Polizón

No fue sino hasta después de apachar el botón send, que el gordo pánico comenzó a correr libre por mi cabeza, haciendo streaking. No ayudó mucho que cuando se lo conté a mi esposo y a un par de amigos cercanos, me preguntaran –con honesto espanto en los rostros– si estaba segura de lo que hacía, a lo que tuve que contestar que no.

Opté, no obstante, por poner mi mejor cara y aprovechar la ocasión para hacer las preguntas que siempre quise hacer a las prominentes figuras del acontecer político nacional. Todo bien con el plan, hasta que me di cuenta que las prominentes figuras me tienen sin cuidado. Es decir, nunca he sido el tipo de persona cuyo fuerte sea interpelar. Soy más bien el tipo de persona que observa desde la periferia y saca sus propias conclusiones.

Decidí, entonces, hacerle honor a mi naturaleza y embarcarme en un viaje de genuina curiosidad, donde lo importante fuera el aprendizaje y no el desempeño. Hice las paces con el miedo, icé las velas y me dirigí hacia el desconocido terreno de la entrevista política, con la inocencia de un niño y el espíritu de un polizón.

Llegamos al centro de cómputo del TSE el domingo 25 de octubre a las 5:30 p.m. Había mucha seguridad, pero ninguno de los guardias estaba verdaderamente alerta. Si hubiera querido pasar una granada de mano dentro de mi mochila, hubiera podido. Al entrar, un largo corredor fabricado con toldos de vinilo albergaba una alfombra roja al estilo hollywoodense, por donde desfilaban célebres y anónimos personajes en una equilibrada danza.

El Salón 8 del Parque de la Industria era un témpano de hielo. El aire acondicionado estaba puesto a más no poder, para contrarrestar el calor de las lámparas de los colosales estudios de televisión desperdigados alrededor de todo el salón, cada uno más sofisticado que el otro: grúas, cámaras, micrófonos, periodistas, cables, trípodes y mucho maquillaje. Hermosas conductoras con vestidos de encaje y elegantes individuos en traje y corbata competían por la atención del observador. Un partido de ping-pong de glamour.

Martín Rodríguez y Claudia Armas cubriendo los resultados de la segunda vuelta, desde el espacio de Nómada (Foto: Gabriela Ríos).

Embelesada, caminé hacia el espacio de Nómada. Su dignidad y sencillez decían: estamos aquí por el amor a lo que hacemos, y eso me dio gran satisfacción. Sentí que pertenecía. Durante las siguientes horas, estuve muy despierta, tratando de mantener centrada mi energía. Es difícil transitar en un lugar donde se mueve tanto poder sin desfallecer. A la mitad de nuestra travesía, ya se sabía quién era el nuevo presidente, ninguna sorpresa ahí.

Salí a hacer una llamada y supe que algo sucedía porque todo el mundo corría hacia el fondo del salón. Jimmy Morales había llegado con una estela de seguidores que aplaudían por doquier. Mientras todos luchaban por estar ahí, como polillas alrededor de un foco, salí a tomar aire y ver la luna que estaba casi llena. A mi izquierda, un grupo de guardaespaldas de alto rango, fumaban un cigarrillo y conversaban, les pedí uno como un acto reflejo. El más comunicativo de ellos, me preguntó si prefería rojo o mentolado y comprendí que realmente no importaba.