al principio su teoría nos repele porque no es seductora (al contrario que el capitalismo). El único placer obtenido es intelectual y con esto nos debería bastar.
Recordemos que según el discurso ortodoxo, todo empieza con las empresas porque es su actividad y su legítima meta de acumulación de capital que pone en marcha nuestro sistema y brinda el bienestar. Se alaba la iniciativa individual, se elogia la competencia, se exalta el consumo insaciable y la propiedad, y se recomienda ver la naturaleza y el resto de la gente como posibilidades infinitas a rentabilizar. La vida es un medio para acumular capital y no al revés, que capital sea un medio para sostener la vida.
Este tipo de gestión empresarial se ha trasladado a la vida. La población relevante es la que participa en el mercado laboral. Los demás son una carga, socialmente precisos pero muy costosos. El empresario y el asalariado valen por sí mismos cubriendo sus necesidades y deseos con el consumo mercantil. No tienen otro tipo de anhelos, deseos ni necesidades. Es decir, la ideología reinante nos habla de un sujeto económico que no existe ni ha existido jamás.
Pérez Orozco traza los límites de este sistema para destapar algo evidente: “En la teoría económica las mujeres son irracionales porque no se guían por el egoísmo, que es el motor racional del crecimiento en el mercado, sino por el amor y el altruismo a su familia, que es lo moralmente deseable, pero que es irracional y, por lo tanto, no económico”.
Nos describe cómo todo el sistema vigente está sexuado a nivel simbólico, subjetivo y material. Y aquí, en este régimen biocida nuestro, la feminidad es entendida como una construcción del ser-para-los-demás: la que posibilita la vida ajena, sometiendo a ello la vida propia.
Ahora, también sabemos que aquí la rebeldía se castiga con la pérdida de derechos. En neoliberalismo los derechos son de la persona trabajadora porque según las reglas de la gestión empresarial se atiende solamente a determinadas vidas: las que pueden permitirse ser escuchadas, cuidadas, curadas, esas vidas adineradas, consumidoras y rentables.
Mientras tanto la familia idílica, donde se acoge la vida en todas sus etapas, en todas sus dimensiones, actúa como la única red de apoyo para el resto. No obstante, para merecer esos cuidados a menudo hay que cumplir ciertas normas de conducta. Sobre todo son las normatividades sexuales y de género que suelen determinar qué vidas son dignas de estas atenciones.
Así que tampoco en nuestras familias todas las vidas valen igual.
Debajo y alrededor de toda la tensión capitalista sigue latiendo la vida. Es Pérez Orozco quien introduce al debate el concepto de “la vida que merece ser vivida”. Porque “si solo miramos a los ámbitos convencionalmente entendidos como económicos no logramos entender cómo se las apaña la gente. Solo si observamos otros ámbitos que suelen permanecer ocultos e innominados podemos comprender como resolver la situación. El verdadero ajuste se da en los hogares mediante el despliegue de nuevas estrategias de supervivencia”.
Pero en los discursos económicos dominantes no se habla de los afectos, del cuerpo, del amor ni del sexo. No se habla de la vulnerabilidad, la exposición y la dependencia inherentes a la condición humana. Es la sociedad en crisis que ha de llegar antes o después, a plantearse la gran pregunta: ¿qué entendemos por vida que merece la pena ser vivida? Hemos de preguntarnos para qué queremos vivir. Cuestionar a disposición de qué, de quién y con qué fines entregamos nuestro tiempo, nuestro talento, nuestros cuerpos.
Aunque, como dice la filosófa Amelia Valcárcel, la libertad de cada mujer (y de cada hombre) es individual, ya que cada una es diferente, la lucha ha de ser colectiva. Porque la libertad para comer carece de sentido y de valor sin un acceso real, práctico y concreto a la comida. Se queda en una posibilidad teórica y como tal no alimenta.
Aun así, sabiendo todo esto, comprendiéndolo, el capitalismo nos seduce. Y nos seduce no por lo que nos da, sino por lo que nos promete dar. Lo reproducimos cada día por coacción y por miedo, pero también y sobre todo, porque nos resulta deseable y lógico. Creemos sus promesas de éxito, de plenitud, de libertad; funciona por lo que nos hace sentir. Luchar contra ello es complicado porque pasa por nuestras venas, está demasiado cerca, si no ya debajo, de nuestra piel.
Capitalismo, igual que patriarcado, es una experiencia visceral.
Podríamos estar todos en contra del capitalismo, vomitar miles de argumentos y cifras y hechos sobre él, pero seguirá funcionando con tranquilidad. Porque nos parece que tiene todo el sentido de este mundo.
Porque en el fondo estamos fascinados con él. Nuestra alienación es tal que, en términos de Fanon, nos ha llevado a la fascinación por nuestro opresor.
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