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Las relaciones sanas y por qué las que tenemos no lo son 

Despertador, abrir los ojos, levantarse de la cama, café, tránsito, trabajo.  El eterno loop al que con suerte y privilegio nos enfrentamos día a día. Vernos a los ojos con múltiples desconocidos, esquivar reconocernos en la mirada de otros, evitar el contacto visual y preferir el contacto indirecto de la pantalla del celular. 

Cotidianidad Opinión P369
Esta es una opinión

Escondernos detrás de pantallas. Foto: Wikicommons.

Ser amables con quien nos ayuda en la limpieza de la oficina, aparentar la falsa paz con los compañeros de trabajo, buscar la foto perfecta para el cambio de avatar, inventar historias en segundos para la red social favorita.

¿Estás enferma? ¿Estás triste? ¡Qué cansada te mirás hoy! Porque, seguro, aunque nos cueste entablar un diálogo, siempre habrá alguien dispuesto a irrumpir y a opinar sobre nuestra apariencia personal. No entender a qué se refieren los comentarios, hasta rápidamente pensar, “¡Maquillaje, se me olvidó el maquillaje!”

¿Qué nos queda ante esta realidad? Practicar la sonrisa, que se vea que estás bien, que se lea que sos estable, aunque evidentemente todos tus comportamientos erráticos dejen claro que sos todo, menos estable.

El hastío… la computadora, la oficina, el jefe, las reuniones, las llamadas.  Tanta gente y tanta soledad.  Tantas experiencias vividas y tanto pesar interno por la vida. ¿No se suponía que en la adultez ya sabíamos cómo vivir?

Preguntarse una y otra vez: ¿De esto se trata ser humano?

Es de conocimiento común que, como seres humanos, necesitamos la vinculación afectiva o al menos la comunicación constante, abierta y sincera con otros de nuestra especie. Pareciese que, cada vez, es más fácil enlazarse con el corazón de un invertebrado que con el de nuestros iguales, que es más fácil comunicarse con nuestras suculentas que con la compañera de cubículo.  ¿Es acaso la evolución misma perdiendo fe en la humanidad, invitándonos a conectarnos con otras especies porque con la nuestra es claro que ha sido misión fallida? ¿Será imposible tejer relaciones humanas sanas desde la autenticidad?

Los últimos días me he dedicado a observar el comportamiento en las distintas relaciones que entablamos en sociedad y con frecuencia me encuentro que no sabemos dar, ni pedir, lo que corresponde en cada relación. Confundimos jefes con figuras paternas. Le pedimos a la pareja que nos proteja y nos abrace como si fuera nuestra madre. Buscamos amigos en compañeros de trabajo, organización, deportes, etc.  Habrá quién le pide a sus mascotas que ocupen el lugar de sus hijos. Y, así, se nos pasa la vida pidiéndole a ajenos lo que no pueden darnos. Así se nos pasa la vida, en estados de frustración e incomprensión, pidiendo con gritos al olmo las peras que anhelamos.

Reconocer que las personas con las que decidimos vincularnos tienden a reflejar actitudes, valores, sombras y carencias de nuestra propia persona, es el primer paso para identificar que, efectivamente, a los 30 años sigo buscando a mi madre en mi pareja, o que a los 40 años los fantasmas de la adolescencia se siguen manifestando con mis compañeros de cotidianidad.

Quiero creer que nuestro aparato psíquico es sumamente sabio y que reconoce que aún no estamos listos para ver de frente eso que nos perturba, que nos falta, eso que buscamos de manera inconsciente y que por ende se afana en llevarnos a rutinas, en movernos a la isla del yo en el mundo hiperconectado, a que nos atraiga la idea de ser humanoides y de cambiar por corazas nuestros corazones.

Ser capaz de la autocrítica y de dejar por un lado la soberbia o la falsa sensación de saberse exitoso por el título, los hábitos o el trabajo y encontrarse vulnerado, en busca de… Ese es el siguiente paso para la construcción de relaciones humanas más sanas, más sinceras y más auténticas.

Repensémonos nosotros mismos antes de juzgar al otro, identifiquemos los desequilibrios en los que vivimos, reconozcamos las cargas desmedidas e injustas que les hemos impuesto sin que hayan sido pedidas, asumamos con humildad que si encontramos dificultad en vincularnos una y otra vez, no es el otro... soy yo.

Hagamos consciente las rutinas que nos desconectan de nuestras emociones y búsquedas internas, seamos valientes de ir a lo interno y encontrarnos con esos hábitos autodestructivos disfrazados de actos que nos producen bienestar y placer.

El inconsciente busca lo que conoce.  Que cuando lo encuentre no sufra y se plenifique, es el reto para tejer humanidad.

Mercedes Bautista.

Mercedes Bautista
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Psicóloga Clínica. Empezando la treintena. Agradecida con la vida, pidiéndole que mire con buenos ojos lo que decida hacer con ella. Mi inconsciente es el que escribe.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    César A. /

    11/07/2017 2:52 PM

    Mejor dígale a su inconsciente que no renuncien a su otro trabajo, porque el de escribir...nada.

    ¡Ay no!

    8

    ¡Nítido!



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